Conectar, Conexión, Intento, Ser · Objetivo, Metas, Propósitos

El Colibrí

Hoy me remonto 12 años atrás, cuando, por primera vez, asistí a un curso del Camino de la Libertad, también llamado, Camino del Guerrero, durante el mes de agosto en el Estado de México.  Era la segunda vez que visitaba ese país y la primera que salía del amparo de mi familia mexicana. Por fin, podía adentrarme en el «México Profundo», que tanto deseaba. Eso sí, no sin miedo. Me habían alertado, avisado y prevenido de miles de peligros que me aguardaban en ese país. Ya en el aeropuerto, Benito Juarez, lo único que se me ocurrió para tranquilizarme fue conectar con el Silencio y repetir sin parar la frase de «Uno, uno, todos somos Uno», concentrando toda mi atención en mi respiración, en mis pasos. Es una manera de acallar la mente,  parar el diálogo mental, que te paraliza y ciega y seguir caminando.

Concentrada en mi respiración, escuché un»hey» y vi un cartel con mi nombre y apellido mal escrito, pero había alguien esperándome, contra todo pronóstico. ¡Qué tranquilidad! en ese momento le hubiera comido a besos a aquel, prácticamente, desconocido, pero me contuve y respondí «soy yo a la que buscas».

A partir de aquí, todo fue una aventura maravillosa, los peligros no se presentaron, y dejaron espacio a los regalos que México tenía preparados para mí. A los dos días de mi llegada, me llevaron a Tonali, un centro donde nos hospedábamos y recibíamos el curso.

Rodeado de montañas o colinas, una de ellas, «La Mujer dormida», te trasmitía paz, sosiego, bienestar, entre otras muchas más sensaciones a cual más agradable. Desde que llegué allí, me encontré en un estado de plenitud, de felicidad y de asombro continuo. Todo llamaba agradablemente mi atención. El paisaje; los sabores picantes, dulces, extremos;  la gente con la que estaba, agradable, divertida; y ¡qué decir de Mariví de Teresa!, la mujer sabia, cariñosa, atenta,  una auténtica guerrera que impartía el curso y que tanto me enseñó. Acudía a sus charlas, iba a las caminatas, a los ejercicios de recapitulación, Chi-Kung o Tensegridad. Nunca olvidaré su mirada, sin palabra alguna, trasmitía una certeza, un Poder que sin pensarlo, hacía todo lo que tocaba. El día que tocó un Temazcal, creí que me moría de miedo para atravesar aquel pequeño agujero, pero luego, una vez superada la prueba,  como con todo lo que nos hacía, alcanzabas un estado de dicha y alegría profundos.

A medida que pasaban los días, cada vez me sentía más a gusto y contenta de haber dado el paso, de haberme atrevido a cruzar el charco sola, de ir a México, con todo lo que me decían de peligroso que era ese país. Allí estaba yo, aprendiendo y experimentando una manera de verme a mí misma diferente, con otra mirada y, al mismo tiempo, al resto de la Creación.

De toda aquella experiencia que duró un mes, hay un hecho que quiero resaltar, porque fue fundamental, no sólo ese verano, sino hasta hoy. Las flores me llamaron mucho la atención, su colorido brillante, variado, chillón; rodeadas de los pajaritos más bellos que había visto en mi vida, los colibríes. ¡Me enamoré de ellos! Quise saber todo sobre el colibrí, y lo que más me asombró fue que en Europa no había; habían intentado llevarlos a la Toscana, por la similitud del clima, pero murieron todos, no se adaptaron. Bueno, lo que me faltaba para que me gustaran más. ¡Qué sensibilidad! ¡Qué ternura! Eran pura poesía.  Fue un amor a primera vista. Todo el mundo en México que me conocía, sabia perfectamente el amor que procesaba a los colibríes. En los descansos, aprovechaba a quedarme absorta, observando las enredaderas repletas de flores naranjas y rosas, rodeadas de colibríes, agitando sus alas a una velocidad de vértigo y un día, noté algo muy suave, casi imperceptible en mi hombro desnudo. Miré y vi una pluma multicolor, como con irisaciones azules, pequeña. La guardé durante mucho tiempo, en mi última mudanza, se perdió.

¡Un colibrí me había dado su pluma! ¿Qué más podía pedir? Me volví loca de contenta y fue la señal de que me unía a ellos algo más que la admiración. Me sentí admitida en su comunidad y con mayor motivo acudía cada día al rincón de las enredaderas a verles y escuchar su ligero y suave canto. Se puede decir que mantenía un diálogo sin palabras con ellos y que eran los momentos mejores del día. Las dudas se me disipaban, encontraba respuestas allí sentada, frente a ellos y me sumía en un estado de ensueño maravilloso.

La relación no acabó aquel verano, ya viviendo en México los veía y celebraba cada vez que acudía uno, allá donde yo estuviera. «Lourditas, ya llegó tu colibrí», me decían. Era la señal de que «todo iba bien».

