Conectar, Conexión, Intento, Ser · Objetivo, Metas, Propósitos

¿Tienes tu propia Red?

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Hola ¿cómo estás? ¿Qué tal te han ido estas vacaciones? Igual te quedan ya muy lejanas, pero espero y deseo que hayas disfrutado, descansado y recobrado fuerzas para comenzar el «nuevo curso«.

Con toda la energía renovada, hoy te propongo una reflexión y un reto. Si, justo ahora que comienza el «curso», que se acerca el Equinoccio de Otoño, y que seguro tienes proyectos que te gustaría llevar a cabo, se trata de que no vayas perdiendo energía, que no aparezca el cansancio y el desánimo.

Durante las vacaciones del Verano, estando en plena Naturaleza, acompañada del mar, de los árboles, de los pájaros, vacas, caballos, observando la luna, las estrellas, sintiendo los rayos del sol decidí apagar el móvil, quería sumergirme en el tiempo y en el espacio. Necesitaba desconectar para conectar, pero no sólo en el rato de la meditación, sino que formara parte de mi día, quería buscar el equilibrio entre estar pendiente de mi móvil con todo lo que conlleva y saber estar sin él, para estar conectada a «la Otra Red«. Quería y necesitaba poner toda mi atención en lo que estaba haciendo,  viviendo el Aquí-Ahora, dejando libre a mi percepción, sacando mis antenas internas y, me fue tan bien, que lo incorporé a mi rutina, incluso, muchas veces lo olvidaba en casa o encenderlo de nuevo.  Te engañaría si te dijera que, al principio, no me costó, ahí fue donde pude ver qué escondía «esa necesidad», además de que, no pasó nada malo por «estar fuera de cobertura«, al contrario,  lo volvía a encender y ahí estaban las llamadas perdidas, los whats…y yo cada vez con más energía y con una mejor claridad de visión.

Todos estamos conectados a la red, buscamos wifi allá donde vayamos, miramos el móvil constantemente a ver si tenemos un whatsup o un mail. Nos sentimos obligados a «compartir» nuestro estado, a dar una respuesta inmediata.  El teléfono o tablet se han convertido en la «nueva pareja» a la que le hemos jurado fidelidad absoluta y nos acompaña a todos nuestros actos.  Nos hemos hecho tan dependientes que si no vamos con él no sabemos estar en el mundo, parece que nos falte algo imprescindible para vivir, hemos llegado a creer que forma parte de nuestra identidad.

Soy fan de Internet, del móvil, de las redes sociales, pero como todo en esta vida, tiene que tener su espacio y su tiempo. No puede «ocupar» toda la atención, porque colapsa la Otra Conexión, y le regalamos toda nuestra energía. Se ha convertido en una auténtica necesidad,  si no vamos con el móvil nos hace parecer impar, como si faltara una parte para ser completa.

Mientras estés atenta al móvil, aunque sea de manera sutil, dejas de atender otros fenómenos al 100%. Te pierdes toda la magia, todo aquello que no se ve, que no se oye, que no se siente a primera vista, que precisa de una atención, de un estar con-centrada o en tu centro. Tener una vida plena, feliz, exige toda tu atención. Mirar, observar, sentir, escuchar, elegir, estando pendiente del móvil, es una falacia, pero se ha convertido en el compañero de vida con el que cargas a todos los sitios donde vayas, desde ir al cuarto de baño, hasta en la cama.

Las mujeres vamos conquistando poco a poco la independencia, el saber y poder estar solas, teniendo o no pareja, pero otorgando importancia al saber estar con nosotras mismas. Así que te invito a reflexionar sobre, ¿cuánta necesidad de «conexión-distracción» externa te hace falta para sentirte tranquila, segura? ¿Queda algún resquicio oculto pero activo de ese miedo a sentirte sola, a que nadie te quiera, a que nadie cuente ya contigo? O, por otro lado, ¿hay una voz suave pero insistente que te acusa de no estar pendiente de los demás, de la familia, del grupo, de los hijos o de quien sea? ¿Te da vergüenza estar en un lugar público sin compañía y acudes al móvil o tablet para sentirte acompañada? ¿Te sientes capaz de vivir en este mundo por ti misma, o crees que algo te falta, que no estás completa?

Tener un objetivo, un propósito o un sueño personal es básico para tu equilibrio, para tu felicidad pero pide compromiso, dedicación, tiempo, atención para llevarlo a cabo. Exige decir «no puedo estar por ti ahora», exige no responder a las llamadas en ese preciso instante, exige dejar de sentirte imprescindible para con los demás y exige acabar con la creencia que si eres tú misma, que si «te haces caso» eres una desobediente y no vas a soportar  el castigo.

Este temor te distrae, te aparta de poder conectar con lo que sientes, con lo que eres en realidad, tanto si es cómodo como si no lo es tanto. Te impide dedicarte en cuerpo y alma a lo que te enriquece como persona, a lo que te gusta, a lo que te motiva, a lo que te divierte.

Tienes mucha más capacidad para crear, cuidar, dar y amar de lo que crees, pero  hace falta «desconectar» de la red Wi-Fi del mundo sin culpabilidad para «conectar-reconectar» con  tu propia red, con tu propio Wi-Fi que te conecta con tu Esencia que está conectada a la Energía Creadora y así tu vida, tu trabajo, tus relaciones sean un verdadero reflejo de ti, de tu Creatividad única e individual. Limpiar, sacar, tirar, escoger, agradecer, decir adiós o dar bienvenidas, para ordenar tu vida, tu espacio interior, para conquistar tu lugar en el mundo, sin miedo, sin culpa, con Amor, con Alegría, agradecimiento y entusiasmo hace que te sientas bien, en equilibrio, en plenitud y los de tu alrededor también.

La clave de acceso a tu Wi Fi personal e intransferible es, «aprender a desconectar»,  «estar fuera de cobertura» , poner toda tu atención en lo que estás haciendo en ese momento, poner «en modo avión» tu móvil. Luego te concentras sólo en lo que estás haciendo, da igual,  ducharte, arreglarte, trabajar, limpiar, ordenar, caminar, estar con amigos, con hijos, con tu pareja, con familia, conducir… Regálate esta oportunidad, date este tiempo, experiméntalo y luego vuelves a mirar tu teléfono, tanto las llamadas como los mensajes están ahí, esperando, no se han ido.

Si eres de las que no se conforma con acudir una hora al día  o tres a la semana para ir a un centro donde practicar meditación, relajación, etc.  si te gustaría hacerlo en casa, pero te resulta complicado, algo casi imposible y te vas desanimando; si tu sabes que salir a la Naturaleza a recargarte, te va muy bien pero que a la mínima vuelves a perderte, a dispersarte. Pero quieres, eliges, necesitas más, y buscas integrar en tu vida tu propia conexión, te invito a aprovechar toda la energía del Otoño porque durante el equinoccio el eje de la Tierra se encuentra en una posición que permite que los rayos del Sol incidan de igual forma sobre el hemisferio norte y el hemisferio sur, haciendo que la duración del día y la noche en todo el planeta sea igual. A partir del equinoccio de otoño, los días empiezan a tener cada vez menos minutos de luz solar  hasta llegar al solsticio de invierno, en que tiene lugar la noche más larga del año.

Te animo a comenzar con este pequeño reto, buscar el equilibrio entre lo de fuera y lo de dentro, entre tus dos hemisferios, no te desanimes, inténtalo, es el primer paso, y si no puedes, o crees que no sabes, o quieres más,  me puedes escribir o llamar, estaré feliz de colaborar contigo, en ayudarte a que instales en tu vida tu «Nueva Conexión Personal», a fluir, vivir, aprovechar y conectar con las Estaciones conectando con la Energía del Universo, de la Creación. Estar conectada con la Energía de la Tierra, con la del Universo…

Estoy deseando recibir tu experiencia, cómo te va, tus opiniones o sugerencias, porque también me encanta y hace muy feliz la conexión contigo, no olvides que no es incompatible, pero para conectar con los demás es imprescindible aprender a conectar con una misma.

