Escritura Creativa · Miedos, Desafíos, Retos · Silencio, Conexión, Transformación

«Prisa, Mata»

Tengo miedo, si, tengo miedo a escribir, no vaya a ser que no salga algo bueno.

Desconfío de mi, desconfío de mis resultados.

No tengo absolutamente nada que decir.

Me quedo mirando el paisaje, es francamente precioso.

Hay espacios donde la hierva crece salvaje y otros donde está cortada y me gusta.

El cielo comienza a cubrirse de nubes, amenaza lluvia.

Se oyen los pájaros celebrando su día, comunicándose o vete a saber para qué cantan, pero su canto me gusta.

De los perales empiezan a salir peras diminutas, todo sigue su ritmo.

Un perro toma el sol. El otro da vueltas detrás de los insectos. Acompañan mi soledad.

Los caracoles pasean por la tarima, un mirlo busca en la hierva comida.

Al fondo, el sonido de la lavadora funcionando.

Pasa un avión, hace mucho ruido y traslada mi imaginación a una guerra. Bombardeos. Gracias por no estar en esa situación.

Me levanto, tomo el oligoelemento.

Ha venido la gata, se lame tumbada junto a mi. Más compañía, afecto sutil.

Vaya¡ acaba de pasar una moto. Uf, menos mal, ya no se la oye.

Acaba la lavadora, cuelgo la ropa con el sol sobre mis hombros, lo agradezco y sonrío.

Miro a mi alrededor, no hay nadie, ningún sonido humano.

Que maravilla, aprecio el canto de los grillos, es Mayo,  ya están de nuevo en el jardín.

El mirlo insiste en buscar comida.

Las nubes desaparecen, vuelve a calentar el sol.

Escucho la brisa, me dejo llevar.

Me traslado al Marruecos de hace ya más de 20 años.  El canto de los grillos me ha llevado a una experiencia que tuve allí y que me sigue acompañando.

Iba por la carretera en coche mirando por la ventana. El paisaje era todo igual, no se apreciaba, salvo una tierra grisacea, arenosa, nada más. Aburrido, monótono si no hubiera sido por la novedad. La velocidad era lenta, el terreno carecía de asfalto, pero más rápida que si hubiera ido caminando.

No recuerdo cual fue la causa que hizo que parara y me bajara del coche, ah si¡ que comenzaba a anochecer y la vista amenazaba con ser espectacular. Me siento al borde de la carretera, paro mi ritmo, descanso y sin esperarlo, del horizonte van apareciendo colores, rojo intenso, azul, amarillo; entorno los ojos, casas de adobe, un gallo,  unas mujeres y niños hablando, riendo, gritando. Absorta, se puede decir que olvidé el motivo por el que paré, me divertí experimentando lo que ese paisaje me iba regalando, lo que mi mirada tranquila, sin prisa iban descubriendo. De golpe, moví la cabeza enfocando mi vista a la puesta de sol y sólo recuerdo la paz que me invadió, la certeza de que no necesitaba nada más en ese momento, que todo está bien.

Me costó, como si dijéramos, volver en sí, es decir, levantarme y volver al coche. La sensación de que me iba a explotar el corazón de agradecimiento, aún la recuerdo. Mi alegría, riendo de lo que acababa de aprender, de que tan solo se trataba de parar, calmar mi prisa por llegar,  y de lo bien que estaba.

Está la hierva plagada de margaritas, de flores pequeñas amarillas, pasa un coche y no hace demasiado ruido, casi ni le oigo.

Ahora es ya el momento de levantarme, de coger el metro e ir a trabajar sin olvidar entornar los ojos, sumirme en el entorno, en silencio y disfrutar de lo que me enseña esta vez.

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Miedos, Desafíos, Retos · Objetivo, Metas, Propósitos

Otro empujón

Hoy sigo con el tema del empujón, si, porque dejé en el tintero otro tipo de empujón, muy necesario también y muy práctico. Me parece interesante tenerlo en cuenta, o caer en la cuenta si lo hemos experimentado pero no lo hemos considerado.

Hay días en que estamos «tocada@s», o para ser más precisa, temporadas.  Se nota al sentir un cansancio «especial», ese que te permite hacer todo lo que tienes que hacer pero te impide hacer algo diferente, divertido, estimulante. Toda la energía se dirige a realizar las tareas diarias y una vez terminadas la vista se dirige a la cama y allí vas, como un autómata, a tumbarte y dejarte acunar por Morfeo.