Una hecho muy especial fue aquel mes de febrero que me decidí a independizarme. Salí de la casa de mi prima adorada, Rosalía, después de haber estado alojada un año en su casa, a cuerpo de reina.  Ya tocaba ir a vivir sola, y a través de otro buen amigo, Hugo, encontré un departamento en la colonia Roma. Era toda una novedad para mí, sola, viviendo y trabajando en México, en una ciudad de millones de habitantes, sin dificultad alguna. Todo fluía de manera suave, fácil. A los pocos días de llegar, estaba yo colocando cortinas y tomando conciencia de dónde y cómo estaba, cuando, de pronto, escucho unos suaves pitidos, ya conocidos; miro por la ventana, que daba a un patio interior, espantoso, y cual es mi sorpresa y alegría profunda al ver ¡un colibrí!. ¿Cómo era posible que hubiera llegado hasta allí, un patio sin flores? Emocionada y agradecida, salí corriendo a comprar unas macetas con bugambilias para ellos, las coloqué en la ventana y balcón que daban a la calle Puebla, para que se sintieran a gusto. Les quería dar la bienvenida como ellos me la daban a mí. Les puse también su bebedero con su agua especial y cada día acudían a regalarme el placer de verles agitar sus alas, escuchar su sonido y apreciar su belleza.

Me cambié de casa, y siguieron viniendo cada día, así hasta que me fui del país, a Europa, donde no pueden vivir, se mueren.

Así que desde que regresé de México sólo los podía ver en fotos, o en cerámica y madera, todos los que me fueron regalando y que los traje conmigo. Los he mirado con nostalgia, pensando que «aquí no hay colibríes para acompañarme, para sacarme de mis dudas». Los he mirado con la necesidad de volver a momentos del pasado, permitiéndome sentir  la tristeza de pensar en algo que se ha tenido o vivido en una etapa y ahora no se tiene. Hechaba de menos sus colores, pitidos y compañía. ¡Poesía Pura! o ¡Pura Poesía!

Esta mañana temprano, en el metro, agradeciendo el nuevo día, todo lo que la Vida me da, me he acordado del colibrí,  he sonreído y sin ninguna nostalgia he agradecido tener, de nuevo, entre otros muchos Regalos,  ¡poesía y sensibilidad!, en mi vida. No hay colibríes aquí, pero el Universo sigue dándome  deliciosas sorpresas y oportunidades cada día y cada día me siento más viva.

Anuncio publicitario
Conectar, Conexión, Intento, Ser · Miedos, Desafíos, Retos

Confiar

Una conversación telefónica me ha hecho conectar con una sensación. La he sentido muchas veces a lo largo de mi vida. Es sentir una añoranza que poco a poco te va invadiendo y todo lo que haces, de repente, no tiene ningún sentido.

Ese día, curiosamente, el cielo está gris, no tiene por qué llover, pero no sale el sol, no hay luz, con lo cual la similitud entre estado anímico y clima es total. Realizas las acciones como autómata, carecen de sentido.

Cuando paras a comer o descansar, la mente vaga por los recuerdos, se ojea un mail, whatsup, de aquellos que no están y una leve sonrisa aparece en el rostro, evocando esa compañía. De golpe, te vienen unas ganas tremendas de saborear una comida, que justo donde estás, no hay y, lo peor, sigues preguntándote, «qué hago aquí, justo ahora». Esa voz la acallas con miles de razones, pero la nostalgia continúa mordiendo. Es como si te estuvieras perdiendo algo importante, aparece la culpabilidad por no tener nada claro, seguro.

!Buaaa¡ qué mal se está. Cada momento que pasa, mayor inquietud, llega la ansiedad. Echas una ojeada al lugar donde estás y la soledad es absoluta. Quisieras gritar, «¡Me quiero ir de aquí!» y no te atreves.  Y todo esto, sin motivo aparente, ayer te encontrabas genial, encantada en la aventura de vivir, en otra ciudad, en otro continente, o en el mismo sitio de siempre, da igual, pero con la ilusión de nuevas experiencias, de nuevos aprendizajes, de los resultados obtenidos, de los avances alcanzados, en fin,  todo parecía maravilloso. Y hoy, hecha caldo. Pero bueno, y esto por qué, te preguntas. De golpe aparecen imágenes de un pasado, atmósferas conocidas, que trasmiten seguridad; van apareciendo pequeños detalles que nunca habías caído en la cuenta y que en su falta los añoras y sientes fundamentales para tu felicidad. Y tienes que parar, porque de lo contrario el llanto aparece.

¡Pinche duda! «¿Estaré haciendo lo correcto?» Te sientes responsable de todo, absolutamente de todo; errores del pasado saltan como los horrores del presente; hasta que una voz que sale de la entraña dice: «Basta, basta, no puedo seguir así, me voy a volver más loca de lo que estoy».

Qué, ¿os resuena? a que sí. Claro, muchos hemos vivido esta situación porque en el fondo somos nómadas. Estamos de paso en esta vida y ningún día es igual al anterior. Añoramos un estado del ser que en esta realidad no alcanzamos todo el rato, pero, además, sin ir tan lejos, nuestra vida nos lleva a vivir situaciones nuevas, elegidas por nosotros mismos, pero que en un momento, sin saber por qué, se nos desbarata todo.

Aparece la incertidumbre, la inseguridad, lo que ayer era certeza hoy es pura duda. Claro, hay que salir de este estado, por supuesto, pero aceptando el reto de mantenernos fieles a nosotros mismos, a esa intuición, a ese anhelo que hizo que tomáramos esa decisión de vivir un cambio, de dar un giro a nuestra vida. De dejar situaciones agotadoras, viejas rutinas, zonas de confort.

Ni te cuento cuando esto aparece estando fuera de casa, en otro país, por ejemplo. Ya que la duda aún se acentúa y abrazamos un peso todavía mayor.