Hasta muy pronto, con amor, Lou

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Miedos, Desafíos, Retos · Objetivo, Metas, Propósitos

EL BLOQUEO

 

Processed with MOLDIV¿Te ha pasado alguna vez que has sentido un bloqueo? Seguro que sí, hasta la persona más fluida y segura del mundo, estoy convencida, se ha tenido que sentir en algún momento de su vida frente a un obstáculo o dificultad que no se sentía capaz de librar y decide abandonar. Pero también hay quien a pesar de eso, decide seguir adelante hasta lograr su propósito, que es sentirse bien consigo mismo. 

El bloqueo aparece cuando comenzamos algo nuevo, una relación, un proyecto, un proceso personal, todo aquello que represente una novedad, que nos saque de nuestra zona de confort.

En este caso en concreto, al obstáculo que me refiero, es el que yo misma me pongo. Son mis «propias neuras», aparecen al poco de comenzar y me impiden continuar lo que había empezado con tanta ilusión. La experiencia me ha enseñado qué la mejor solución cuando me pongo así es aceptarlas. Sí, curiosamente, en lugar de intelectualizar mi estado, comienzo por sentir mi cuerpo, por observar que me pasa y toda mi atención se va a la cabeza, parece que vaya a estallar. ¿Qué le pasa a mi cuerpo? ¿No tengo? ¿Soy un Cabezudo? ¿Te acuerdas de los Gigantes y Cabezudos, esos con la cabeza enorme que te daban golpes en las fiestas populares? Pues así me siento, golpeada con mi propia cabeza. No hace falta que te diga lo mal que lo paso, seguro que te pasa algo parecido.

¿Qué hago cuando decido parar de dar vueltas por casa, ir a la nevera, al baño, mirarme en el espejo, ver lo horrible que estoy? Pues ACEPTAR que estoy bloqueada, sólo que estoy, porque se que no soy un bloqueo. Tenemos la ventaja que en nuestro idioma se diferencia el SER del ESTAR. Así que me voy a por el  SER. ¿Cómo? Pues RESPIRAR CONSCIENTE, si, poner toda mi atención en mi respiración y ver y sentir mi barriga como se hincha y deshincha al ritmo de la respiración. Que me voy otra vez a la cabeza, no importa, vuelvo a la respiración de nuevo. Esta es la manera que conozco para SERENARME, o lo que es lo mismo, un intento para conectar con mi SER, salir de esa espiral alocada para observar «desde fuera» qué me está diciendo.

Observo los pensamientos,  intento ponerles cara, ojos y nombre, claro está, para conocerlos. Si no los conozco, difícil de aceptarlos, no? Bien, así que aquí te cuento un pequeño ejemplo de lo que me pasa. El primero suele ser, doña Autoexigencia,  aparece sin haberla llamado, como siempre hace, repitiendo sin parar todo lo mal que hago las cosas, que no sirvo para eso, callando la boca a doña Autocomplaciente, que en voz bajita reclama que no todo lo hago mal, que hay cosas que se pueden recuperar, que puede ser que eso en concreto, pues no sea lo mío. Entonces viene como un rayo doña Autocompasión, gritando que se callen, y animándome a dejar lo que estoy haciendo, me acaricia de forma pegajosa, repitiendo que no me preocupe, que descanse, que busque distracción, que seguro en algún momento me saldrá, pero que por el momento, lo deje. Doña Prisa, también llamada Doña Impaciencia, me anima a abandonar, alegando que no hay resultados, que vuelvo a perder el tiempo con tonterías que no son para mí. A lo que doña Autoexigencia, que se ha ido poniendo tierna, ha dicho que la única solución es prepararme más, que lea, aprenda, que me apunte a un curso, en fin, que todavía no estoy preparada. Vuelve Doña Autocompasión consolándome, diciéndome «pobrecita ya es muy tarde, se te ha pasado el arroz».

Unas y otras se contestan, se interrumpen, armando mucho ruido y, de golpe, me doy cuenta que me están llevando a un callejón sin salida y que el tiempo corre y que no hago lo que quiero hacer, en este caso en concreto, es escribir.

Es aquí cuando aparece Abu Lou, observa a todas, las hace callar a medida que las va mirando  y me pregunta con su voz cálida, cogiéndome de la mano, mirándome a los ojos  ¿por qué escribo?, a lo que le respondo, porque me gusta mucho. Y así, tranquilamente, empezamos un diálogo:

AL: Para qué escribes?

-L: para divertirme, me gusta compartir, además sé que hay gente que le gusta leerme.

AL: Te da satisfacción?

– L: ¡Claro! Muchísima.

– AL: Te importa la opinión de los demás?

L: ….

DL: ¿Quieres ser la mejor?

L:….

AL: ¿De qué tiene miedo mi niña? ¿De no hacerlo bien? ¿De qué se rían de ella? ¿De qué no la quieran? ¿De qué la critiquen? ¿De que la abandonen? Venga, mi amor, anímate, es normal que acudan estas locas, han estado contigo siempre deseando que las veas, que las escuches, que les hagas un poco de caso, entonces dejarán de molestarte. Ya está,  ya las has reconocido, despídete de ellas con cariño, ya no te hacen falta, ya has aprendido muy bien su lección. Poco a poco, sigue haciendo lo que te habías propuesto, sin expectativas, concediéndote tu tiempo, pero sólo porque te gusta mucho, porque eliges hacerlo, disfrutando de TODO el proceso. Hazlo solo para ti; y no olvides,  lo haces porque te gusta, porque te divierte, porque te sientes bien y buscas ser feliz. 

-L: Gracias Abu Lou, ¡qué bien que estás tú!, que me entiendes y que me quieres mucho.

Da lo mismo en el proyecto que estemos, lo importante es saber cuál es el verdadero propósito,  lo que nos impulsa a vivir. A lo largo de nuestra vida, en un momento dado, aparece este muro que nos paraliza, que nos impide fluir, que nos tienta con abandonar, que no nos deja descubrir quiénes SOMOS de verdad, disfrutar de lo que hacemos, o vivimos, o tenemos entre manos en ese instante. Es cuando aparecen, de nuevo, nuestros miedos más infantiles. Y ¿sabes por qué aparecen? porque nos arriesgarnos a hacer lo que nos gusta, porque elegimos ser felices y vivir nuestra propia vida, ajenas a la opinión pública, (qué fuerte, eh?). Y para todo esto necesitamos un Fuerza bestial, nadie dijo que era fácil, que se llama Amor, entonces hemos de empezar a aceptarnos tal y como estamos, a amarnos con nuestros miedos  y neuras, y a partir de aquí comienza algo que se escapa al conocimiento racional, que sólo se puede experimentar y sentir.  

Nos «ponen» los retos, la aventura de vivir cada día como un día especial y aprovechar las oportunidades que la vida nos trae. Sabemos que es un regalo y lo abrimos para crecer, aprender, conocernos mejor y disfrutar.

Te animo y si quieres te acompaño a descubrir todos los bloqueos, a ponerles cara, ojos y nombre, a aceptarlos y amarlos como algo que nos ha acompañado durante nuestro camino,  y entonces, los despedimos con un beso, con un abrazo y los dejamos ir, porque ahora nos impiden seguir adelante. Te aseguro que se puede manejarlos, no desde la angustia ni ansiedad, sino desde el gozo de vivir.

Ojala te animes a escribir un comentario,  y si te ha gustado, compartirlo. Muchas gracias.

Miedos, Desafíos, Retos · Objetivo, Metas, Propósitos

El Viaje

Processed with MOLDIVEmprender un viaje conlleva un nerviosismo previo. Emoción que anima a la sorpresa. Nos encontraremos momentos de incertidumbre, aparentemente no ocurre nada, sin embargo, con el tiempo y la experiencia se sabe que simplemente se trata de una tregua. Saber descansar, es importante, pasar el rato sin nada que hacer, también; simplemente estar, ser y sentir. Son  momentos para controlar la atención, se nos va a su bola, pero intentamos, de nuevo, fijarla en algo concreto, aparecen dudas, luego toda una cascada de sensaciones, sentimientos, recuerdos, anécdotas que, si no se está alerta, te inducen a un loco diálogo mental, pero se trata simplemente de sentir, de observar, de aceptar, sin caer en la costumbre tan arraigada de juzgar.