La cabeza, la mente sólo se ocupa de lo imprescindible , no da para más. Así que cuando te despiertas continuas haciendo, paso a paso, lo que sabes, «se tiene que hacer».

A mi, cuando estoy así, se me escapan pequeños detalles, se me va «el santo al cielo», como se suele decir y cuando me reclaman lo olvidado, o me señalan el despiste, me quedo bloqueada, no se qué decir, salvo, ese «lo siento, ¡ostras¡ no me he dado cuenta¡, se me ha olvidado¡» que sale del corazón, pero mi mente se queda  en blanco y toda yo, como un pasmarote, con cara de aterrada.

Otro síntoma es que a la mínima se salta como un felino enjaulado, escupes todo tipo de improperios y dices lo que quieres decir pero justamente con las palabras, el tono y la forma que no se tienen que decir nunca. En este caso, es el «otro» el que se queda con cara de pasmado y con expresión aterrada y de interrogación, sale por patas.

Da igual la reacción, el caso es que te hacen sentir fatal cualquiera de las dos. Viene de golpe una culpabilidad ácida, unas ganas de «esconderse», de que nadie nos vea, de no seguir pringandola, vaya. Se quiere gritar ¡que se pare el mundo, que me quiero bajar¡. No hay nada, en ese momento que consuele, que quite importancia «al despiste», o a la salida fuera de tono, más bien,  todo lo contrario, a medida que va pasando el tiempo, la culpabilidad aumenta porque recurren incansablemente miles de recuerdos donde se ha tenido «algún fallo similar». Lógico, a medida que vamos cumpliendo años, se van acumulando una serie de experiencias repetitivas que nos pueden hundir en la miseria cuando florecen de nuevo.

Entonces…. ahí viene el «otro empujón». Esta vez me lo doy yo a mí misma. En lugar de seguir dándole vueltas al tema, dejo todo lo que estoy haciendo, pospongo lo que tenga que hacer y me voy  sola (en ese estado es fundamental no estar con nadie, para evitar «herir suceptibilidades», no estamos presentables) a dar un paseo por algún lugar que me guste, a paso ligero, muy ligero. Elijo activar mi cuerpo en lugar de mi mente que la dejo descansar y no paro hasta que estoy agotada físicamente. Me «sacudo» todas mis culpas, «sudo» todas mis quejas, me desahogo y saco todos mis enfados. Una vez vaciada, me siento o tumbo (si no está mojado el suelo), miro al cielo, respiro profundamente y dejo mi vista distraerse con las nubes, con las ramas de los árboles o, simplemente con el cielo.  Descanso y poco a poco todo se va poniendo en su sitio, me «recoloco» en la vida, en el mundo que me ha tocado vivir, sigo respirando profundamente hasta que me vuelven las ganas de vivir, acuden ideas para salir de mi monotonía y la fuerza para llevarlas a cabo. Tímidamente comienzo a sonreír y de manera inconsciente me levanto, voy al coche, arranco y me dirijo con la música a tope, a seguir haciendo lo que dejé a medias.

Pero eso sí, menos cansada, más alegre, conociendo un poco mejor mis fallos y con la esperanza de poder superarlos poco a poco; que tengo grandes despistes, a veces producto de mi grado de autoexigencia, del estres al que me dejo arrastrar por no parar mi mente, respirar profundamente y conectar con el soplo de vida que dice «todo está bien, no tengas miedo». En el camino he dejado un poco de la soberbia que me hizo sentir tan mal por no «dar la talla»; en el camino se ha quedado la culpabilidad por no «ser perfecta»; la rabia por no «poder con todo»; la tristeza por no demostrar mejor mi amor; Por cierto, que no se me olvide que tengo que ir al súper, no hay nada en la nevera, jajaja. 

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El empujón

A quien no le han dado un empujón alguna vez y le han sacado de la fila, le han quitado el único asiento del bus o del metro, le han apartado para colarse en la barra de un bar y pedir su consumición. Hay alguien que nunca le haya pasado? Es más, me imagino que hasta los que más se han colado, alguna vez, se han sentido empujados.

Te sientes fatal, la rabia comienza a bullir por dentro y depende de cada uno, o te la tragas en ese momento y la vas sacando por los ojos, dirigiendo la mirada fulminante al causante, o le pegas otro empujón más fuerte y le retiras mirándole con furia y dándole a entender qué quién se ha creído que es.