Aceptar la nostalgia, ¡claro!, echar de menos a los seres queridos es muy noble; querer acompañarlos en momentos tristes, también. Incluso querer participar de las alegrías en su compañía. Todo esto forma parte de la vida, lo aceptamos como algo bonito, que indica que tenemos la suerte de amar y ser amados. Tener días donde no se ve absolutamente nada, días de vacío, donde somos incapaces de ver la luz al fondo del túnel, también. Esto quiere decir que vamos caminando, avanzando.

Pero lo que no podemos permitir es que el ambiente reinante de conformidad, de inmovilismo, de miedo, nos ataque, arrastre y nos haga dudar de nuestras decisiones. Es ahí donde hemos de estar alertas. La Vida nos pide  aceptar los cambios que ella nos ofrece, abrazar nuevos retos, proyectos y mantener la Confianza en la Vida.

Conectar, de nuevo, con la alegría de vivir. Agradecer que estamos vivos y con una potencialidad grande, infinita. Celebrar que nos hemos atrevido a dar un paso más, que hemos escuchado a nuestro corazón, a nuestra intuición y que existe una Razón, un Motivo que nos sostiene y  dirige, en el que vale la pena confiar, por muy difícil que parezca. Vale mucho la pena, confiar.

Conectar, Conexión, Intento, Ser

El Mestizaje

Leía esta mañana un texto corto, escrito por una buena amiga, sobre su mestizaje cultural, que compartía con otra autora al verse reflejada. Visualizo una cadena, pequeña, hasta el momento, pero seguro, que una vez leído este mismo texto, alguien más se unirá y añadirá otro eslabón.

Celebro el mestizaje, disfruto el mestizaje y animo a reconocerse mestizo, de una santa vez, por favor, ya.

Estoy utilizando el concepto, no en sentido literal antropológico, para nada¡ No me refiero sola y únicamente a la mezcla de razas, lo utilizo para compartir la unión, la mezcla, la fusión de culturas, educaciones, pasados, costumbres, experiencias; para reconocer y agradecer la suma en lugar de la resta o división.

Somos la suma de un Todo, nos guste o no. Por ello no estamos obligados a cargar con todo, tenemos la oportunidad de trasformar, mejorar, ampliar, incluso abandonar, pero primero lo hemos de aceptar y agradecer.

Se puede elegir y se debe, con qué quedarse, por supuesto¡ Nos despedimos de lo que no interesa, de lo que no beneficia, de lo que nos queda ya pequeño, pero sin negar lo que dejamos, lo que descartamos, para más adelante identificarlo como algo que fuimos, que tuvimos también y saber que se puede dejar, acabar, descartar.

Celebro cada día mi mestizaje, agradezco mi pluralidad, mi capacidad de adaptación (nunca resignación) y saberme que formo parte de un Todo¡ Que soy y somos Luz y Amor y elijo ver en el otro su Luz y Amor, y sé que puedo elegir con quien y qué quedarme en este camino de regreso a Casa.

Conectar, Conexión, Intento, Ser · Silencio, Conexión, Transformación

El Reencuentro

La buena comida como el buen vino se saborea lentamente, se van descubriendo los diferentes aromas, sabores, la sinfonía del gusto. En la vida pasa algo muy parecido, a ritmo lento, vas viendo, sintiendo, entendiendo, aceptando e integrando la musicalidad de cada evento o suceso acontecido, hasta vibrar en armonía contigo misma y con el entorno.

Una nota te lleva a otra. Un instrumento da paso al siguiente, puesto que interpretamos una sinfonía y ninguno es más importante que otro porque todos formamos parte de esa orquesta universal perfectamente dirigida.

Este verano he tenido la suerte de asistir a varios conciertos maravillosos. Sin esperarlo, es como si me hubieran invitado a la Semana de la Música. De tanto en cuanto se organizan festivales, donde tienes la oportunidad de asistir a varios conciertos fuera de lo habitual y este ha sido el caso que hoy quiero compartir.

El regalo que el verano ha traído a mi vida. Los primeros frutos maduros, cerezas, peras de San Juan, que tanta ilusión me hacía de niña coger del árbol porque significaba que las vacaciones, estar en el campo, la libertad habían llegado, me ha recordado lo que este verano estoy viviendo. Curiosamente, me iba al pueblo a veranear con mis abuelos por San Antonio, el 12 ó 13 de Junio. Dejar la ciudad, el colegio, los coches, los edificios, el ruido e ir a Covides, era tomar contacto con la esencia de la vida, con lo básico y primordial para vivir y ser feliz. Al entrar en la casa, olía a verano con todo lo que implicaba la palabra Verano. Los abuelitos y la tía Mari me mimaban, me contaban historias de la guerra, pasaba de estar en una casa donde era la séptima y pequeña a ser la única niña de la casa. Me enseñaron a jugar a las cartas y celebraban todos mis triunfos. Me dejaban salir del jardín, de la delantera e ir a buscar a mis amigos del pueblo con quienes jugaba, acompañaba con el ganado, me metía en la cuadra a ver las terneras, corríamos a través del trigo e imaginábamos que estábamos en el mar nadando. Las espigas eran de nuestra altura, así que la edad rondaría por los 6 años? Es igual la edad, lo he vuelto a experimentar¡¡

Este año, para antes de San Juan, ya había empezado a vivir una serie de sensaciones que inundaban mi alma, mi ser, de felicidad, de gozo. Lo he titulado, el reencuentro, porque está siendo volver a encontrarme con personas que hacía tiempo no veía, y con personas que en esta vida no habíamos coincidido aún, pero que ha llegado el momento de volver a contactar. La alegría del rencuentro ha sido infinita, risas, abrazos, compartir experiencias, intercambiar información.