Os animo a viajar, volver a lugares y descubrir rincones desconocidos. Recuerdos y descubrimiento al mismo tiempo. Atreverse a viajar. Recorrer caminos conocidos y otros extraños.

Volver a lugares que hacía tiempo que no se visitaban abren la caja de la memoria, de los recuerdos que llevan a un viaje por una parte de la vida que casi se había  olvidado. El tiempo transcurrido y la experiencia ayudan a comprender, a ver el hilo conductor. Caer en la cuenta, risas, agradecimiento.

«Sanar memoria», sanar pasado, liberar el peso de la mochila y así poder seguir la  ruta, el viaje personal, ligera de equipaje.

Os animo a que os regaléis un viaje y a que me dejéis un comentario.

Miedos, Desafíos, Retos · Objetivo, Metas, Propósitos · Sanación

La culpabilidad

Es tiempo de vacaciones, de descanso. Es el momento de recuperar fuerzas, energía, tomar el sol y revitalizarnos. Es el momento de disfrutar a tope de paseos, baños, lecturas, de dormir o madrugar, de hacer todo aquello que durante el invierno resulta complicado.  Sin embargo, escucho a menudo adultos que sus vacaciones se convierten en un problema, en una carga más. En un «tener que».  Cuando puedo, les pregunto qué hay en ellos que les frena a disfrutar, no sólo de las vacaciones sino de todo el año. Pregunto y animo a que se pregunten por qué me prohibo ser feliz, por qué me prohibo vivir en plenitud.

Me transmiten aquella sensación, la misma de cuando te habían suspendido en el cole y merecías un castigo. Estaba prohibido disfrutar del verano a tope, las vacaciones «no te las habías ganado al 100%».  

La culpabilidad es uno de los venenos más tóxicos que existe, comentaba un detective en una serie de TV la pasada noche. Me llamó la atención la frase y pensé ¡que bien lo ha resumido! De manera inmediata, comencé a pensar y revisar los efectos de ese veneno en mí. Pasé de ver la peli a volver a ver mi propia película. ¡Que barbaridad! Lo que hice, lo que dejé de hacer…El sufrimiento, los conflictos, la frustración…increíble. Me vino un sentimiento profundo de agradecimiento y eso, que la he «visto» varias veces. Así y todo, tuve la suerte de ver cosas nuevas, aceptarlas y poder sanarlas, esto ¡no acaba nunca! De manera suave, sutil me vino una sonrisa cómplice, una ternura cálida que me llevaron a un sueño profundo.    

Me desperté temprano, el canto de los pájaros y el sol entrando por la ventana fueron los causantes de que me levantara con un brío atípico. Desayunando, observando orgullosa el pequeño jardín, las flores, que tanto cuido; saboreando mi café y disfrutando de esos instantes mágicos, me vino la frase de nuevo. La culpabilidad es uno de los venenos más tóxicos que existe.  Fue un indicativo, una sugerencia para ahondar en el tema, así que ni corta ni perezosa me dirigí a mi rincón a hacer la meditación diaria.

Pude observar y disfrutar al ver a pacientes que se han liberado de esa pesada carga, y como su vida, su salud, su prosperidad, han mejorado notablemente; como contagian alegría y entusiasmo. Les he animado, a alguno de ellos, a que vuelvan a mirar la foto que me enseñaron de su niño/a, que vean cómo han sido capaces de sanarle, y se maravillan de lo que les a aportado. Han cambiado, se han trasformado y lo celebramos riéndonos, recordando anécdotas, cuando aún cargaban con una culpa propia, ajena y general, vaya, que se sentían culpables hasta de que no hiciera buen tiempo. Os podéis reír o llamarme exagerada, pero es así, la culpa y su aliado, el resentimiento son algo que si no se aborda, reconoce y se aprende a manejar, crece y crece y llega un momento que nuestro niño y joven adolescente herido domina toda nuestras acciones y reacciones alcanzando cotas insospechadas de enajenación y sufrimiento.

Sentirse culpable, sentir culpa o tener remordimientos de conciencia  es algo por lo que  todos  hemos pasado, nos resulta conocido; vaya, que sabéis de lo que hablo. Es más, puede hasta resultar, en principio, aburrido, puesto que es un tema manido. Sin embargo, me animo a escribir sobre ello, hacer unas anotaciones sobre el tema para que al que esté interesado le puedan servir, al menos, para empezar. Insisto, porque cada día que pasa veo los efectos nocivos que produce no tomar conciencia, veo la falta de visión ocasionada por la niebla densa de las emociones.

Tomar conciencia de nuestra culpa conlleva una revisión de los hechos,  el arrepentimiento y pedir perdón o perdonarnos y otras veces una sonora carcajada al ver que no hay motivo alguno para habernos sentido culpables. La culpa es un buen indicador de que algo interno sería conveniente revisar, nos avisa, entre otras cosas, de un conflicto entre lo que hacemos, pensamos, sentimos y deseamos, con respecto «a otro» o a nosotros mismos. Nos señala los miedos, las inseguridades y esa agresividad que nos corroe.

Existe la posibilidad de aceptar la culpa como algo que forma parte de la vida, algo inevitable, algo normal, que se siente en un momento dado, según las circunstancias, unas veces más que otras  y de esta manera, seguir cargándola sobre la espalda. Poco a poco nos vamos acostumbrando al sobre peso, puede provocar algún dolor que otro, molestias… pero vaya, no pasa de ahí. Es cuando se cae en la negación, y uno se repite a sí mismo o a los demás, Yo no me he sentido nunca culpable de nada, yo no tengo culpa alguna… También cabe la posibilidad de que haya quien esté libre de culpa, no lo sé, pero puede ser.

Hay quien para evitar el regusto amargo, la incómoda, dolorosa y desagradable sensación que produce la culpa, va dejando en el «olvido» algún recuerdo, pensamiento insistente, deseos, sueños, esperanzas, anhelos. Deja de tomar decisiones o las toma sin medir el alcance, las consecuencias, porque no existe la responsabilidad propia y se sigue viviendo o sobreviviendo como mejor se pueda, creyendo que todos los males son «por culpa» de algo o alguien ajeno a él, es decir, en ningún momento se siente capaz de tomar las riendas de  su propia vida, de saber a ciencia cierta que está preparado para aceptar la responsabilidad de sí mismo, los retos del vivir y que la vida ofrece a cada instante la posibilidad de mejorar la existencia. Va poco a poco acallando esa parte íntima, personal que indica la existencia de algo por «revisar».

Esta actitud ante la vida es muy perniciosa, negativa, y dependiendo del rol que toque, adoptar según el momento, victimario o víctima le lleva al individuo a vivir obsesionado, fuera de su centro, de su equilibrio, metido en una espiral que no tiene fin. El sentirse siempre en deuda, o injustamente tratado, provoca sentirse atrapado, envuelto en obligaciones, en pesadas cargas, en batallas que nunca terminan. Enfados con los culpables de la desdicha o fracaso, centrando gran parte de la atención en la venganza, o bien, en un afán de protagonismo agotador, la necesidad de buscar la aprobación general, el aplauso, la admiración en cada acto que se realice. En ambos casos deja de focalizar la atención, la energía en su auténtica responsabilidad, crecimiento personal, evolución, prosperidad; las dos actitudes, basadas en la negación, coartan la creatividad, los proyectos, los sueños. Resumiendo, suprimen el gozo de vivir de manera saludable, la satisfacción de la superación personal, la dicha del agradecimiento, la magia de los encuentros, el gozar de los milagros que la vida trae a cada paso. 