Hay diversos tipos de empujones, unos los recibes porque molestas, estás en la línea de acción de alguien y quiere quitarte de en medio, como sea, y como seguro tiene prisa, pues utiliza lo más rápido y fácil, el empujón.  El sujeto de la acción puede o no ser conocido, da igual, simplemente estás donde no quiere que estés, y vasta, no hay más explicación que valga.

Sobra decir que el empujón puede ser físico o no. Igual no llegan a tocarte pero vaya, que te «empujan» fuera, seguro. Utilizan otras «fuerzas», no las físicas pero sí las psicológicas, emocionales, indirectas, a través de la difamación o de la descalificación. En fin, vuelvo a decir, quién no ha padecido una de éstas?

Otro tipo de empujón es el del castigo. Aquí vuelves a recibir un impacto que te deja lerdo, atontado, no entiendes nada, porque este tipo de castigo suele ser motivado por lo mismo que el otro empujón, por el hecho de ser y estar en el mundo de manera molesta para el castigador. Si, sí, este empujón es impresionante, molestas. Molesta tu forma de ser o de vivir y, como tiene prisa el victimario, pues no se detiene a comentártelo, a pedirte que te apartes que no quiere verte, se limita a, sin tú saber la causa, a apartarte, pero esta vez, no de la fila o cola, no, esta vez intenta apartarte de tu camino. Sacarte de tu senda, porque no quiere que vayas por ella, su deseo es que vayas por donde él te indica. Si no haces caso, se lo toma como algo personal y te persigue castigándote. El castigo en este caso toma los efectos del comentado empujón. Qué pesadez, otra vez, a volver a tu camino, pero entre empujón y empujón te hace perder mucho tiempo, ya que cada vez son más fuertes, con la clara intención de a ver si aprendes a obedecer.

Para detectar estos empujones, una manera fácil es observar cómo te sientes después de estar con ciertas personas. Si acabas agotado, sin ganas de continuar, habiendo olvidado de golpe todo lo que te hacía estar bien, con alegría y entusiasmo, aquí tienes, un empujón. Si además de sentirte así, aparece la confusión, no sabes qué pintas en esta vida, que todo lo haces mal y nunca has tomado una buena y correcta decisión, entonces ya el empujón es muy fuerte.

Una vez que reconoces a estos empujadores profesionales solo te queda el apartarte lo más lejos posible de ellos y no caer en la tentación de acudir a su llamada, sea para lo que sea. Luego, si aparece algún desconocido, poco a poco, comienzas a detectar que te está empujando y sales corriendo.

Pero para terminar voy a comentar el empujón maravilloso, el que te hace seguir con tu Idea, proyecto, propósito. El que te empuja hacia arriba, el que te da un impulso para no desistir, para no seguir autocompadeciéndote sino que te muestra tu valía personal. Es la persona que te anima cuando tus fuerzas flaquean, es la que en un momento dado te hace reírte de ti mismo y te provoca al mismo tiempo lágrimas y risas que limpian tu mente para ver con claridad. Es el sabio consejo que te indica un error cometido que te está paralizando. Es esa mirada cómplice en un momento de nerviosismo, o cuando te sientes fatal por haber metido la pata.

Son tantos los empujones de este tipo que voy recibiendo a lo largo de mi vida que no acabaría nunca, pero hoy, justo hoy, he recibido uno nada más coger el móvil. Una amiga a través del whatsup, con una sola frase que me dice, me ha dado un gran empujón para continuar.

A ella, que siempre tiene la frase que me hace falta en su boca, junto a todos los demás que no paran de empujarme, para que «no me salga», para que no huya, digo, que cada vez somos más los que empujamos a ser «uno mismo», a vivir nuestra propia vida sin molestar a nadie, sin necesidad de apartar a nadie de su camino. Gracias.

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«De noventa enf…

«De noventa enfermedades, cincuenta son producidas por la culpa y las otras cuarenta, por la ignorancia.»
Anónimo

Esta frase no es mía, la he sacado de un libro que me dejaron ayer. Lo abrí según me senté en el metro, me interesó el tema, a ver cómo trata este asunto el autor que de partida no es sencillo, «Gente Tóxica. Como tratar con las personas que te complican la vida» de Bernardo Stamateas. Y lo primero que leo es el comentario anónimo. Para empezar, no estaba mal. Por la mañana lo había visto en el escaparate de una librería y me llamó la atención el título, pero seguí mi camino y no volví a acordarme hasta que me preguntan si lo conozco. Mi respuesta fue que simplemente lo había visto, pero que parecía que me perseguía puesto que en un mismo día aparece dos veces el librito en cuestión, así que estaba claro que lo tenía que leer.