Ver por primera vez a una persona y saber por nuestras miradas que nos conocemos de siempre, madre mía¡ que emoción. Y entre risas, decir, «Ya era hora».

Este verano está siendo una lluvia de información, de aprendizaje, de diversión, de retos y confrontaciones conmigo misma, de integración, de descubrimientos y alegría. Está siendo un verano como «los de antes», cuando era una niña llena de ilusión, que según me despertaba sabía que algo maravilloso iba a ocurrir, algo nuevo, desconocido. Poder vivir la aventura diaria sin la presión de los horarios, conectando con mi propio ritmo, es un verdadero placer.

Estoy pasando unas vacaciones sensacionales, si, sensacionales de sensación, de vibrar con la Naturaleza salvaje, con las personas maravillosas que la Vida ha puesto en mi camino y que me ha traido a lugares divinos. Donde he podido apreciar con mis propios ojos, como la Vida surge de las cenizas. Pisar lava y ver la Fuerza de la Vida brotando en forma de flor, de arbusto o de árbol ha sido la confirmación de mi propia vida de como todos somos capaces, gracias a nuestra Energía Vital de resurgir de nuestras propias cenizas, como el Ave Fénix.

Vibrar con la Vida, bailar al ritmo de nuestro corazón, fluir con los acontecimientos es introducirte en la gran Sinfonía del Universo, sintiéndote parte de la gran Orquesta Universal está siendo el regalo de «fin de curso».

Mi corazón estalla de agradecimiento, de alegría y de confianza. Vivo el instante y recojo los frutos maduros, la cosecha de todo un año. Gracias a todos los que habeis participado de este Milagro. El milagro de el reencuentro con, por supuesto¡ también conmigo misma, con mi ser.

Mª de Lourdes

Escritura Creativa · Miedos, Desafíos, Retos · Silencio, Conexión, Transformación

«Prisa, Mata»

Tengo miedo, si, tengo miedo a escribir, no vaya a ser que no salga algo bueno.

Desconfío de mi, desconfío de mis resultados.

No tengo absolutamente nada que decir.

Me quedo mirando el paisaje, es francamente precioso.

Hay espacios donde la hierva crece salvaje y otros donde está cortada y me gusta.

El cielo comienza a cubrirse de nubes, amenaza lluvia.

Se oyen los pájaros celebrando su día, comunicándose o vete a saber para qué cantan, pero su canto me gusta.

De los perales empiezan a salir peras diminutas, todo sigue su ritmo.

Un perro toma el sol. El otro da vueltas detrás de los insectos. Acompañan mi soledad.

Los caracoles pasean por la tarima, un mirlo busca en la hierva comida.

Al fondo, el sonido de la lavadora funcionando.

Pasa un avión, hace mucho ruido y traslada mi imaginación a una guerra. Bombardeos. Gracias por no estar en esa situación.

Me levanto, tomo el oligoelemento.

Ha venido la gata, se lame tumbada junto a mi. Más compañía, afecto sutil.

Vaya¡ acaba de pasar una moto. Uf, menos mal, ya no se la oye.

Acaba la lavadora, cuelgo la ropa con el sol sobre mis hombros, lo agradezco y sonrío.

Miro a mi alrededor, no hay nadie, ningún sonido humano.

Que maravilla, aprecio el canto de los grillos, es Mayo,  ya están de nuevo en el jardín.

El mirlo insiste en buscar comida.

Las nubes desaparecen, vuelve a calentar el sol.

Escucho la brisa, me dejo llevar.

Me traslado al Marruecos de hace ya más de 20 años.  El canto de los grillos me ha llevado a una experiencia que tuve allí y que me sigue acompañando.

Iba por la carretera en coche mirando por la ventana. El paisaje era todo igual, no se apreciaba, salvo una tierra grisacea, arenosa, nada más. Aburrido, monótono si no hubiera sido por la novedad. La velocidad era lenta, el terreno carecía de asfalto, pero más rápida que si hubiera ido caminando.

No recuerdo cual fue la causa que hizo que parara y me bajara del coche, ah si¡ que comenzaba a anochecer y la vista amenazaba con ser espectacular. Me siento al borde de la carretera, paro mi ritmo, descanso y sin esperarlo, del horizonte van apareciendo colores, rojo intenso, azul, amarillo; entorno los ojos, casas de adobe, un gallo,  unas mujeres y niños hablando, riendo, gritando. Absorta, se puede decir que olvidé el motivo por el que paré, me divertí experimentando lo que ese paisaje me iba regalando, lo que mi mirada tranquila, sin prisa iban descubriendo. De golpe, moví la cabeza enfocando mi vista a la puesta de sol y sólo recuerdo la paz que me invadió, la certeza de que no necesitaba nada más en ese momento, que todo está bien.

Me costó, como si dijéramos, volver en sí, es decir, levantarme y volver al coche. La sensación de que me iba a explotar el corazón de agradecimiento, aún la recuerdo. Mi alegría, riendo de lo que acababa de aprender, de que tan solo se trataba de parar, calmar mi prisa por llegar,  y de lo bien que estaba.

Está la hierva plagada de margaritas, de flores pequeñas amarillas, pasa un coche y no hace demasiado ruido, casi ni le oigo.

