How can I make it? I would like to learn to prepare your recipes!
Breakfast and Brunch – Eggs Over Easy with Potato Hash
Treat yourself to a special breakfast this weekend with a bacony potato hash topped with two eggs over easy.
How can I make it? I would like to learn to prepare your recipes!
Breakfast and Brunch – Eggs Over Easy with Potato Hash
Treat yourself to a special breakfast this weekend with a bacony potato hash topped with two eggs over easy.
Me he levantado de la cama de un salto, he visto un amanecer maravilloso, sublime. Me he quedado absorta contemplando la Belleza. De golpe, al mover la cabeza del gusto que estaba sintiendo he visto 2 Arco Iris juntos, ha sido la gota que me ha superado, me ha sacado de mi estado contemplativo y me ha llevado a vete tú a saber dónde. Han sido unos minutos sublimes, he perdido mi control, mis límites, supongo que me he fundido con el amanecer, con el arco iris, las nubes, el prado verde, los árboles, qué se yo¡
Gracias, gracias, muchas gracias, el sentimiento profundo de agradecimiento me ha traído de nuevo a la cocina, guauuu que bien me sentía. Mirando de nuevo por la ventana caigo en la cuenta de que amanece cada día, cada día sale la luz, viene la luz de nuevo a iluminarnos. Puf, que gozada, tomar conciencia de que pase lo que pase, amanece, acaba la oscuridad de la noche y vuelve la luz.
Pongo el agua a hervir para mi te y mientras tanto busco mi ropa para ir a bañarme. Cosa extraña, no encuentro un calcetín, lo busco por la habitación y no lo veo. Lo dejo para más tarde pero inquieta, dónde puede estar, si lo dejé ayer noche junto al resto de la ropa preparada, me ducho, hago el te, me visto y vuelvo a buscar el calcetín. Que no, que no aparece. No lo entiendo, vivo en una casa preciosa, pero pequeña, la habitación, muy bonita, pero reducida, dónde puede estar el pinche calcetín, repito cada vez un poco más obsesionada. Quiero trabajar, así que estoy con un pie sin el calcetín que no aparece y me pongo a hacerme el desayuno, mi huevo, tostada, fruta, lo preparo todo, lo saboreo pero con el pie cada vez más frío y más incómoda. Vuelvo a la habitación, vuelvo a mirar por todos lados y sigue sin aparecer. No lo dejo por imposible, vacío la lavadora y me doy cuenta que ella cobra su tributo por lavarme la ropa y suele quedarse con un calcetín, pero no está ahí. Son esas cosas de los duendes que se encargan de hacer lo que yo no hago, dar un pequeño detalle de agradecimiento. A mí no se me había ocurrido agradecer jamás a la lavadora que me deje la ropa limpia sin yo hacer ningún esfuerzo, así que se ha encargado, por fin, de «darme un toque» hoy, justo hoy y eso que nos conocemos desde hace mucho. Justo hoy, mi habitación, hace exactamente lo mismo, menos mal que caigo en la cuenta. Justo hoy que he tenido unos momentos sublimes al ver el amanecer, que con la mayor naturalidad y espontaneidad ha salido de mi corazón un sentimiento de profundo agradecimiento. Lo pienso, reflexiono, mientras sigo buscando el calcetín como un auténtico sabueso por toda la casa. Qué fácil me resulta agradecer lo sublime, sin embargo, lo cotidiano, lo que vivo como algo natural, como un derecho adquirido, eso no, eso ni tan siquiera soy consciente y claro está, ya están mis amigos los duendes para recordarme que no vale, que la vida no está hecha sólo de momentos extraordinarios. Todo esto, encima de que siempre me he considerado muy agradecida, con frío en el pie, con vergüenza por geta, por considerar que la lavadora, el lavavajillas, la cocina, todo está a mi servicio. Vaya que la energía eléctrica está a mi disposición.