Me suele pasar, con personas, libros, lugares, alimentos, miles de cosas que desconozco pero que de golpe entran en mi vida de una manera tímida pero insistente, así que, como si dijéramos les «hago caso» a ver que significan, qué mensaje me traen o para qué se colocan en mi camino.

Esta vez ha sido un libro. El tema me resulta conocido, llevo años recibiendo información sobre las Relaciones Tóxicas, este verano, sin ir más lejos, leí el último de Espido Freire que trata el tema, el otro día un amigo me preguntaba sobre una posible relación y si era tóxica.  En fin, que en los últimos años es un concepto que se maneja de forma, podríamos decir, habitual.  

Hay mucha bibliografía, nos podemos informar fácilmente pero es aquí donde surge mi inquietud, por llamarle de alguna forma. Mi propia experiencia me dice que es buenísimo leer, informarse. Es un proceso muy enriquecedor desde que aparece la necesidad de saber sobre algún tema que nos interesa, la búsqueda y el hallazgo. Una vez a solas, con el libro en las manos surge la conexión, el asombro, la alegría del descubrimiento de algo que nos ayuda a sentirnos mejor. Hay libros, lecturas que nos reconfortan, pero, y aquí viene mi «pero» no se trata sólo de eso, porque si no podemos experimentar el cambio, la trasformación interna, liberar esa emoción o emociones, comportamientos, tendencias, actitudes que nos llevan a mantener una relación tóxica, se queda todo en un dato más para almacenar en mi cerebro, para poder hablar de ello cuando surja la oportunidad y mi vida sigue exactamente igual. Es más, puedo dejar una toxicidad para meterme en otra.

Una cosa es la teoría y otra la práctica. Si apunto únicamente a ver, observar «al otro», al tóxico, me doy cuenta del daño que me está haciendo y coloco toda la responsabilidad en él. Adopto la figura pasiva. Un vecino, una pareja, unos padres, un jefe, etc. etc. etc. Así yo sigo igual que siempre, primero me quejo y luego respiro al liberarme. Podemos quitar personas, situaciones, relaciones tóxicas de nuestra vida, pero me parece a mí que lo enriquecedor no es sólo eso, podemos atrevernos a mucho más, a cambiar nosotros y así atraer a nuestra vida personas, situaciones, relaciones sanas, limpias, enriquecedoras.

Por mi parte, propongo enfocar el tema de una manera activa, de intercambio de información. Una persona o situación tóxica está en mi vida para algo beneficioso, viene a enseñarme o mostrar algo que yo puedo cambiar y sanar de mí. Que tengo en común con ella? Si la descubrimos manipuladora, nos podemos preguntar, cómo o cuándo manipulo yo? Intento controlar todo lo relacionado con mi vida? Qué grado de intolerancia tengo? Por ejemplo. Otro más,  «Que pesada, todo el día quejándose», la pregunta que le sigue es «de qué me quejo yo? o si queréis ir más lejos, «cuántas veces me he quejado?». Es decir, mi propuesta es que cada vez que detectemos una persona tóxica, aunque cueste un montón, intentemos vernos en ella, aceptarlo, perdonarlo y liberarlo, las veces que haga falta hasta que esa toxicidad ya no esté en mí, es entonces cuando dejamos de encontrarnos en esa situación o con ese tipo de persona, porque ya lo hemos trascendido.   

Descubrir una relación o persona tóxica está muy bien, pero mucho más enriquecedor es descubrir, aceptar y sanar mi propia toxicidad. La relación tóxica que mantengo conmigo misma, cada vez que me culpabilizo, que me envidio, empequeñezco, dejo atrás mis sueños, me siento víctima o victimario, cada vez que intento boicotearme, que me dejo llevar por el desánimo, cada vez que me enjuicio cruelmente, etc. etc. etc. Y, por supuesto, cada vez que lo he hecho al otro.

Los tóxicos son nuestros cómplices hasta que aprendemos y desaparecen. Todos y todo tiene la infinita capacidad de enseñarnos a conocernos y trascender si estamos dispuestos a ello. De esta manera va desapareciendo la queja de nuestro vocabulario, dejamos de ser víctimas, no para ser victimarios, sino que trascendemos esa forma de relación, tanto con los otros como con nosotros mismos.  Pasamos a ser responsables de nuestra vida, de nuestras decisiones y con la ilusión y entusiasmo de que la vida nos brinda la oportunidad cada día de sentirnos mejor con nosotros y con el resto.  