Por suerte, siempre se está a tiempo. La Vida tan generosa no se cansa de dar otra oportunidad para «coger al toro por los cuernos», para aprovechar los instantes y aumentar la conciencia, para vivir en plenitud, para ir descubriendo el propio Poder de transformación, las infinitas posibilidades que absolutamente todos poseemos. 

Para los que estáis hartos de dar vueltas al coco, de cargar con una emocionalidad que nada bueno os reporta, existe la posibilidad de salir, de deshacer el círculo vicioso de la víctima/victimario. Reaccionar desde la culpa comporta mucho resentimiento y éste es una carga terrible, anula el gozo de vivir. Las personas resentidas complican y se complican mucho la existencia, a nivel coloquial digo que son muy molestas, porque claro, la culpa no va sola, le acompaña la rabia, el miedo, la intolerancia, la venganza, la manipulación, el afán de protagonismo constante… todo un paquete de emocionalidad que impide vivir serenamente, con tranquilidad, disfrutando, agradeciendo y, sobre todo, hace creer que los problemas o dificultades diarias son irresolubles, que no tienen solución y lo más grave que no tienen sentido. La culpa y toda la carga emocional que conlleva reduce a la persona a su aspecto mas primitivo, más irracional, desde donde no sabe ni puede pensar, reflexionar, tener una visión amplia y positiva. Se convierte en una energía densa, obtusa, opaca, deprimente.

Caer en la cuenta, tomar conciencia de los efectos nocivos que nuestra historia personal ha generado en nosotros, tomar conciencia de nuestros resentimientos, de las supuestas injusticias que hemos sufrido, del posible daño o sufrimiento que hemos causado, nos conduce a sentir, a aceptar la culpa que nos acompaña. Tener la valentía de observar, conectar con nuestro niño interno es un viaje interior muy beneficioso que nos libera, nos reconforta y permite trasmutar, transformar toda esas emociones que nos han cegado e impedido ver las oportunidades y todo nuestro gran potencial. Porque no hay que olvidar que ese pequeñín o adolescente sigue dentro de nosotros gritando, esperando ser escuchado, atendido, aceptado, amado. 

Os animo y acompaño en el proceso de sacarle del cuarto oscuro donde sigue castigado o escondido, llorando con mucha rabia y miedo; que sepa que a partir de ahora no habrá  motivo para  darle una paliza o meterle una bronca descomunal, por haber desobedecido, cuestionado la autoridad, por haber suspendido, hablado demasiado o metido la pata… a ese niño que sigue creyendo que papa y mama discuten, gritan o se van por su culpa… a ese niño que se sintió obligado a cuidar y estar pendiente de los demás, dejando a un lado sus propias necesidades, sus planes de futuro…Y ¿qué me decís de ese niño o niña que ha padecido las risas, las burlas por ser diferente? 

Os animo y acompaño a escucharle, a acariciarle, y a serenarle. Porque va a ser la única manera de que deje de interferir negativamente en vuestra vida, ese niño o niña resentido, acomplejado, asustado y agresivo por haber sido insultado, ridiculizado, ignorado, por haber sido callado tantas veces, castigado y mal tratado en casa o en el colegio. Ese niño o niña, quiere hablar y quiere que se le escuche pero sólo desde el Amor.  De esta manera comenzará a crecer, a aprender, a pensar, a reflexionar, a integrar y aceptar, requisitos, estos, indispensables para madurar y desarrollar todas sus facultades, para convertirse en el ser creativo, amoroso, independiente, feliz  que sabe que es, pudiendo desarrollar toda su potencialidad y disfrutando y gozando del placer de compartirlo.

¡Cuánto niño o niña herido, castigado está esperando que la Luz le ilumine y le saque de la oscuridad! Ánimo, vale la pena intentarlo. 

Os deseo unas muy buenas y merecidas vacaciones.

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Buen empujón

Sigo insistiendo en esto de los empujones. Como ya sabréis en este mes de Abril hay una configuración astrológica alucinante, se ha ido formando desde el 2007 y es justo ahora el momento álgido, se llama «La Gran Cruz Cardinal Cósmica» que da una gran tensión o impulso, según se pueda vivir, según cómo estemos cada uno de nosotros. Para una mayor información, podéis acudir a Internet que bienes muy bien explicado.

En lo que a mí respecta, llevo esperando el mes de Abril desde hace meses. Hemos vivido la mayoría de nosotros situaciones límite a muchos niveles, estresantes, agobiantes y casi casi desalentadoras. No obstante, sin tirar la toalla, resistiendo a las oleadas de pánico y con el Propósito Inflexible de seguir a nuestro Corazón, de alcanzar una vibración de amor ha venido la Primavera y con ella la explosión de brotes, de flores, de cantos de pájaros, los días con más número de horas de luz, de sol. Todo a nuestro alrededor nos grita que el milagro de la Vida continua. Que una Fuerza más allá de nosotros continua realizando su misión.

Ahora es otro buen momento para aprovechar este buen empujón. No quedarnos en la tensión, en el miedo, desconocimiento, aferrados a una racionalidad caduca. Buscando de manera obsesiva la lógica a todos nuestros deseos o sueños y si no se adaptan, descartarlos. Podemos abandonar de una vez por todas esas expectativas que no alcanzan ni la mínima parte de lo que la Vida nos quiere dar; soltar de una vez por todas esas seguridades falsas, engañosas que lo único que nos hacen es atar a un pasado de sufrimiento y dolor.

Mirando el peral, me pregunto, si hace tan solo unos meses estaba aparentemente seco, como es posible que ahora sea esa explosión de color, repleto de flores… No ha hecho nada, no se ha movido de su sitio. Pero cada día cuando lo miro me trasmite siempre la misma sensación de tranquilidad. Cuando estoy nerviosa, preocupada, ansiosa, sin parar de darle vueltas a mis pensamientos, paro de golpe y me pongo a mirarle. Me dejo seducir por él, por su presencia, le observo y poco a poco me empuja a su estado de quietud. Tiene presencia, y me va llevando poco a poco a la certeza de que todo está bien.

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El Miedo y nuestra «Línea de Flotación»

Es curioso como mencionamos el miedo, el temor e, incluso, el pánico en nuestras conversaciones, pero sin ahondar en ello. Es una emoción compartida sin demasiada contundencia, dentro de una frase,  pero constante. El tono de la conversación adquiere una mezcla entre nostalgia y frustración.

El miedo forma parte de nuestra vida y está aceptado por el consenso social. Suele aparecer cuando se comenta sobre algo que gustaría hacer, lograr, tener.

Sin embargo, el tono varía cuando se  habla en pasado y se comparte una aventura, una experiencia donde se pasó mucho miedo. Aquí el miedo ha sido superado y por tanto el tono es alegre, divertido, victorioso.  La diferencia a la hora de observar estas dos experiencias es que en el primer caso no se tiene energía para pasar a la acción, se vive desde la pasividad, se da por hecho el fracaso sin haberlo intentado. En el segundo, pletóricos de energía por haber enfrentado la situación y haber salido «ilesos» y reforzados uno se siente capaz de enfrentarse a lo siguiente. Es bueno recordar y sentir esas diferentes sensaciones, vividas ambas por todos,  para luego poder decidir qué opción tomar.

¿Quién no ha sentido miedo alguna vez? Nadie, todos hemos sentido miedo e, incluso, repito, pánico. Hay quien ha sufrido, hasta incluso, crisis de pánico y se han tratado con medicación o, simplemente, han esperado a que se pase, sin saber muy bien cuál ha sido la causa y cómo ha aparecido.

Hay muchos tipos y niveles de miedo, pero hoy me refiero al que se siente como algo abstracto, no siempre definido, a esa sensación conocida y experimentada casi a diario. Es una sensación que se «cuela» en nuestro estado de ánimo.

Éste, en concreto, ejerce un gran poder sobre todos, tanto porque al considerarlo inevitable, se adopta y pasa a formar parte de nuestra actitud ante la vida, la fuerza de la costumbre juega a su favor y pasa casi inadvertido.