Ahora es ya el momento de levantarme, de coger el metro e ir a trabajar sin olvidar entornar los ojos, sumirme en el entorno, en silencio y disfrutar de lo que me enseña esta vez.

Miedos, Desafíos, Retos · Objetivo, Metas, Propósitos

Otro empujón

Hoy sigo con el tema del empujón, si, porque dejé en el tintero otro tipo de empujón, muy necesario también y muy práctico. Me parece interesante tenerlo en cuenta, o caer en la cuenta si lo hemos experimentado pero no lo hemos considerado.

Hay días en que estamos «tocada@s», o para ser más precisa, temporadas.  Se nota al sentir un cansancio «especial», ese que te permite hacer todo lo que tienes que hacer pero te impide hacer algo diferente, divertido, estimulante. Toda la energía se dirige a realizar las tareas diarias y una vez terminadas la vista se dirige a la cama y allí vas, como un autómata, a tumbarte y dejarte acunar por Morfeo.

La cabeza, la mente sólo se ocupa de lo imprescindible , no da para más. Así que cuando te despiertas continuas haciendo, paso a paso, lo que sabes, «se tiene que hacer».

A mi, cuando estoy así, se me escapan pequeños detalles, se me va «el santo al cielo», como se suele decir y cuando me reclaman lo olvidado, o me señalan el despiste, me quedo bloqueada, no se qué decir, salvo, ese «lo siento, ¡ostras¡ no me he dado cuenta¡, se me ha olvidado¡» que sale del corazón, pero mi mente se queda  en blanco y toda yo, como un pasmarote, con cara de aterrada.

Otro síntoma es que a la mínima se salta como un felino enjaulado, escupes todo tipo de improperios y dices lo que quieres decir pero justamente con las palabras, el tono y la forma que no se tienen que decir nunca. En este caso, es el «otro» el que se queda con cara de pasmado y con expresión aterrada y de interrogación, sale por patas.

Da igual la reacción, el caso es que te hacen sentir fatal cualquiera de las dos. Viene de golpe una culpabilidad ácida, unas ganas de «esconderse», de que nadie nos vea, de no seguir pringandola, vaya. Se quiere gritar ¡que se pare el mundo, que me quiero bajar¡. No hay nada, en ese momento que consuele, que quite importancia «al despiste», o a la salida fuera de tono, más bien,  todo lo contrario, a medida que va pasando el tiempo, la culpabilidad aumenta porque recurren incansablemente miles de recuerdos donde se ha tenido «algún fallo similar». Lógico, a medida que vamos cumpliendo años, se van acumulando una serie de experiencias repetitivas que nos pueden hundir en la miseria cuando florecen de nuevo.

Entonces…. ahí viene el «otro empujón». Esta vez me lo doy yo a mí misma. En lugar de seguir dándole vueltas al tema, dejo todo lo que estoy haciendo, pospongo lo que tenga que hacer y me voy  sola (en ese estado es fundamental no estar con nadie, para evitar «herir suceptibilidades», no estamos presentables) a dar un paseo por algún lugar que me guste, a paso ligero, muy ligero. Elijo activar mi cuerpo en lugar de mi mente que la dejo descansar y no paro hasta que estoy agotada físicamente. Me «sacudo» todas mis culpas, «sudo» todas mis quejas, me desahogo y saco todos mis enfados. Una vez vaciada, me siento o tumbo (si no está mojado el suelo), miro al cielo, respiro profundamente y dejo mi vista distraerse con las nubes, con las ramas de los árboles o, simplemente con el cielo.  Descanso y poco a poco todo se va poniendo en su sitio, me «recoloco» en la vida, en el mundo que me ha tocado vivir, sigo respirando profundamente hasta que me vuelven las ganas de vivir, acuden ideas para salir de mi monotonía y la fuerza para llevarlas a cabo. Tímidamente comienzo a sonreír y de manera inconsciente me levanto, voy al coche, arranco y me dirijo con la música a tope, a seguir haciendo lo que dejé a medias.

Pero eso sí, menos cansada, más alegre, conociendo un poco mejor mis fallos y con la esperanza de poder superarlos poco a poco; que tengo grandes despistes, a veces producto de mi grado de autoexigencia, del estres al que me dejo arrastrar por no parar mi mente, respirar profundamente y conectar con el soplo de vida que dice «todo está bien, no tengas miedo». En el camino he dejado un poco de la soberbia que me hizo sentir tan mal por no «dar la talla»; en el camino se ha quedado la culpabilidad por no «ser perfecta»; la rabia por no «poder con todo»; la tristeza por no demostrar mejor mi amor; Por cierto, que no se me olvide que tengo que ir al súper, no hay nada en la nevera, jajaja. 

Miedos, Desafíos, Retos · Objetivo, Metas, Propósitos

El empujón

A quien no le han dado un empujón alguna vez y le han sacado de la fila, le han quitado el único asiento del bus o del metro, le han apartado para colarse en la barra de un bar y pedir su consumición. Hay alguien que nunca le haya pasado? Es más, me imagino que hasta los que más se han colado, alguna vez, se han sentido empujados.

Te sientes fatal, la rabia comienza a bullir por dentro y depende de cada uno, o te la tragas en ese momento y la vas sacando por los ojos, dirigiendo la mirada fulminante al causante, o le pegas otro empujón más fuerte y le retiras mirándole con furia y dándole a entender qué quién se ha creído que es.