Miedos, Desafíos, Retos · Objetivo, Metas, Propósitos

El placer de cocinar

Comunicar, entregar, compartir lo que se, lo que siento, lo que experimento se está convirtiendo en una verdadera necesidad, en un placer.

Dicen que hasta los 4 años no hablé, sólo emitía sonidos para hacerme entender y se ve que lo lograba. A consecuencia de este «enfado» (no me daba la gana de hablar), ha sido muy fácil escuchar la broma de pues quien lo diría, ahora no callas, entre otrosSer charlatana era lo que más escuché de mis queridas monjitas o señoritas del cole. A mí me llegó como el mayor rasgo de mi carácter, todo lo demás no debía ser importante, yo era charlatana. A esto hay que añadir que también me definían como distraída, con lo cual entré en la adolescencia, sabiéndome habladora y distraída.

Con el paso del tiempo fui ampliando el conocimiento de mí misma gracias a la opinión que despertaba, y pude añadir,  que me había convertido en una chica alegre, repetidora, dispersa, insustancial, nunca los pies en la tierra, egoísta, escurridiza, loca, irresponsable, inmadura, inquieta, nerviosa y al mismo tiempo, baga, perezosa. Muchos más, por supuesto,  pero ahora, como mujer madura, veo con claridad que fueron estos rasgos de mi carácter o personalidad los que me han pesado enormemente y han ejercido mucho poder, consciente o inconsciente, a la hora de elegir, a la hora de tomar una decisión. Su poder no fue absoluto,  no llegó a frenarme, a paralizar mis deseos o anhelos, simplemente a hacerme sentir muy culpable y a gozar de una autoestima por los suelos.

Como mujer aprendí a cocinar muy pronto, a saber hacer una comida con los ingredientes que tuviera en la nevera y despensa en ese momento, y además que estuviera rico. Hay que reconocer que eso tiene ser mujer, entre otras cosas. Así que ni corta ni perezosa, fui aceptando estos ingredientes que me configuraban con otros que fui adoptando y empecé a «cocinarme», a trasformar, a elaborar mis propios ingredientes. Como buena cocinera, busqué diferentes «recetas», escuché muchas opiniones de otras «muy buenas y experimentadas cocineras» que me indicaban ingredientes que no conocía de mi propia despensa.

Si coges harina y te la comes, es horrible, malísima, sin embargo, si la mezclas con leche, mantequilla, sal y un poco de nuez moscada, sale una besamel  o bechamel deliciosa. De donde puedes hacer croquetas, buenísimas; canelones, deliciosos, bien gratinados con queso, humm, que delicia. Todo esto como un simple ejemplo, que se me acaba de ocurrir, pero vaya, hay miles de ingredientes que si no pasan por un proceso, no hay quien los coma y en cambio, después de un lenta y buena elaboración pueden llegar a ser exquisitos.

Por favor, ruego abstenerse de caer en la trampa de la mente racional inquisitiva y negativa y responder, ya, pero no es fácil hacer bien una bechamel, con grumos es repugnante; hay croquetas que no hay quien las trague. ! Por supuesto¡ pero si algo hemos aprendido las mujeres es que no somos perfectas pero a base de insistir y de paciencia acabamos por aprender y a hacerlo…bueno, no del todo mal. Vale?

Después de cocinar un plato con cariño, ilusión, delicadeza, paciencia me encanta sacarlo a la mesa y que lo disfruten los comensales, es decir, compartirlo. Por eso, como estoy aprendiendo a «cocinarme» disfruto compartiendo con todos vosotros lo que voy elaborando con mucho cariño, paciencia y dedicación.

No hay ingrediente malo, unos son más complicados que otros, precisan de una mayor conocimiento para trasformarlos y poder utilizarlos a nuestro favor, no en nuestra contra y además tenemos la inmensa suerte de no caducar. Cada día nuevo, regalo de la Vida, estamos a tiempo de abrir nuestra propia despensa y sin miedo, con tranquilidad y ternura comenzar a cocinar algo rico para compartir, intercambiar e irnos alimentando con todos los platos buenísimos que sabemos elaborar. Os animo a hacerlo.

 

Miedos, Desafíos, Retos

!Que loca estoy!