Pues he bajado la cabeza y me han salido las gracias a mi lavadora, a todos los elementos y rincones de mi hogar, a mi habitación maravillosa con esas vistas, a la cocina que cada mañana me presenta el amanecer. No he querido seguir castigando a mi pie con el fresquito y he ido al cajón a buscar otro par de calcetines. Pero antes, como volvía a estar feliz y sintiendo lo mejor que hay en este mundo que es ese sentimiento de agradecimiento, he puesto la música. «Canciones elegidas». Bua… que gozada, «Bailar Pegados», «Le Meteque», (¿?) «No dudaría», mi adorado Antonio Flores… Bailando he ido al cajón y sorpresa… estaba el calcetín perdido. Cómo ha ido a parar ahí, no tengo idea, lo que si os puedo decir que las carcajadas de alegría brotaban de dentro de mí, iban mucho más allá que por el hecho de encontrar al «hijo pródigo», era por la luz que viene cada día a iluminar mi camino de aprendizaje camuflada de mil maneras diferentes, hoy, en forma de calcetín. Por mi parte, sólo, solamente estar atenta.
GRACIAS.
Cómo a veces nos quedamos bloqueados ante una acción que queremos realizar, es impresionante. En este caso, me refiero a un hecho muy concreto, pero que en el fondo es universal. Una persona, muy cercana, me hacía un comentario sobre el siguiente paso que tenía que dar en su trabajo, era algo tan sencillo que su gente no comprendía por qué no lo hacía, sin embargo, se veía y sentía totalmente incapaz, justo en el momento de realizarlo le venían miles de pensamientos en contra, avisándola del «peligro», del riesgo que corría si lo hacía. No se trataba de deslizarse por una pendiente, o tirarse en un parapente, ni tan siquiera en un paracaídas. Era algo muy sencillo, simple, que lo hacía cada día, se puede decir. Entonces, dónde estaba el problema; qué había cambiado para que no fuera capaz de continuar.
Si lo comento, no es porque se trate de algo excepcional, muy al contrario nos encontramos muchas veces en una situación similar. Nos da pánico enfrentarnos a una situación aparentemente inofensiva. Suerte de los que, al menos, tienen la conciencia de darse cuenta, de detectar el bloqueo, y saber que algo pasa dentro de ellos que les impide avanzar. Suele ser la mayoría de las veces miedo. El miedo paraliza, el miedo bloquea, el miedo impide avanzar, el miedo te atrapa de tal manera que no te deja hacer lo que quieres. Puedes justificarte y abandonar, tirar la toalla, dar rodeos; da igual, tarde o temprano la vida te va a poner en una situación similar hasta que te enfrentes.
Cuando se aborda el miedo, éste suele salir muy mal parado, la persona que lo padece, se siente fatal, se avergüenza por tener o sentir miedo y se le considera una emoción muy negativa. Se tiene que ser valiente, en esta vida hay que tener valor, no tenemos que sentir miedo. Fenómeno, muy bonito, pero entonces qué hacemos los que somos tan humanos que lo sentimos muchas veces, que se puede decir, es un compañero de viaje, como otras muchas emociones. Una solución rápida es negarlo, lo sentimos, eso sí, pero hacemos lo indecible para esconderlo; otra solución es saltarnos el miedo, sin pensarlo dos veces, !ala¡ nos lanzamos, casi casi con los ojos cerrados y automáticamente, nos ponemos los brazos sobre la cabeza como para protegernos de las consecuencias, si no físicamente, al menos metafóricamente. Luego no sabemos salir de donde nos hemos metido y ya no tenemos miedo para la próxima, sino pánico.