Hay diversos tipos de empujones, unos los recibes porque molestas, estás en la línea de acción de alguien y quiere quitarte de en medio, como sea, y como seguro tiene prisa, pues utiliza lo más rápido y fácil, el empujón.  El sujeto de la acción puede o no ser conocido, da igual, simplemente estás donde no quiere que estés, y vasta, no hay más explicación que valga.

Sobra decir que el empujón puede ser físico o no. Igual no llegan a tocarte pero vaya, que te «empujan» fuera, seguro. Utilizan otras «fuerzas», no las físicas pero sí las psicológicas, emocionales, indirectas, a través de la difamación o de la descalificación. En fin, vuelvo a decir, quién no ha padecido una de éstas?

Otro tipo de empujón es el del castigo. Aquí vuelves a recibir un impacto que te deja lerdo, atontado, no entiendes nada, porque este tipo de castigo suele ser motivado por lo mismo que el otro empujón, por el hecho de ser y estar en el mundo de manera molesta para el castigador. Si, sí, este empujón es impresionante, molestas. Molesta tu forma de ser o de vivir y, como tiene prisa el victimario, pues no se detiene a comentártelo, a pedirte que te apartes que no quiere verte, se limita a, sin tú saber la causa, a apartarte, pero esta vez, no de la fila o cola, no, esta vez intenta apartarte de tu camino. Sacarte de tu senda, porque no quiere que vayas por ella, su deseo es que vayas por donde él te indica. Si no haces caso, se lo toma como algo personal y te persigue castigándote. El castigo en este caso toma los efectos del comentado empujón. Qué pesadez, otra vez, a volver a tu camino, pero entre empujón y empujón te hace perder mucho tiempo, ya que cada vez son más fuertes, con la clara intención de a ver si aprendes a obedecer.

Para detectar estos empujones, una manera fácil es observar cómo te sientes después de estar con ciertas personas. Si acabas agotado, sin ganas de continuar, habiendo olvidado de golpe todo lo que te hacía estar bien, con alegría y entusiasmo, aquí tienes, un empujón. Si además de sentirte así, aparece la confusión, no sabes qué pintas en esta vida, que todo lo haces mal y nunca has tomado una buena y correcta decisión, entonces ya el empujón es muy fuerte.

Una vez que reconoces a estos empujadores profesionales solo te queda el apartarte lo más lejos posible de ellos y no caer en la tentación de acudir a su llamada, sea para lo que sea. Luego, si aparece algún desconocido, poco a poco, comienzas a detectar que te está empujando y sales corriendo.

Pero para terminar voy a comentar el empujón maravilloso, el que te hace seguir con tu Idea, proyecto, propósito. El que te empuja hacia arriba, el que te da un impulso para no desistir, para no seguir autocompadeciéndote sino que te muestra tu valía personal. Es la persona que te anima cuando tus fuerzas flaquean, es la que en un momento dado te hace reírte de ti mismo y te provoca al mismo tiempo lágrimas y risas que limpian tu mente para ver con claridad. Es el sabio consejo que te indica un error cometido que te está paralizando. Es esa mirada cómplice en un momento de nerviosismo, o cuando te sientes fatal por haber metido la pata.

Son tantos los empujones de este tipo que voy recibiendo a lo largo de mi vida que no acabaría nunca, pero hoy, justo hoy, he recibido uno nada más coger el móvil. Una amiga a través del whatsup, con una sola frase que me dice, me ha dado un gran empujón para continuar.

A ella, que siempre tiene la frase que me hace falta en su boca, junto a todos los demás que no paran de empujarme, para que «no me salga», para que no huya, digo, que cada vez somos más los que empujamos a ser «uno mismo», a vivir nuestra propia vida sin molestar a nadie, sin necesidad de apartar a nadie de su camino. Gracias.

Escritura Creativa · Objetivo, Metas, Propósitos

Venga, va¡ que podemos

Como todos los oficios, el de escribir se lleva diferente cuando una está de buen humor, contenta y entusiasmada. Te entran ganas de contar todo tipo de tonterias que te van ocurriendo y que, debido al estado de alteración, te parecen importantísimas y de lo más relevantes. Suerte para los lectores que al releer lo escrito, te das cuenta que «eso no se puede publicar», no todo, al menos, hay que borrar unos cuantos párrafos.  De la misma manera, cuando estoy con el ánimo bajo, saturada de emociones y percepciones no muy positivas, elijo no publicar todo lo que escribo porque lo que me sale tampoco es «publicable».

Claro que el estado óptimo es el equilibrado para realizar no sólo cualquier oficio, sino para vivir, en el ámplio sentido de la palabra. En eso estamos, en hallar ese estado y una vez hallado, saber mantenerlo. Nadie dijo que fuera fácil, pero ya vamos contando a lo largo de nuestra vida con indicadores e indicaciones para no sentirnos solos e incapaces de lograrlo.

Lo que si ya «huele mal» es la queja, el lamento, el «no puedo», mudo o compartido. Cada día más, la vida nos pone delante unos retos más duros, porque aún nos cuesta pedir ayuda, aceptar que vale la pena intentarlo. Parece que no hemos tocado fondo y que queremos mantener todo un estado de creencias limitadoras, todo un falso poder de control por el «pinche» miedo a lo desconocido. A lo que me pueda pasar, a lo que puedan pensar … Este mundo que hemos creado entre todos está estallando por todos lados, y pidiendo a gritos una profunda transformación de cada uno de nosotros.