Una de las definiciones más acertadas de la locura viene a decir que  es hacer siempre lo mismo esperando resultados diferentes. La primera vez que lo escuché me entró la risa, claro, con mi imaginación me empecé a imaginar situaciones diversas a cual más ridícula o absurda y las reacciones típicas. Me imaginé los diálogos, las situaciones, vaya que me monté varias películas muy cómicas, como siempre. Pero luego, pensé detenidamente la definición y me dije para mí, «espera un poco, chiquitina, que me parece que te toca un poquito. Aunque solo sea un poquitín, pero te toca, amiga.» Y fue cuando me fui viendo a mí misma no atreviéndome a modificar algo de mis rutinas, de mi imagen, de mi vida, y esperando resultados diferentes. Es decir, cada vez que temía, más que a los cambios, los posibles comentarios y consecuencias que iba a generar aquel deseo o anhelo.

Cada vez que me veo bloqueada la pregunta que me hago es qué me frena a intentar hacer algún pequeño cambio, o modificar algo de mi comportamiento, qué hay dentro de mí que me impide realizar o, al menos, intentar conseguir algo que deseo con todas mis fuerzas, que algo muy dentro de mí sabe que he de hacer. La Vida y mi propia experiencia me llevan a reconocer que, de nuevo, el miedo y la angustia  me paraliza, lo que bloquea cualquier posibilidad de intento. En el momento que dejo de soñar y vuelvo a la realidad me siento mal, inquieta, incómoda, como de genio conmigo misma, en una palabra, insatisfecha.

Y llevaba un tiempo así, recordando tiempos mejores, con una gran nostalgia por el pasado, esforzándome por aceptar mi nueva realidad, intentando buscar distracciones, pero muy en el fondo de mi alma yo sabía que no se trataba de eso, que me sentía mal, insatisfecha con mi vida, realizando un trabajo que no me llenaba en absoluto, a pesar que hice todo lo que estaba en mis manos por convencerme que me gustaba, que no me podía quejar, que las cosas estaban muy mal y yo, al menos tenía trabajo.

Un buen día, después de muchos de pedir ayuda a la Vida, y de numerosas sesiones de terapia, me levanté de la cama y lo vi clarísimo. «Se acabó, me lanzo a conseguir llevar a cabo mi proyecto. Me armo de valor, me aprieto el cinturón y lo intento. No puedo seguir así». Me dije, me voy a volver más loca, deseando cambiar mi vida sin hacer ningún cambio. (!ay la culpa…¡ que nos hace aguantar lo que nos echen, aun a costa de nuestra dignidad)

He de reconocer que siempre tengo alguna persona a mi lado que me apoya, anima y sostiene en momentos decisivos. Pero también es cierto que soy yo la que tengo que tomar la decisión, y que nadie puede vivir por mi, por mucho que me cueste yo soy la única responsable de mi felicidad, serenidad y crecimiento.

Volvió a ser alucinante, como otras veces, desde el momento que tomé la decisión, el universo se puso a mi favor. Me llegaban señales de que tenía que seguir, que iba bien encaminada. Me sentía contenta, animada, mi miedo y angustia estaban conmigo todo el rato, pero no con tanta fuerza como para pararme.

Pero todo lleva su tiempo y yo peco de impaciente, así que, de nuevo, me vuelve a atacar la duda constante de una manera bastante insistente.  La gran pregunta que me ha atormentado siempre, «estaré loca?» Lo que se entiende por orden social, también lo podemos llamar cultura, costumbres o como más me gusta a mí, «sentido común» sólo valora los resultados a partir del dinero o beneficios materiales, y beneficio inmediato. Y por supuesto no es mi caso, un proyecto lleva su tiempo, empezar de nuevo también, así que entro en la guerra entre mi idea y el «sentido común», casi nada.

Empiezo a darle vueltas, duermo mal, inquieta y vuelvo a pedir ayuda a la Vida. Y mira por donde que aparece de la forma menos esperada.  Me siento traicionada por una persona y me duele muchísimo, tanto que no podía hacer nada, salvo dar vueltas mi cabeza al tema. No entendía la razón de su tonta traición, estaba yo llena de rabia y dolor. No podía salir de esa espiral en la que la mente se dispara y no te lleva a ningún sitio. Mi proyecto, mi sueño en esos momentos se esfumaba lentamente porque mi «disgusto y sufrimiento» me impedían seguir adelante.. Así que intenté relajarme, parar esa mente loca y perdonar, pedí, como siempre pido, ayuda para ser capaz de perdonar, no me resultaba nada fácil, enseguida volvía el aguijón de la rabia y vuelta a empezar. Pero la ayuda vuelve a llegar, de golpe,  me  doy cuenta que esa persona tiene tanto miedo, tanta angustia que en un momento de desesperación, igual sin darse cuenta de lo que hacía, fue controlada por sus emociones y me traiciona. Observo su comportamiento y me veo reflejada en ella, es un aviso de que yo estoy a punto de traicionarme.