Pero cuando se decide salir de ese estado de resignación, (no de aceptación, ¡ojo! nada que ver), también llamado «zona de confort», se escoge la segunda opción, y se decide prestar atención a uno mismo, a sus proyectos, a sus sueños, a «sus locuras» y llevarlas a cabo; una vez tomada la decisión, a partir de ese momento, el miedo sigue apareciendo de manera contundente, paralizante. Retrasa los pasos a seguir, pospone los planes y roba o aniquila todo el entusiasmo del comienzo. Los efectos se muestran claramente cuando nos vamos sintiendo apáticos, cansados, con pocas ganas y atormentados por las dudas. Entonces podemos creer que es estrés, pero es MIEDO.

Afortunadamente, esto es remediable. Si se  persiste en el intento, se sale del hoyo donde se había caído. Como bien dice el dicho, Lo que no mata, te hace fuerte y así es. Una vez reconocido, aceptado e integrado el miedo, se trabaja y se vuelve a la carga.

El que sale de su zona de confort va aceptando que va a tener que enfrentarse al miedo, es más, le gusta, porque es una oportunidad para descubrir más de sí mismo; conocerse y crecer, forma parte del Proyecto. Cuando éste aparece,  va aprendiendo a detectar su veneno, busca el antídoto rápidamente y puede ver lo que le muestra el miedo. El miedo pasa a ser un aliado porque no se ha caído en su trampa, y para ello hay que estar fuerte, con la energía suficiente para este reto. Es decir, si tenemos energía es cuando se utiliza como aprendizaje, es una señal buenísima de qué nos toca aprender en ese momento, qué falta por descubrir de nosotros.

Nunca va mal un recordatorio de medidas básicas de urgencia, para recuperar energía o no perderla, para poder sentir al miedo libremente, no negarlo, ni tan siquiera intentar acallarlo  y hacerlo nuestro aliado:

Parar el diálogo mental. Éste te arrastra a un estado cada vez de mayor vulnerabilidad, indecisión, inseguridad y aquello que se tenía muy claro, comienza a desvanecerse y vuelve a aparecer la duda, enfrascándote en una espiral que cuesta un montón salir. Ésta es una de las trampas del miedo, llevarnos a mantener un diálogo mental que nunca acaba y así él sigue gobernando nuestra vida, nos paraliza. Es una manera de perder energía muy potente.

El diálogo mental se para haciendo Silencio, Meditación, recibiendo una sesión o las que hagan falta de Técnica Metamórfica, ejercicio físico, poniendo toda la atención en el cuerpo y respiración.

Cuidar la alimentación. Nuestro cuerpo es nuestro vehículo, si él falla, nosotros también. Vigilar lo que se come y bebe, es necesario desintoxicarse, nutrirse bien, para sentirnos fuertes y sanos, con energía.

Hacer una llamada de teléfono; concertar una cita con alguien que sabe lo que es y que ha salido otras veces triunfante (esto no implica que no vuelva a caer en las garras del miedo, pero ya sabe qué hacer y a quién acudir). Es muy importante lo que transmite, su vibración.

Buscar lecturas que sabes que te animan a continuar, que te acompañan en estos momentos y no te hacen sentir «el perro verde» de la sociedad.

Si nos encontramos con personas que no han pasado por estos momentos, o han tomado la opción de no arriesgarse a salir de su zona de confort, saber que su energía transmite lo contrario que sus palabras de ánimo e inconscientemente nos dejamos arrastrar a la vibración del miedo, ¡que nos sobra! No necesitamos reforzarla. Pero no hay que ignorar, si nos ocurre, esta situación, no sirve de espejo.

Queda, por supuesto, salir de situaciones donde la agresividad, la hostilidad e ironía o sarcasmo sea el tono dominante. No es más que la vibración de miedo o pánico sin aceptar ni trabajar. En ese ambiente, de repente nos sentimos muy mal, indefensos, bloqueados y bajamos a la vibración de la víctima, «pobre de mí», «no soy capaz»…»qué horror, no sé qué voy a hacer»… Puede incluso que no se refieran a nosotros, da igual, es la vibración la que captamos. Pero vuelve a ser lo mismo que en el párrafo anterior, lo utilizamos para saber que es un reflejo de nosotros mismos. Aún mantenemos esa vibración con otros o con nosotros mismos. Es una parte que aún no hemos visto y que ahora es la oportunidad para sanarla. La aceptamos pero elegimos no quedarnos ahí.

Ya si la bronca va dirigida a nosotros, entonces los efectos son más graves. En cualquiera de los  casos, parar automáticamente la situación. Sacar el valor de donde sea e irse. A veces no vale la pena decir que no se acepta ese tono, se puede convertir en otra discusión que no lleva a ningún lado, salvo al aumento del estado de ánimo pésimo. Este comportamiento hostil o de violencia verbal no tiene ninguna justificación válida, por tanto, si entramos a «defendernos»porque nos sentimos «atacados», nos mantenemos en esa vibración. Disculpas como que «tengo prisa, me esperan», o «me estoy encontrando muy mal», por ejemplo, ayudan a salir de esa situación. Aquí hay que estar muy alerta, es muy fácil seguir aguantando, cuanto más tiempo estemos menos energía para salir vamos a tener. Sin embargo, nada de caer en la crítica, al contrario, reconocer y aceptar que aún queda una parte de nosotros que sigue «dirigiéndose así a nosotros mismos».

Estar abiertos y escuchar una visión crítica, diferentes puntos de vista es absolutamente necesario. Nos ayuda a discernir, muchas veces nos aclara puntos que estaban atascados. La relación dialéctica enriquece, siempre y cuando esté hecha desde la libertad, desde el respeto, desde una vibración no hostil ni agresiva, no desde el miedo encubierto.

Cuando se emprende un Viaje, es bueno estar atento a las señales  para disfrutar al máximo. Vigilar nuestra «línea de flotación», para que no se vea  «tocada», es muy conveniente, de lo contrario, nos vamos hundiendo poco a poco en un mar viscoso donde la duda, el desánimo, el agotamiento, de nuevo, se adueñan de nuestro ánimo. El problema es que se va aumentando la emoción, y, como bien sabéis, la emocionalidad nubla la visión, bloquea la energía, impidiéndonos ver nuestra realidad, las posibles soluciones, las salidas, nuestras capacidades y las ayudas que la Vida nos brinda.

Cuando esto ocurre, es muy importante saber que podemos salir a flote,  y continuar, pero estar alerta es necesario. Asumir, aceptar, integrar los miedos y sus diversas formas de manifestación para seguir navegando. Cuidar nuestra energía para poder enfrentar nuestros fantasmas y así poder seguir llevando nosotros el timón de nuestra vida, es lo que nos hace ir alcanzando una vibración más alta, menos densa, menos pesada, y  tener suficiente energía para poder afrontar nuestra propia vida con alegría, esperanza y realismo. Si, si, realismo, porque nuestra visión se va ampliando, al igual que nuestra conciencia y vemos una realidad cada vez más amplia. Al poder observar la situación y a nosotros con serenidad vemos los pros y los contras, qué podemos cambiar, añadir, descartar, mantener.

Otra medida que aumenta la energía. Una vez volvamos a navegar tranquilos, entusiasmados, en perfecta armonía, con nuestra disciplina y con nuestro orden restablecidos; nos sintamos bien, hacemos un recuento de la situación vivida y damos las gracias a todos los que han participado en la recuperación de nuestra línea de flotación, desde el corazón, sintiendo un auténtico agradecimiento, porque todos los actores y actos han contribuido a que aprendamos algo más. Han sido nuestros cómplices para seguir adelante.

Desde aquí os animo a seguir buscando en vuestro interior, a seguir viviendo desde el respeto, desde la libertad, desde el Amor, desde la aceptación. A no tener miedo ni vergüenza a pedir ayuda. Os animo a cuidar vuestra energía, vuestro cuerpo. Sin olvidar el valor añadido de la experiencia, que nos va dejando «esos pequeños trucos» para poder compartir y continuar.