Sí, tenéis razón los que estáis pensando que Lou está de genio. Estoy de genio, indignada, diría yo, por eso hoy comento que vale ya de tanta «pereza», de tantas escusas para no hacer nada nuevo, para no salir de la rutina, para seguir manteniendo este «orden social» que atrapa, aprisiona y esclaviza.

Buscar la felicidad es buscarse a uno mismo, dentro de cada uno de nosotros está el Camino. Somos creadores de nuestras trampas, de nuestras limitaciones, por tanto somos responsables de lo que nos ocurre, de cómo nos sentimos y de lo que está ocurriendo a nuestro alrededor.

Y, para terminar, entiendo que responsabilidad no es más que tener capacidad de respuesta. Qué hago hoy, ahora, por estar mejor y así mejorar mi entorno.

Gracias a todos por leerme, gracias a todos por darme el espacio para compartir. Tengo plena confianza, que entre todos vamos a ir aportando un granito de arena cada día respondiendo ante la «prisa del Universo», ante la Fuerza Creativa del Amor, para ir creando un verdadero mundo mejor.

Objetivo, Metas, Propósitos

Delegar

A veces se tienen tantas ideas en la cabeza que resulta complicado llevarlas a cabo. Lo mismo pasa con las obligaciones, responsabilidades, deseos, planes… «Cuántas cosas tengo que hacer, ¡que barbaridad! y no tengo tiempo para nada». Cuando oigo decir esto, algo me resuena, se enciende una luz amarilla indicando que hay que escuchar entre líneas. «Estoy agotada, me duele todo el cuerpo», es otra de las frases que escucho y que suele ir acompañando a la anterior.

En un principio, me alegra oír decir esto, me lleva a pensar que hay muchas ideas por llevar a cabo, innovaciones, que hay mucha creatividad esperando a ser mostrada y que es cuestión sólo de tiempo. «Que bien» exclamo, «que maravilla que te falte tiempo para hacer todo lo que te gusta, todo lo que te apetece, esto quiere decir que tienes muchas cosas, sueños, planes, proyectos por hacer y que tan sólo has  realizado una parte, estás muy joven, tienen planes, que bien». Mi alegría molesta, incomoda y de inmediato como mínimo se me indica que no he entendido nada, que vuelvo a equivocarme.

Me disculpo por no haber entendido absolutamente nada y sigo escuchando a ver si me entero esta vez. Cual es mi asombro cuando se me dice que no se trata de que uno esté cansado por un exceso de trabajo simplemente, no, ¡que va! se está agotado por NO HACER absolutamente nada de lo que se quiere, de lo que gusta, de lo que da satisfacción.

En el metro, en el coche, a solas voy dándole vueltas a la conversación y pienso que a veces hacer lo que uno realmente quiere conlleva mucho esfuerzo por el conflicto que ocasiona. Un conflicto personal, una lucha de «voluntades». Es como si nuestra voluntad estuviera dividida y dos fuerzas contrapuestas tiraran de nosotros. Dar la razón a la voluntad de hacer lo que se nos impone, de lo que creemos que «debemos hacer», de lo que marca la tradición, la cultura, el ejemplo a seguir, agota, eso es lo que nos deja hechos un trapo. Cuando llega la noche y vemos que en todo el día no nos hemos dado ni una satisfacción, que toda nuestra actividad ha estado dedicada a realizar acciones que no nos aportan buen humor sino un resentimiento callado, una rabia contenida y una necesidad imperiosa de cambiar de vida, con el sentimiento de fracaso de que no podemos, de que ya es demasiado tarde, no podemos dormir, no descansamos, porque la otra fuerza, la «otra voluntad» nos grita, nos demanda que le hagamos caso.

Nadie dijo que fuera fácil hacerle caso. Sin embargo, probar de vez en cuando nos puede tranquilizar y demostrar que tampoco es para tanto. No propongo un giro radical a nuestra vida, ni tampoco cortar por lo sano con todas las obligaciones, simplemente, esta noche, cuando aparezca la sensación de frustración, en lugar de auto compadecernos por nuestra «mala vida», nos regalemos unos minutos para escuchar que nos gustaría hacer al día siguiente. No vale repetir algo que ya hayamos hecho, sino hay que intentar hacer algo nuevo. No importa si no aparece al instante, se trata de en la cama esperar a que llegue esa idea nueva para llevar a cabo y, a cambio,  dejar de hacer algo que hacemos siempre y que nos «molesta».

Para terminar diré que algo que nos produce mucho cansancio y dolor es no delegar. Continuamos con obligaciones que han caducado, no nos tocan ya, pero que hacen que nos encontremos imprescindibles. La falta de confianza en «los otros» de que sean capaces de desenvolverse por si mismos, se lleva cargando sobre los hombros y duele un montón.

La satisfacción al escuchar lo buenas que somos, lo sacrificadas, lo responsables, todo lo que hacemos por los demás, llámese hijos, maridos, madres, no nos llena plenamente. Igual, si decimos que no a algo y ese pequeño rato lo dedicamos a hacer alguna actividad que nos guste, que nos de satisfacción, vamos viendo que sin nuestra presencia y cuidado absoluto se saben defender, saben organizarse y salir adelante perfectamente. Luego vendrá preguntarnos si nos ha compensado o no. Hay quien elije ser victima de la situación, estar en la auto compasión y en la queja y hay quien elije salirse de esa espiral, actualizar su realidad, no querer ser imprescindible y delegar responsabilidades ajenas para poder hacerse cargo de su propio «bien estar» y «buen humor».