Por mi parte, agradezco mucho y abrazo mi miedo. Me recuerda que tengo un instinto animal, primigenio, salvaje que me avisa de un posible peligro o riesgo. Si, sí, incluso esos miedos tontos, como el mencionado anteriormente. Por ejemplo, acudir a una entrevista, aparentemente inofensiva; digo esto porque fue el último al que me tuve que enfrentar. Casi sin darme cuenta, estaba inquieta, iba posponiendo la llamada para concretar la hora de la cita. De golpe caí en la cuenta, hummm, tienes mieditis, guapa. Y sí, tenía un ligero o no tanto, miedo y de forma muy sutil me iba escaqueando. Me entro la risa, cómo no¡ y me paré a pensar. No estaba preparada, había seguido mi impulso de querer dar un paso adelante, pero no me había concedido el tiempo necesario para prepararme. El miedo me avisaba, me alertó que algo me faltaba, que no podía ir sin nada preparado, o si iba, al menos estar preparada sabiendo que no llevaba lo necesario.
Es decir, a veces nos vemos desarmados ante el peligro y el miedo, y éste, lo único que hace es avisarnos. Luego depende de lo que queramos hacer. En el primer caso, no había podido elaborar su argumento de defensa, ante las posibles consecuencias de dar el paso, sabía que debía hacerlo, pero a esa intuición le faltaba ponerlo en palabras, poder expresarlo. A partir de hablarlo, pudo ir descifrando qué pensaba realmente, cuáles eran sus puntos de apoyo. En mi caso, mi miedo me avisó que me faltaba también llevar por escrito lo que yo ofrecía, que la persona lo viera, lo tocara. Igual yo no lo hubiera necesitado, pero no todo el mundo es como yo. (Gracias miedo, por avisarme de una gran verdad)
En el momento que te enfrentas a tu inquietud, encuentras la solución. De lo contrario eres, no un valiente, sino un temerario. Si yo no sé nadar, en el mar tengo miedo, y me avisa de una carencia mía, me dice que no estoy preparada para lanzarme en alta mar. Por lo tanto, me preparo, voy a clases de natación antes de tirarme y correr el riesgo innecesario de ahogarme. Tengo miedo a la oscuridad, claro, si no ves te puedes dar un golpe, por tanto, cojo una linterna o enciendo la luz, (para empezar). El miedo a los fantasmas, apariciones, etc no llega si lo atajamos. Porque la mayoría de los miedos se pueden parar en el momento de enfrentarlos, eso no quiere decir que hagamos lo que nos da miedo de inmediato, no, eso quiere decir que miremos, observemos, pensemos en la solución para abordarlos y nos preparemos para estar tranquilos y serenos ante el reto que nos presente la vida.
El proceso de aprendizaje de vivir lleva toda la vida. A veces nos vienen miedos absurdos que nos paralizan y sin embargo, somos capaces de realizar verdaderas proezas que para otros son impensables. Aquí radica una de las maravillas de la vida, aquí vemos como no hay normas fijas para todos. Como lo importante es irnos conociendo, descubriendo nuestros pequeños o grandes temores cada vez que la vida nos pone delante la oportunidad de avanzar, de salir de nuestra zona de confort y seguir evolucionando con alegría y entusiasmo.
Esta persona pudo dar el siguiente paso, contenta, segura y satisfecha, dispuesta a continuar con su trabajo y sabiendo que cada reto es una gran oportunidad. Por mi parte, me dio un subidón, me puse encantada de la vida a preparar lo que no había hecho, agradecida de estar a tiempo y sin el temor de enfrentarme a una persona antipática, seca y miles de adjetivos más que mi enajenación producto del miedo me hizo creer.
Cuando no nos enfrentamos a nuestros miedos, sino que ellos se adueñan de nosotros, nos vemos como unas víctimas de la vida y de los demás. Nos creemos que no tenemos capacidad de defensa y hacemos cada vez más grandes a nuestros supuestos enemigos. Todo es producto de la fantasía, nos creamos una auténtica ficción y nos la acabamos creyendo. No hay reto que nos ponga la vida frente a nosotros que no podamos afrontar, se trata de darnos el tiempo necesario para prepararnos. No podemos caer en la prisa, en la comparación. Este es un proceso maravilloso de aprendizaje, de conocimiento, que nos hace sentir vivos, ágiles, activos y repletos de entusiasmo.