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La Aceptación II

Vuelvo y sigo con la Aceptación. Acepto que os ha interesado y me habéis animado a continuar, acepto que aquí «hay tema» porque a la mayoría cuesta un montón aceptar.

Nos encontramos con que hay, para empezar, dos frentes abiertos. A mí me gusta denominarlos  «Asuntos» internos y externos. Lo interno es todo aquello que forma parte de mí; de mi manera de ser, de sentir, de pensar. Mis creencias, mis expectativas, mis planes o proyectos. Lo externo es todo aquello que viene de fuera pero que me siento implicada. Una orden, una demanda, un trabajo, un carácter o manera de ser de alguien, una opinión, una persona, una actitud, un comportamiento…Pero da igual, a la hora de aceptar tanto lo propio como lo ajeno, siempre se experimenta una ligera dificultad, porque es modificar nuestro comportamiento aprendido  ya que se elimina el juicio. Ni bueno, ni malo, simplemente es. No podemos olvidar los «trastos viejos», todo aquello que vamos cargando, guardando en nuestro interior y que no admitimos ni en broma.

Digo dificultad porque nos hemos creído que es difícil, pero a mí me parece que se ve así porque, por un lado, nos falta información y por otro, no nos hemos puesto a ello. Una vez que se va entendiendo o conociendo el proceso que se ha de hacer, resulta fácil y como todo, a medida que se va aceptando, cada vez resulta más sencillo hasta que se integra por completo y sale solo.

Os animo a que recordéis un ejemplo simple de algo que tuvisteis que aprender de niñ@s porque os gustaba mucho o teníais muchas ganas de hacer. A mí me va muy bien recordar el día que me  regalaron la bici verde, la Orbea, heredada de una hermana. ¡Era preciosa!, ¡enorme! y enseguida me quise subir. Sola en la delantera de casa, parecía un reto imposible, se me caía de todas todas, no la controlaba.  Suerte que la prima mayor de mi amiga se brindó a enseñarme. Al principio me sujetaba el sillín para no caerme, yo tenía miedo y no sabia mantener el equilibrio, hasta que poco a poco me fui soltando. Iba torpe, más pendiente de Belén (así se llamaba la prima) y de si me soltaba, que de dar pedales y  se le ocurrió la brillante idea de que yo debía ir con los ojos cerrados para no saber cuando me dejaba sola, yo sólo tenía que pedalear. Así fue como aprendí a andar en bicicleta, ¡con los ojos cerrados!. Cada vez que lo recuerdo me muero de risa, me inunda un sentimiento profundo de ternura, de agradecimiento. Me veo escuchando atenta sus indicaciones, sentada en la bici, pedaleando, hasta que de repente mis piernas iban solas, ¡me fundí con la bici! «me solté», sin estar pendiente de nada más. Todavía escucho los gritos para que abriera los ojos (menos mal),  y seguí disfrutando como una loca. La ilusión de atreverme, de poder ir a buscar a mi amiga hasta su casa y luego hacer carreras,  bajar la cuesta, fue el motor que me llevó a estar todo el día «entrenando». Como era una niña con toda la inocencia, lo viví con la naturalidad con que aprenden los niños. No recuerdo el tiempo que necesité, ni se me ocurrió pensarlo, simplemente quería andar en bici. Por fin podía ir por el camino con piedras, más contenta que nadie, segura, feliz, a buscar a mi amiga Anabel. No aprendí a la manera ortodoxa, pero no se me ha olvidado nunca esa experiencia y me ha servido en muchas ocasiones.

Acepté que no sabía montar en bicicleta de dos ruedas, que quería aprender, que me podían enseñar y yo seguir las indicaciones. Una vez aprendidas, se trataba de entrenarme hasta que lo lograra. Seguro que me caí y con la misma «normalidad» volví a montar de nuevo. No le daba importancia, formaba parte del juego. Dejaba atrás el triciclo, una fase de mi vida, crecía y crecer implicaba  aprender algo nuevo para pasármelo mejor.

Seguimos creciendo, cambiando, nos vamos trasformando y vamos descubriendo tanto a nosotr@s como a los demás. Es la aventura de vivir y aquí es cuando surge el conflicto, al no aceptar los cambios, los imprevistos. De repente se nos desvela algo nuevo, algo que no habíamos contemplado. Ahí, de inmediato entra el juicio. Es bueno o malo. Si es bueno, nos sorprende gratamente, pero a veces no podemos creerlo, y nos decimos que es imposible, que no puede ser. Ya empieza la lucha, el darle vueltas, el intentar convencernos. Incluso, vencidos por nuestro asombro, preguntamos o comentamos el tema con alguien cercano. Una muestra típica es la necesidad de aprobación externa, que tanto si la recibimos como si no, no quedamos satisfech@s del todo. La desconfianza se apropia de parte de nuestra mente. No me puede estar pasando a mí, ¿cómo es posible?» Esto nos lo decimos siempre.

La otra, es cuando aparece de golpe «algo» que nos parece «mal», inapropiado, injusto, pecaminoso o cualquier otro adjetivo calificativo. Aquí solemos actuar de dos maneras, una es negándolo, como si no lo hubiéramos visto, y la otra es sumiéndonos en un auténtico desánimo: ¡Qué horror! ¿Cómo es posible que sea así; que esta persona piense así; esto no puede ser cierto…

Bien, he mencionado unos puntos básicos que nos impiden alcanzar la aceptación, uno, que ya lo comenté la vez pasada, el juicio de valor; otro creer que es muy difícil, imposible; y el tercero, la negación. Tan sólo mencionaré otro aspecto que se tratará más adelante: El Control. Pero voy pasito a pasito, no se trata de correr, sino de integrar.

Tenemos la tendencia a negar. De niñ@s cuando nos asustaba algo ya nos decían, no te asustes, no hay nada, o nadie, o no tienes que tener miedo. Cuando decíamos o sentíamos algo «inapropiado», no digas eso, ¡por Dios!. Ni te cuento si hacíamos la típica pregunta inoportuna, había que callar. Aprendimos a callar y a negar todo aquello que se suponía incómodo, incorrecto, impertinente. ¡Ya está!, tanto el juicio como la negación lo desarrollamos pitando, por la cuenta que nos traía. Y está muy bien, nos sirvió para ahorrarnos alguna bronca, castigo, pero no nos quitó el sentimiento de culpa, la rabia, el miedo…

Nos cuesta aceptar lo «nuevo», lo «malo», lo «bueno», lo «diferente». Nos cuesta aceptar los cambios, nos revelamos y lo pasamos fatal, perdemos mogollón de tiempo en quejarnos, en negarlo, en fin, un rollo, porque no hay remedio. La vida sigue y nos pone retos. Nos cuesta aceptar «al otro», «lo otro» y «lo propio».  Hacemos lo indecible para que se cambie eso que no queremos.  Todo esto es inútil, una auténtica pérdida de tiempo y de energía, que pudiéramos dedicar a realizar nuestros proyectos, sueños, o, simplemente descansar o divertirnos, o cualquier otra actividad más beneficiosa y hay muchas.

Lo único que cambia, transforma la realidad es la Aceptación. Por lo tanto, lo primero de todo, saber que todo, absolutamente todo lo que deseamos de verdad aprender, somos capaces de hacerlo. No importa el tiempo que nos lleve. Que para aprender, hay que empezar por algo. Es decir, se puede comenzar con algo sencillo, y se trata sólo de intentarlo, si, si, conectar con nuestra auténtica Intención, con la Voluntad  de empezar a aprender a aceptar. Ajá…pero sin olvidar aceptar que nos cuesta, sin juicio, sin machacarnos, con y desde la inocencia de la niñez y desde las ganas de lograrlo.