Miedos, Desafíos, Retos · Sanación

«De noventa enf…

«De noventa enfermedades, cincuenta son producidas por la culpa y las otras cuarenta, por la ignorancia.»
Anónimo

Esta frase no es mía, la he sacado de un libro que me dejaron ayer. Lo abrí según me senté en el metro, me interesó el tema, a ver cómo trata este asunto el autor que de partida no es sencillo, «Gente Tóxica. Como tratar con las personas que te complican la vida» de Bernardo Stamateas. Y lo primero que leo es el comentario anónimo. Para empezar, no estaba mal. Por la mañana lo había visto en el escaparate de una librería y me llamó la atención el título, pero seguí mi camino y no volví a acordarme hasta que me preguntan si lo conozco. Mi respuesta fue que simplemente lo había visto, pero que parecía que me perseguía puesto que en un mismo día aparece dos veces el librito en cuestión, así que estaba claro que lo tenía que leer.

Me suele pasar, con personas, libros, lugares, alimentos, miles de cosas que desconozco pero que de golpe entran en mi vida de una manera tímida pero insistente, así que, como si dijéramos les «hago caso» a ver que significan, qué mensaje me traen o para qué se colocan en mi camino.

Esta vez ha sido un libro. El tema me resulta conocido, llevo años recibiendo información sobre las Relaciones Tóxicas, este verano, sin ir más lejos, leí el último de Espido Freire que trata el tema, el otro día un amigo me preguntaba sobre una posible relación y si era tóxica.  En fin, que en los últimos años es un concepto que se maneja de forma, podríamos decir, habitual.  

Hay mucha bibliografía, nos podemos informar fácilmente pero es aquí donde surge mi inquietud, por llamarle de alguna forma. Mi propia experiencia me dice que es buenísimo leer, informarse. Es un proceso muy enriquecedor desde que aparece la necesidad de saber sobre algún tema que nos interesa, la búsqueda y el hallazgo. Una vez a solas, con el libro en las manos surge la conexión, el asombro, la alegría del descubrimiento de algo que nos ayuda a sentirnos mejor. Hay libros, lecturas que nos reconfortan, pero, y aquí viene mi «pero» no se trata sólo de eso, porque si no podemos experimentar el cambio, la trasformación interna, liberar esa emoción o emociones, comportamientos, tendencias, actitudes que nos llevan a mantener una relación tóxica, se queda todo en un dato más para almacenar en mi cerebro, para poder hablar de ello cuando surja la oportunidad y mi vida sigue exactamente igual. Es más, puedo dejar una toxicidad para meterme en otra.

Una cosa es la teoría y otra la práctica. Si apunto únicamente a ver, observar «al otro», al tóxico, me doy cuenta del daño que me está haciendo y coloco toda la responsabilidad en él. Adopto la figura pasiva. Un vecino, una pareja, unos padres, un jefe, etc. etc. etc. Así yo sigo igual que siempre, primero me quejo y luego respiro al liberarme. Podemos quitar personas, situaciones, relaciones tóxicas de nuestra vida, pero me parece a mí que lo enriquecedor no es sólo eso, podemos atrevernos a mucho más, a cambiar nosotros y así atraer a nuestra vida personas, situaciones, relaciones sanas, limpias, enriquecedoras.

Por mi parte, propongo enfocar el tema de una manera activa, de intercambio de información. Una persona o situación tóxica está en mi vida para algo beneficioso, viene a enseñarme o mostrar algo que yo puedo cambiar y sanar de mí. Que tengo en común con ella? Si la descubrimos manipuladora, nos podemos preguntar, cómo o cuándo manipulo yo? Intento controlar todo lo relacionado con mi vida? Qué grado de intolerancia tengo? Por ejemplo. Otro más,  «Que pesada, todo el día quejándose», la pregunta que le sigue es «de qué me quejo yo? o si queréis ir más lejos, «cuántas veces me he quejado?». Es decir, mi propuesta es que cada vez que detectemos una persona tóxica, aunque cueste un montón, intentemos vernos en ella, aceptarlo, perdonarlo y liberarlo, las veces que haga falta hasta que esa toxicidad ya no esté en mí, es entonces cuando dejamos de encontrarnos en esa situación o con ese tipo de persona, porque ya lo hemos trascendido.   

Descubrir una relación o persona tóxica está muy bien, pero mucho más enriquecedor es descubrir, aceptar y sanar mi propia toxicidad. La relación tóxica que mantengo conmigo misma, cada vez que me culpabilizo, que me envidio, empequeñezco, dejo atrás mis sueños, me siento víctima o victimario, cada vez que intento boicotearme, que me dejo llevar por el desánimo, cada vez que me enjuicio cruelmente, etc. etc. etc. Y, por supuesto, cada vez que lo he hecho al otro.

Los tóxicos son nuestros cómplices hasta que aprendemos y desaparecen. Todos y todo tiene la infinita capacidad de enseñarnos a conocernos y trascender si estamos dispuestos a ello. De esta manera va desapareciendo la queja de nuestro vocabulario, dejamos de ser víctimas, no para ser victimarios, sino que trascendemos esa forma de relación, tanto con los otros como con nosotros mismos.  Pasamos a ser responsables de nuestra vida, de nuestras decisiones y con la ilusión y entusiasmo de que la vida nos brinda la oportunidad cada día de sentirnos mejor con nosotros y con el resto.