Hay retos que duran muchos años, hay retos que se aprenden en minutos, qué más da¡ el caso es tener, eso sí, la valentía de enfrentarnos a nosotros mismos, de tener la valentía de conocernos poco a poco. De no ser cobardes echando la culpa a los demás de nuestros fracasos. Un fracaso sólo es un aviso de que nos falta algo por aprender, una oportunidad más para crecer.
Me he levantado con sequía creativa, no parece que hoy pueda pasar nada bueno en mi vida, aunque no hay indicio alguno que indique lo contrario, tampoco que lo cuestione, sin embargo, parece que acepto sentirme así, totalmente seca de ideas, abatida y sin ilusión alguna.
No obstante, me levanto, desayuno, ducho y me pongo frente a mi ordenador. Pase lo que pase no puedo dejar de realizar mi trabajo, es lo único que tengo claro, seguir con mi disciplina, a pesar de mi emocionalidad. Pero ya lo decía yo, hoy nada sale bien, curiosamente he debido olvidar mi contraseña, o no entiendo que le pasa a esto, me dice que no es válida. Lo vuelvo a intentar y tampoco, al final, he conseguido que se bloquee todo. Con lo cual no tengo acceso a internet con lo que eso conlleva, no tengo acceso al exterior. Ya empezamos, esta vez no ha sido voluntario, hoy quiero comunicarme, enterarme de las noticias del mundo, de mi mundo, en fin, que no estoy caracol, vaya, hoy no. Entonces, ¿con qué me puedo identificar?, ¿qué me toca «ser» hoy?. Ya sé, me veo por la meseta dura y seca, con un horizonte que nunca se alcanza, sin un árbol donde guarecerse del sol abrasador; también con el desierto de arena que me impide avanzar con rapidez, con la garganta seca y sin atisbos de encontrar una fuente con agua.( Menos mal que estoy rodeada de naturaleza verde, con un día nublado y amenazando lluvia, de lo contrario, no sé qué sería de mí, con semejantes identificaciones).
Me he visto en las dos situaciones mencionadas, atravesando la meseta castellana con un calor seco y sofocante, sin una pequeña sombra a la vista y con una botella de agua recalentada. También caminando por el desierto, con un sol abrasador, arrastrando los pies y toda la boca con sensación de polvo. En ambos escenarios seguí con disciplina, con el propósito inflexible de alcanzar la meta, seguir caminando con la esperanza de acabar pronto semejante tormento y que al llegar al final, encontraría agua fresca, una buena ducha y la satisfacción de la etapa acabada. Por tanto, hoy lo tomo “como si…” y continuo, con la ilusión de acabar la etapa y sentir la satisfacción de saber qué me pasa, por qué esta identificación.
El “como si…” me ayuda siempre que estoy en fase seca, o fase hundida, o fase incrédula, o en cualquier momento de desesperación, cuando lo único que me apetece es meterme en la cama y no hacer absolutamente nada. Entonces hago “como si… creyera que vale la pena continuar, que vale la pena tener esperanza, que vale la pena el proyecto que tengo entre manos, es decir, que vale la pena seguir currando en lo que sea, y que pasar a la acción es lo único que va a sacarme de mi mal estar.
La acción no siempre es la misma, unas veces se trata de escribir, otras de regar las plantas, otras de limpiar la cocina, otras de ordenar armarios y liarme a tirar todo aquello que no me sirve; a veces cojo la bicicleta y me agoto en la primera ligera inclinación hacia arriba del terreno, pero sigo buscando la cuesta abajo. A veces me paso todo el día en “acción” y no encuentro la satisfacción buscada, simplemente el agotamiento de haber estado en actividad, con la cabeza o mente concentrada en lo que estoy haciendo sin pensar en nada más que en hacer lo mejor que puedo.