Querer vivir desde la aceptación conlleva un aprendizaje, un proceso, puesto que llevamos viviendo desde el juicio y negación desde que tenemos uso de razón.  Empecemos por observar que tenemos delante o dentro de nosotr@s. Observar, ser testigos de lo que pasa, de lo que me pasa, de lo que me provoca, sin más. Evitar poco a poco los adjetivos. Preguntarnos qué me produce, qué siento, qué me está pasando y, aceptarlo tal cual. Si, son multitud de emociones que nos asustan; lo aceptamos, aceptamos ese miedo, o rabia, o culpa, o soberbia, o envidia, da igual, simplemente observamos, desde el Silencio interno y lo aceptamos. No hay que olvidar que el Silencio interno, también llamado parar la mente o meditación, acalla el juez que llevamos dentro. Lo mismo que me tenía que fijar en dar pedales, aquí ponemos nuestra atención en el cuerpo, conectamos con él.

No hay que desanimarse, hay que seguir con el Intento. Con el entusiasmo que alimenta la Voluntad. Aceptando nuestras «caídas» y volvemos a intentarlo.

Aceptar no significa estar de acuerdo con todo, simplemente es aceptar. A partir de aquí comienza el Milagro de la Transformación de un@ mismo, del crecimiento y cambios no sólo físicos, sino como personas; de nuestra vibración, entorno, Vida. Al aceptar las emociones es como si desapareciera una niebla densa, pegajosa que impide tener una Visión clara de nosotr@s, de la situación, del nuevo reto. Se transforman en alegría porque comprendemos qué está pasando y para qué. Encontramos sentido, aparecen nuevas posibilidades, diferentes, hasta entonces desconocidas. La realidad la vivimos de otra manera. El aceptar activa la alquimia de la transformación, de la metamorfosis.

La aceptación es amar la vida, es amarnos a nosotr@s, a los demás. Es Vivir desde la serenidad, la armonía, que es lo que más deseamos. Nos concede la oportunidad de estar alegres, el entusiasmo de ir superando etapas.

Para terminar, os agradezco mucho los comentarios que he ido recibiendo y os animo a que sigáis compartiendo vuestras preguntas, dudas y opiniones

Conectar, Conexión, Intento, Ser · Objetivo, Metas, Propósitos

Ligera de equipage

La Navidad o Solsticio de Invierno empieza hacia el 21 de Diciembre y acaba con la llegada de los Reyes Magos o Epifanía.  Es el tiempo de la llegada de la Luz, de la Información, de la Revelación.

He podido comprobar que no solo estaba yo inquieta, melancólica, revuelta, ya que con algunas de las personas que me he comunicado hemos compartido este estado de «crisis» personal que se ha ido desvaneciendo poco a poco a medida que nos acercábamos al final de la Navidad.

Compartía que este año, igual mi crisis ha sido más profunda que otras veces, me atrevía a decir, entre risas,  que estaba siendo la peor que recordaba, sin embargo, la he vivido mucho mejor, con una mayor conciencia que me ha permitido saborear las emociones, los sentimientos, la incertidumbre y el miedo provocados por las pérdidas y los cambios.  Si, el miedo e incluso la angustia que te despierta por la noche, han sido dos componentes importantes de estas Fiestas. ¿Cómo es posible estar bien, en este estado? Os preguntareis y no sin razón. Pues es la respuesta a esta pregunta que me han estado haciendo sin parar, la que quiero compartir.

Cuando se está en crisis, una puede disimular delante de la gente, puede hablar, comentar, reír, hacer como que no pasa nada, pero sabe que está hecha caldo, por mucho que disimule.  Esta vez no ha sido así. Estando viviendo una crisis profunda he podido disfrutar, reír, compartir y celebrar estas Fiestas con profunda alegría, no he tenido que fingir, no he necesitado fingir. Lo que ha ocurrido igual que veces anteriores ha sido la necesidad de Silencio, de tranquilidad, la ausencia del alboroto propio de estas fechas, simplemente he elegido celebrarlas en la más estricta intimidad. He aprovechado o buscado momentos de quietud, de calma, de silencio con verdadera necesidad, ya que quieras o no, son días de actividad frenética y lo que necesitaba era quietud para aquietar mi cabecita que estaba bastante inquieta, alterada y así poder salir de «mi refugio» y disfrutar de la compañía.

He aceptado desde el principio que venía una movida importante, que no iba a ser fácil el transito al nuevo año. Sabía muy bien que había que desprenderse de viejas creencias, sentimientos muy arraigados, para dar paso a lo nuevo que nos trae el 2015 y que ya no vale solo las buenas intenciones, que es tiempo de pasar a la acción, no se puede «dejar para luego».  Por tanto, he esperado con paciencia la Información, he ido aceptando todo lo que se quedaba en el pasado, he llorado y celebrado las pérdidas, puesto que no todo lo que se ha de ir quieres que se vaya. He ido integrando todo aquello que cada día iba descubriendo, con la confianza en el Milagro, en la Magia y  así han ido pasando los días. No quiero omitir un milagro ocurrido, una reunión donde se comenta un libro. No lo dejo pasar y salgo corriendo en su búsqueda, La Historia Interminable de Michael Ende. Me ha acompañado todos estos días y ha sido una revelación. ¡Cómo he disfrutado! hacía tiempo que no vibraba con una lectura, me recordó cuando descubría un autor y saltaba de alegría porque me daba la información, la pista que justo necesitaba en ese momento. Son esos momentos mágicos que nos regala la literatura.

La víspera de Reyes ya tuve mi primer regalo: Un abrazo, un abrazo que llevaba mucho tiempo deseando. Unas miradas brillantes, limpias, sanas, jóvenes, inocentes que pude apreciar de cerca. Mi corazón saltaba de alegría y de agradecimiento.

Ese mismo día me llegó la Información que necesitaba para seguir con ánimo, voluntad, disciplina, ilusión y confianza; todavía no habían «venido los Reyes» y ¡ya estaba recibiendo regalos! Me acosté con la inocencia de cuando era niña, sabiendo que al día siguiente y los días venideros iba a recibir más. Así ha sido, han llegado certezas, oportunidades, abrazos, reencuentros, viajes y la Fuerza para seguir viviendo con alegría y entusiasmo al 100%.

Probablemente se me irán olvidando algunas de las tendencias que me habían marcado hasta ahora, aquellas que te hacen vivir con una carga pesada; ahora entiendo a Machado cuando decía que había que ir «Ligero de equipaje», no sólo se refería a llevar maleta pequeña, sino a no ir cargando creencias limitadoras de lo que realmente somos: Luz y Amor.

Este 2015 nos trae la posibilidad de seguir avanzando hacia una vida plena, hacia el amor, hacia la Luz, a ampliar nuestra conciencia. Nos trae la Información que cada uno de nosotros necesitamos para vivir desde el Ser que somos y para ello hemos de vaciarnos para dejar entrar lo nuevo. Abrazar los cambios, la vida, sabiendo que todo es como debe ser, sin esos pensamientos «antiguos» que hacen que nos enfademos con lo que nos trae porque no lo entendemos, porque no nos gusta, o no era lo que queríamos y así bajamos de vibración, de ánimo y tenemos que recurrir a todo tipo de evasión para paliar la frustración que conlleva.

Cuando estoy en la confianza, en la aceptación, en la inocencia, vibro en el amor, atraigo a mi vida ¡milagros! Se convierte en algo natural, como la vida misma, y cuando llega la crisis, se vive desde la esperanza, desde la certeza de que se está dejando algo que ya no sirve, que hay que vaciar «nuestra memoria personal» para seguir viviendo, fluyendo con alegría y entusiasmo y estar abiertos a la transformación o metamorfosis para llegar a vivir todo nuestro potencial.

!FELIZ  y PRÓSPERO 2015 os deseo de todo Corazón!

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El Colibrí

Hoy me remonto 12 años atrás, cuando, por primera vez, asistí a un curso del Camino de la Libertad, también llamado, Camino del Guerrero, durante el mes de agosto en el Estado de México.  Era la segunda vez que visitaba ese país y la primera que salía del amparo de mi familia mexicana. Por fin, podía adentrarme en el «México Profundo», que tanto deseaba. Eso sí, no sin miedo. Me habían alertado, avisado y prevenido de miles de peligros que me aguardaban en ese país. Ya en el aeropuerto, Benito Juarez, lo único que se me ocurrió para tranquilizarme fue conectar con el Silencio y repetir sin parar la frase de «Uno, uno, todos somos Uno», concentrando toda mi atención en mi respiración, en mis pasos. Es una manera de acallar la mente,  parar el diálogo mental, que te paraliza y ciega y seguir caminando.