Doy gracias de inmediato porque esa información me viene al pelo.  esta vez ya no me frena el miedo al que dirán, o el miedo a quedarme sola, sino lo que me estaba intentando boicotear, frenar mi intento, ignorar toda la ayuda recibida, es ! a no ganarme la vida¡ Es más, lo vi clarísimo, cómo es posible que estuviera dudando, cuando  ya tenía la propia experiencia de que cada vez que contra viento y marea me «había hecho caso», me ha ido de maravilla, cada día, a cada instante llegaba justo lo que necesitaba y a veces mucho más. ¡Cuantos regalos me ha hecho la vida!, en forma de hijas, de pareja, de amigos, en forma de libros, de instantes sublimes y mágicos que llevo en mi corazón.

Me veo humana, me veo cayendo otra vez en las trampas del ego y para no perder la costumbre, me río de mí misma con una gran dosis de compasión hacia la persona «traidora» y hacia mí misma.

Otra vez, un aparente enemigo, una persona que me hace daño, se convierte en un gran maestro. Otra vez, la Vida se encarga de repetirme que de todo se aprende, se trata solo de querer aprender. Tengo las herramientas, es cuestión de calma y de no tirar la toalla. Sigo pidiendo ayuda para no caer en la locura de querer ser feliz sin  hacer nada para lograrlo. Sigo pidiendo ayuda para no caer en la locura de creer que no existe una fuerza creadora que nos sostiene de muchas maneras. Sigo pidiendo ayuda para no caer en la locura de medir todo por el rasero económico, de creer que la felicidad está en traicionarse a uno mismo a cambio de unas monedas. Si, y sigo con mi miedo, con mi duda, con mi angustia, y con mi fe, con mi confianza y pidiendo ayuda porque soy humana y como tal cuento con emociones y sentimientos, con pensamientos y creencias que entran en conflicto y que pueden volverme loca.

Miedos, Desafíos, Retos

Primer día de colegio. ¿Qué hacer con el miedo al cambio?

El primer día de colegio es un día muy importante para todos. La trascendencia que tiene lo vamos averiguando a medida que empezamos a acudir a terapeutas, psicólogos, es decir, en el momento que necesitamos una ayuda para vivir mejor nuestro día a día.

Qué sentimos, cómo nos sentimos aquel día, parece que marque toda nuestra trayectoria de vida. En realidad, es el día que comienza nuestra entrada en el «ruedo», dejamos la calidez del hogar, los mimos y cuidados familiares y nos adentramos al mundo social. Nueva señorita, (ya no es mamá), nuevos niños que comparten nuestro mismo espacio, la clase o aula donde estamos, sin la referencia de mamá que nos vigila y controla que teníamos en el parque. Soy yo sola frente al mundo.

Ahora me pregunto, cuántos primeros día de cole voy teniendo a lo largo de mi vida? Cuántas veces he sentido lo mismo que aquel lejano día que me subí por primera vez al autobús del colegio? Pero nunca se me había ocurrido relacionarlo hasta el otro día que comencé un nuevo artículo. En realidad no tiene nada que ver, llevo escribiendo casi toda mi vida, pero me dejé sentir. Me paré a observar mis locas emociones como recorrían todo mi cuerpo.  Hubiera gritado, «mamá, no me dejes sola frente al ordenador» y por muy ridículo que suene lo hice. Estaba sola, claro está, de lo contrario no me hubiera atrevido, pero como no me oía nadie, grité con todas mis fuerzas, «mami, por favor, no me dejes sola».

Claro que me he trabajado aquel día y qué? Trabajarse un tema no quiere decir superarlo, quiere decir pasarlo del inconsciente al consciente, es decir, tomar conciencia de algo que nos impide fluir, de algo que nos molesta internamente, nos dificulta nuestro caminar, es el «palito en la rueda». Pero al gritar como una niña, casi llorando «mami, no me dejes sola», me vi a mí misma, tan valiente, tan sincera, aceptando que estaba «cagada» a pesar de mi experiencia, de mi edad y sobre todo, de que lo que tenía que hacer, tampoco era para tanto, ya, pero me sentí sola, muerta de miedo, insegura, y sobre todo, muy, muy pequeñita frente al ordenador y frente a todas las posibles miradas.