Gracias a estos días de sequía, tengo un jardín que me da placer verlo, unas lechugas buenísimas, varias páginas publicadas, varias investigaciones terminadas, mermeladas, armarios ordenados, mesa de trabajo limpia, algunas conclusiones y una largo etcétera de pequeñas cosas que me alegran la vista y hacen que me sienta bien conmigo misma.
No quiero dejar de mencionar que en estos días de aridez, gracias al WhatsApp siempre hay un mensaje divertido que te llega y hace que sonría. Esa amiga o amigo, lo que menos se imagina es el efecto que hace en mí. Me saca de mi “enmimismamiento” y me hace reír por unos instantes, y por unos instantes vuelvo a recobrar la fe en el ser humano. Si, cuando estoy así, paso de un extremo al otro, en ningún momento he declarado que tenga sentido mi estado anímico, pero si es cierto, que el que tiene peso y poder es el estado lamentable de la sequía. Pero continuando con la acción elegida para ese día.
Hoy he decidido escribir y hablar sobre la película que vi ayer, Las brujas de Zugarramurdi, de Alex de la Iglesia. No sabía que iba a ver, pero me gustan sus pelis, tienen efecto en mí, me desconciertan. Me descolocan porque lo mismo me hacen reír, que me sorprende lo que critica, que me asombra lo que trasgrede. El caso es que cuando salí me urgía comentarla, hablar de ella con alguien que la hubiera visto y ¡cómo no! una amiga del alma, que me la había recomendado, estaba dispuesta a ello en el teléfono. (Las distancias se acortan gracias a la tecnología y a las tarifas planas).
Nos volvimos a reír de los golpes de humor, pero también compartimos opiniones sobre los actores, el tema, la trasgresión de lo sagrado y tuvimos que colgar, todo tiene un límite, pero yo seguía con ganas de descifrar algo más que no tenía idea qué. Necesitaba comunicarme.
Sobra decir que a mí me impresionó la película, no por buena ni por mala, sino, simplemente obró en mí algo que me movió internamente. Luego, con un grupo de amigas mi comentario fue prudente, “a mí me ha gustado, pero yo tengo un humor un poco rarito”. Todavía no sabía el “efecto película”.
Esta mañana seguía yo sola con el tema, mis ojos vieron unas imágenes, mis oídos oyeron frases, pero mi ser, no sé qué sintió, porque sigue alterado. Cuando me pasa esto no paro hasta descifrar que ha sido lo que tanto efecto ha causado en mí que me impide estar bien hasta que lo descifre. Ahora entiendo mi sequía, ahora entiendo por qué me he despertado rarita. Algo me debió impresionar que va más allá de la peli. O simplemente conectó con algo que me preocupa e inquieta.
Al no tener a nadie con quien comentar, me pongo a dialogar conmigo misma y por fin caigo en la cuenta de qué me está pasando.
A ver, resumiendo, la lucha de poder, las mujeres contra los hombres y viceversa me horroriza. Me sigo impresionando al escuchar a hombres hablar de la mujer. Histérica, controladora, víctima, manipuladora, mandona, y una larga serie de improperios que suelen resumir en “Son todas unas brujas”.
En reunión de mujeres pasa lo mismo, pero en sentido contrario, da igual que estén casadas o solteras, las quejas van de que no tienen comunicación, son unos cobardes, se quejan por cualquier dolor, a la hora de la verdad no saben qué hacer, siempre piensan en lo mismo, sólo saben ver la tele, no tiene ilusión ya por nada, no pasan la pensión, se escaquean de todo, no tiene cabeza, que ¡se está mucho mejor sola¡, vaya. ¿Sigo? No hace falta, verdad? El resumen es que la que tiene marido lo quiere regalar y la que no tiene dice que no existe un hombre normal, un compañero agradable.
Vamos a ver, ya sé que no todos los hombre y mujeres piensan así, ¡menos mal¡ pero si algunos todavía, de lo contrario no hubiera visto una peli, que utiliza un tema ancestral para plantear un tema que, por desgracia, sigue de actualidad, la lucha por el poder entre hombres y mujeres.
