Hoy sigo con el tema del empujón, si, porque dejé en el tintero otro tipo de empujón, muy necesario también y muy práctico. Me parece interesante tenerlo en cuenta, o caer en la cuenta si lo hemos experimentado pero no lo hemos considerado.
Hay días en que estamos «tocada@s», o para ser más precisa, temporadas. Se nota al sentir un cansancio «especial», ese que te permite hacer todo lo que tienes que hacer pero te impide hacer algo diferente, divertido, estimulante. Toda la energía se dirige a realizar las tareas diarias y una vez terminadas la vista se dirige a la cama y allí vas, como un autómata, a tumbarte y dejarte acunar por Morfeo.
La cabeza, la mente sólo se ocupa de lo imprescindible , no da para más. Así que cuando te despiertas continuas haciendo, paso a paso, lo que sabes, «se tiene que hacer».
A mi, cuando estoy así, se me escapan pequeños detalles, se me va «el santo al cielo», como se suele decir y cuando me reclaman lo olvidado, o me señalan el despiste, me quedo bloqueada, no se qué decir, salvo, ese «lo siento, ¡ostras¡ no me he dado cuenta¡, se me ha olvidado¡» que sale del corazón, pero mi mente se queda en blanco y toda yo, como un pasmarote, con cara de aterrada.
Otro síntoma es que a la mínima se salta como un felino enjaulado, escupes todo tipo de improperios y dices lo que quieres decir pero justamente con las palabras, el tono y la forma que no se tienen que decir nunca. En este caso, es el «otro» el que se queda con cara de pasmado y con expresión aterrada y de interrogación, sale por patas.
Da igual la reacción, el caso es que te hacen sentir fatal cualquiera de las dos. Viene de golpe una culpabilidad ácida, unas ganas de «esconderse», de que nadie nos vea, de no seguir pringandola, vaya. Se quiere gritar ¡que se pare el mundo, que me quiero bajar¡. No hay nada, en ese momento que consuele, que quite importancia «al despiste», o a la salida fuera de tono, más bien, todo lo contrario, a medida que va pasando el tiempo, la culpabilidad aumenta porque recurren incansablemente miles de recuerdos donde se ha tenido «algún fallo similar». Lógico, a medida que vamos cumpliendo años, se van acumulando una serie de experiencias repetitivas que nos pueden hundir en la miseria cuando florecen de nuevo.
Entonces…. ahí viene el «otro empujón». Esta vez me lo doy yo a mí misma. En lugar de seguir dándole vueltas al tema, dejo todo lo que estoy haciendo, pospongo lo que tenga que hacer y me voy sola (en ese estado es fundamental no estar con nadie, para evitar «herir suceptibilidades», no estamos presentables) a dar un paseo por algún lugar que me guste, a paso ligero, muy ligero. Elijo activar mi cuerpo en lugar de mi mente que la dejo descansar y no paro hasta que estoy agotada físicamente. Me «sacudo» todas mis culpas, «sudo» todas mis quejas, me desahogo y saco todos mis enfados. Una vez vaciada, me siento o tumbo (si no está mojado el suelo), miro al cielo, respiro profundamente y dejo mi vista distraerse con las nubes, con las ramas de los árboles o, simplemente con el cielo. Descanso y poco a poco todo se va poniendo en su sitio, me «recoloco» en la vida, en el mundo que me ha tocado vivir, sigo respirando profundamente hasta que me vuelven las ganas de vivir, acuden ideas para salir de mi monotonía y la fuerza para llevarlas a cabo. Tímidamente comienzo a sonreír y de manera inconsciente me levanto, voy al coche, arranco y me dirijo con la música a tope, a seguir haciendo lo que dejé a medias.
Pero eso sí, menos cansada, más alegre, conociendo un poco mejor mis fallos y con la esperanza de poder superarlos poco a poco; que tengo grandes despistes, a veces producto de mi grado de autoexigencia, del estres al que me dejo arrastrar por no parar mi mente, respirar profundamente y conectar con el soplo de vida que dice «todo está bien, no tengas miedo». En el camino he dejado un poco de la soberbia que me hizo sentir tan mal por no «dar la talla»; en el camino se ha quedado la culpabilidad por no «ser perfecta»; la rabia por no «poder con todo»; la tristeza por no demostrar mejor mi amor; Por cierto, que no se me olvide que tengo que ir al súper, no hay nada en la nevera, jajaja.
Que mal nos sentimos durante esas temporadas! A mi me va bien ir a correr con musica animada (para no oir los pensamientos) y poco a poco dejo de pensar. Lo dificil, como tu dices, es encontrar la energia para hacerlo.
Gracias por tu comentario e idea. Sería genial que hubiera muchos comentarios y que aportarán soluciones diferentes. No crees? Así darnos un empujón se convertiría también en descubrir más recursos.
Muy bueno Lourdes, como siempre es una delicia leerlo
Gracias, mil gracias, por tu comentario, es «un gran empujón»