Seguí jugando y me dejé llevar, ahora no sólo era como me sentía, sino cómo veía mi espacio. Me convertí de golpe, en una niña pequeña que mira todo desde abajo. La mesa muy alta, la silla también. No me gustaba el café que tenía, me supo amargo. Miré por mi ventana y me quedé mirando al infinito, como tantas otras veces, que me distraía con el vuelo de una mosca porque me aburría en clase muchísimo. No me interesaba nada lo que decía la monja o la señorita, me daba igual, solo quería que acabara pronto la clase para salir al recreo a jugar y a hablar con mis amigas.

Qué horror, que mal lo pasaba en clase, no me gustaba nada. Eran clases grises, llovía. húmedas. Tenía mucho miedo a que me riñeran o castigaran. Pero había que atender, había que aprender, me tenía que gustar e interesar lo que me explicaran, daba igual si lo hacía bien o mal. No me podía quejar, no podía decir que me aburría, que la monja olía mal, todo eso que pensaba lo tenía que meter en un rincón de mi cabecita o corazón y taparlo con fuerza, no vaya a ser que se me escapara. Tenía que seguir sentada en la silla frente al pupitre, mirando a la pizarra sin moverme. Con las ganas que tenía yo de correr, de saltar, de jugar.

Aprendí en el cole matemáticas, latín, historia, gramática, y todo lo demás, lo acabé, para poder ir a la Universidad. Así que se puede decir que aprendí, pero me pregunto, que fue lo que mejor aprendí? Quebrados, raíces cuadradas, los reyes godos, las declinaciones de latín, qué se yo, cuantas cosas que no tengo ni idea, que se me han olvidado, y que me importan un pito, además. Por eso me pregunto, qué fue lo que mejor aprendí, o mejor dicho, que fue lo que mejor me enseñaron, puesto que no se me ha olvidado. A parte de dos o tres reglas de ortografía, como aquella de todos los verbos que acaben en -bir, se escriben con b, menos hervir, servir y vivir. Por ejemplo, y lo primero que se echa es la h, en el verbo echar, lo que aprendí de manera ejemplar fue a acallar lo que sentía, salvo lo que era, lo que hoy se entiende por «políticamente correcto». Es decir, el miedo, la angustia, la soledad, el aburrimiento, las ganas de salir corriendo, la necesidad de recibir una sonrisa, una frase de ánimo, un abrazo o caricia. Me enseñaron de maravilla a aguantar en sitios, lugares, trabajos que me horrorizan, donde me aburro, donde no me interesa nada lo que hago, donde me parece una soberana estupidez lo que se dice; a aguantar a personas indeseables, envidiosas, que no saben lo que es el respeto, mal educadas, sin imaginación y sobre todo muy aburridas, verdaderos tostones.

Esto si que lo he hecho de maravilla, por el miedo a que me «echen de clase», a que me «echen del cole», cuando en realidad es lo que estaba deseando. Pero desde el momento que me fui ( no me echaron), desde que decidí escucharme, desde el momento que  decidí hacerme caso, salir corriendo de todo aquello que no me gusta, me siento mucho mejor.

Bueno, pues sí, el otro día grité, «mami no me dejes aquí, que no me gusta» y en lugar de avergonzarme, sentirme una inmadura, me sentí fuerte y pude ver que simplemente tenía miedo a no hacerlo bien, nada más. Que ya no estoy en el cole, que ahora me voy de donde no quiero estar, que no atiendo lo que me aburre o no interesa y que a las «profes malas o monjas que huelen mal» las abandono a la velocidad del rayo. Pero que sigo sintiendo ese miedo a todo lo nuevo, a todo cambio que se avecina, pero puedo gritar libremente, «tengo miedo, necesito ayuda» y como por arte de magia algo nuevo llega a mí, adquiriendo múltiples formas diferentes, la ayuda aparece en forma de canción, de llamada de teléfono, de idea nueva, de un pequeño empujón para seguir adelante. Ya no es mamá mi consuelo, ahora es la Vida, mi experiencia, mi trabajo, mis amigos, mi sentido del humor, mi gato o mi perro….

Lo importante es que no quiero ser políticamente correcta, que quiero hacer caso a lo que siento, a lo que pienso aunque nada tenga que ver con lo que debo hacer para que no me «echen», para que no me expulsen de donde en realidad no quiero estar porque no me siento a gusto.

La vida, el mundo es tan amplio, hay tantas realidades tan diferentes que solo se trata de buscarlas. La verdad está dentro de ti, búscala, no justifiques lo que te hace daño o molesta; no tapes la voz de tu corazón. Escucha, escúchate y siente.