Me da mucha tristeza, si, mucha pena ver que todavía seguimos con lo mismo. De qué han servido tantos años de emancipación por parte de las mujeres, de tanto criticar al machismo, patriarcado. Tenemos Leyes de igualdad, acceso a la Universidad que se supone a la cultura y a puestos de trabajo. Hemos accedido al mercado laboral. Veo padres con carritos de bebes, de la compra. Se supone que ellos han adoptado roles que antes desechaban. Qué queremos entonces, qué nos falta para respetar, amar y dejar en libertad a los hombres.
No nos hemos enfrentado a la tradición para continuar con viejos recursos como la manipulación, como para seguir ejerciendo un poder desde el victimismo, como para seguir creyendo que son ellos los que nos tienen que dar la felicidad, la seguridad económica, la seguridad del no ir solas a los sitios. No nos hemos enfrentado a nosotras mismas, a nuestros miedos e inseguridades para seguir faltándoles el respeto con nuestros silencios o castigos sutiles. Para exigirles que sean ellos los encargados de darnos tranquilidad y sosiego. Queremos que sean “el descanso de la guerrera”, eso de lo que tanto nos quejábamos. Si, sabemos conducir, pero les seguimos exigiendo que nos conduzcan por la vida, aunque sea mal, pero ahí seguimos, exigiendo. Somos capaces de poner a bajar de un burro al padre de nuestros hijos con tal de fastidiarle, en lugar de dejar que sean los hijos quienes tengan su propia opinión.
La caída del príncipe azul es un hecho real. No existen, no hay, lo mismo que no hay princesas por mucho que nos lo hayan dicho. Una cosa es tener autoestima, respetarse a una misma, tener dignidad, requisitos indispensables para vivir o relacionarse con alguien, hombre o mujer y otra cosa muy distinta, ser princesa de cuento, esperando encerrada en nuestra torre que nos libere un apuesto caballero de nuestras limitaciones y nos saque de nuestro aburrimiento.
Con todo lo que hemos avanzado las mujeres, lo que hemos logrado, y de lo que nos hemos liberado… parece que no basta a los «chicos». Quieren «el ángel del hogar», la mujer modelo de los 50 interpretada por Doris Day?
No todas las mujeres somos “brujas malas y poderosas”, lo mismo que no todos los hombres son “ogros enormes que nos encierran en su castillo para devorarnos”.
La mayoría venimos a buscar lo mismo, respeto, amor, ternura, mimos, libertad, diversión, comunicación, pero hablamos lenguajes diferentes. Aunque creo que lo primero es preguntarnos y exigirnos a nosotros, si, si, hombres y mujeres, si me lo doy a mí eso que tanto ansío y necesito del otro. Soy amable conmigo o me exijo con una crueldad tremenda unos objetivos inalcanzables. Sigo exigiéndome ser el número uno en absolutamente todo y si no lo logro me enfado conmigo y guardo una rabia que me consume. Me lo paso bien conmigo misma sola o solo? Soy capaz de darme algún mimo que otro, o consuelo, en lugar de creerme una porquería porque he tenido un fracaso? Acepto mis debilidades, “pequeños defectillos” de verdad, de corazón, o hago todo lo que esté en mi mano para esconderlos e ignorarlos? Persigo mis sueños enterrados en el “no vale la pena” en lugar de exigir ganas de vivir al otro? Y, para finalizar, me hago cada día una ligera revisión de lo que siento, pienso y hago para ver si soy coherente conmigo?
Sé que este tema puede dar paso a miles de interpretaciones, que hiere sensibilidades y nos defendemos como “gatos panza arriba” cada vez que se aborda. Que se me puede criticar alegando que es mucho más profundo y difícil como para resumirlo en que la solución está en una simple autocrítica. Sin embargo, para empezar por algo concreto y que está al alcance de todos, abogo por ella, ya que las grandes soluciones como leyes, medidas y revoluciones parece que no han tenido el efecto deseado, por el momento. Seguimos quejándonos los unos y las otras, sigue siendo un conflicto la relación. Igual en el ámbito público, se disimula o parece menos alarmante, pero cuando vamos a casa, en la intimidad seguimos en guerra. De lo contrario, no escucharía de manera tan constante estas quejas por parte de ambos sexos.
La violencia de género es un hecho real, pero parece que la sufren los dos géneros. No hay asesinatos de mujeres a hombres, la violencia femenina no se traduce en los golpes físicos. Hay muchos hombres que no matan físicamente a las mujeres. A la violencia que hoy me refiero es la sutil, la que va matando cada día nuestra ilusión, nuestras ganas de vivir, la que entierra los sueños y la esperanza. La que nos hace sentir que no valemos para nada, que hemos fracasado en todo y que nos impide ver soluciones para salir de ese agujero negro en que vivimos. La violencia de la exigencia diaria, del reproche. Ese estar con alguien que se siente eternamente insatisfecho o insatisfecha, haga lo que se haga. A la crítica sistemática por el hecho de ser mujer u hombre, acudiendo a viejos tópicos inamovibles.
Por eso, me planteo que se puede empezar por una autocritica, para dejar al otro u otra en un segundo plano y comenzar por uno mismo. Me parece que no puedo exigir a nadie lo que yo soy incapaz de darme. Si tengo la suerte de que me pase, doy saltos de alegría y se lo agradezco de corazón, lo considero un regalo, no un derecho.
Ahora veo cuál fue el “efecto peli”, me produjo tristeza, me produjo indignación, todo ello oculto bajo la risa y el humor. Pero lo que mi ser vio fue que aún se sigue hablando del miedo, de la desconfianza del hombre a la mujer; que el divorcio no evita seguir enganchados en un enfrentamiento, que se sigue peleando por lo que creemos que nos pertenece, los hijos. Que las madres nos sentimos robadas cuando el padre “nos quita a nuestros cachorros”, y los padres, ¡igual¡ reivindican lo mismo.
(No voy a entrar a comentar la utilización de unos símbolos y tradiciones de una cultura como pretexto, eso lo dejo para otro día)
Ahora se me ocurre otra propuesta, utilizar el humor, la risa para enseñar la otra realidad, que también existe. Mujeres y hombres que conviven en armonía, que se respetan, que las diferencias entre ellos son utilizadas como motor de crecimiento. Que se apoyan y sostienen y se aman en calidad de lo que corresponda. Que existen matrimonios finalizados que siguen trasmitiendo a sus hijos amor y respeto, olvidándose de las diferencias entre ellos, que no compiten, sino que aúnan fuerzas para educar en la libertad y respeto.
Salir de una película que muestre esta otra realidad, igual no consigue que nos partamos de risa, pero si que creamos que vale la pena seguir intentando crear un mundo mejor, que vale la pena creer en el ser humano, que poco a poco vamos mejorando cada día. Que estamos ansiosos de ideas renovadoras que nos hagan plantearnos nuestras vidas y seguir intentando vivir en armonía con el otro y con la naturaleza.
El miedo al “otro”, la desconfianza, estar a la defensiva, y pequeñas actitudes antiguas pueden sustituirse por la inocencia (no ingenuidad), por la confianza, por la seguridad.
Yo propongo otra realidad, no por ello menos cierta. Ya basta de tanta basura humana, de mostrar todas nuestras sombras, limitaciones, carencias… qué tal un poco más de Belleza? Para levantarnos por la mañana alegres, con ganas de vivir, con la ilusión de la sorpresa que la vida nos depare, a pesar de los problemas o dificultades de cada uno.
Aprender a vivir en armonía con lo que tenemos pero sin perder la esperanza de que cada día podamos alcanzar un trocito de Belleza para nosotros y los que nos rodean.