Concentrada en mi respiración, escuché un»hey» y vi un cartel con mi nombre y apellido mal escrito, pero había alguien esperándome, contra todo pronóstico. ¡Qué tranquilidad! en ese momento le hubiera comido a besos a aquel, prácticamente, desconocido, pero me contuve y respondí «soy yo a la que buscas».

A partir de aquí, todo fue una aventura maravillosa, los peligros no se presentaron, y dejaron espacio a los regalos que México tenía preparados para mí. A los dos días de mi llegada, me llevaron a Tonali, un centro donde nos hospedábamos y recibíamos el curso.

Rodeado de montañas o colinas, una de ellas, «La Mujer dormida», te trasmitía paz, sosiego, bienestar, entre otras muchas más sensaciones a cual más agradable. Desde que llegué allí, me encontré en un estado de plenitud, de felicidad y de asombro continuo. Todo llamaba agradablemente mi atención. El paisaje; los sabores picantes, dulces, extremos;  la gente con la que estaba, agradable, divertida; y ¡qué decir de Mariví de Teresa!, la mujer sabia, cariñosa, atenta,  una auténtica guerrera que impartía el curso y que tanto me enseñó. Acudía a sus charlas, iba a las caminatas, a los ejercicios de recapitulación, Chi-Kung o Tensegridad. Nunca olvidaré su mirada, sin palabra alguna, trasmitía una certeza, un Poder que sin pensarlo, hacía todo lo que tocaba. El día que tocó un Temazcal, creí que me moría de miedo para atravesar aquel pequeño agujero, pero luego, una vez superada la prueba,  como con todo lo que nos hacía, alcanzabas un estado de dicha y alegría profundos.

A medida que pasaban los días, cada vez me sentía más a gusto y contenta de haber dado el paso, de haberme atrevido a cruzar el charco sola, de ir a México, con todo lo que me decían de peligroso que era ese país. Allí estaba yo, aprendiendo y experimentando una manera de verme a mí misma diferente, con otra mirada y, al mismo tiempo, al resto de la Creación.

De toda aquella experiencia que duró un mes, hay un hecho que quiero resaltar, porque fue fundamental, no sólo ese verano, sino hasta hoy. Las flores me llamaron mucho la atención, su colorido brillante, variado, chillón; rodeadas de los pajaritos más bellos que había visto en mi vida, los colibríes. ¡Me enamoré de ellos! Quise saber todo sobre el colibrí, y lo que más me asombró fue que en Europa no había; habían intentado llevarlos a la Toscana, por la similitud del clima, pero murieron todos, no se adaptaron. Bueno, lo que me faltaba para que me gustaran más. ¡Qué sensibilidad! ¡Qué ternura! Eran pura poesía.  Fue un amor a primera vista. Todo el mundo en México que me conocía, sabia perfectamente el amor que procesaba a los colibríes. En los descansos, aprovechaba a quedarme absorta, observando las enredaderas repletas de flores naranjas y rosas, rodeadas de colibríes, agitando sus alas a una velocidad de vértigo y un día, noté algo muy suave, casi imperceptible en mi hombro desnudo. Miré y vi una pluma multicolor, como con irisaciones azules, pequeña. La guardé durante mucho tiempo, en mi última mudanza, se perdió.

¡Un colibrí me había dado su pluma! ¿Qué más podía pedir? Me volví loca de contenta y fue la señal de que me unía a ellos algo más que la admiración. Me sentí admitida en su comunidad y con mayor motivo acudía cada día al rincón de las enredaderas a verles y escuchar su ligero y suave canto. Se puede decir que mantenía un diálogo sin palabras con ellos y que eran los momentos mejores del día. Las dudas se me disipaban, encontraba respuestas allí sentada, frente a ellos y me sumía en un estado de ensueño maravilloso.

La relación no acabó aquel verano, ya viviendo en México los veía y celebraba cada vez que acudía uno, allá donde yo estuviera. «Lourditas, ya llegó tu colibrí», me decían. Era la señal de que «todo iba bien».

Una hecho muy especial fue aquel mes de febrero que me decidí a independizarme. Salí de la casa de mi prima adorada, Rosalía, después de haber estado alojada un año en su casa, a cuerpo de reina.  Ya tocaba ir a vivir sola, y a través de otro buen amigo, Hugo, encontré un departamento en la colonia Roma. Era toda una novedad para mí, sola, viviendo y trabajando en México, en una ciudad de millones de habitantes, sin dificultad alguna. Todo fluía de manera suave, fácil. A los pocos días de llegar, estaba yo colocando cortinas y tomando conciencia de dónde y cómo estaba, cuando, de pronto, escucho unos suaves pitidos, ya conocidos; miro por la ventana, que daba a un patio interior, espantoso, y cual es mi sorpresa y alegría profunda al ver ¡un colibrí!. ¿Cómo era posible que hubiera llegado hasta allí, un patio sin flores? Emocionada y agradecida, salí corriendo a comprar unas macetas con bugambilias para ellos, las coloqué en la ventana y balcón que daban a la calle Puebla, para que se sintieran a gusto. Les quería dar la bienvenida como ellos me la daban a mí. Les puse también su bebedero con su agua especial y cada día acudían a regalarme el placer de verles agitar sus alas, escuchar su sonido y apreciar su belleza.

Me cambié de casa, y siguieron viniendo cada día, así hasta que me fui del país, a Europa, donde no pueden vivir, se mueren.

Así que desde que regresé de México sólo los podía ver en fotos, o en cerámica y madera, todos los que me fueron regalando y que los traje conmigo. Los he mirado con nostalgia, pensando que «aquí no hay colibríes para acompañarme, para sacarme de mis dudas». Los he mirado con la necesidad de volver a momentos del pasado, permitiéndome sentir  la tristeza de pensar en algo que se ha tenido o vivido en una etapa y ahora no se tiene. Hechaba de menos sus colores, pitidos y compañía. ¡Poesía Pura! o ¡Pura Poesía!

Esta mañana temprano, en el metro, agradeciendo el nuevo día, todo lo que la Vida me da, me he acordado del colibrí,  he sonreído y sin ninguna nostalgia he agradecido tener, de nuevo, entre otros muchos Regalos,  ¡poesía y sensibilidad!, en mi vida. No hay colibríes aquí, pero el Universo sigue dándome  deliciosas sorpresas y oportunidades cada día y cada día me siento más viva.

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Otro empujón

Hoy sigo con el tema del empujón, si, porque dejé en el tintero otro tipo de empujón, muy necesario también y muy práctico. Me parece interesante tenerlo en cuenta, o caer en la cuenta si lo hemos experimentado pero no lo hemos considerado.

Hay días en que estamos «tocada@s», o para ser más precisa, temporadas.  Se nota al sentir un cansancio «especial», ese que te permite hacer todo lo que tienes que hacer pero te impide hacer algo diferente, divertido, estimulante. Toda la energía se dirige a realizar las tareas diarias y una vez terminadas la vista se dirige a la cama y allí vas, como un autómata, a tumbarte y dejarte acunar por Morfeo.

La cabeza, la mente sólo se ocupa de lo imprescindible , no da para más. Así que cuando te despiertas continuas haciendo, paso a paso, lo que sabes, «se tiene que hacer».

A mi, cuando estoy así, se me escapan pequeños detalles, se me va «el santo al cielo», como se suele decir y cuando me reclaman lo olvidado, o me señalan el despiste, me quedo bloqueada, no se qué decir, salvo, ese «lo siento, ¡ostras¡ no me he dado cuenta¡, se me ha olvidado¡» que sale del corazón, pero mi mente se queda  en blanco y toda yo, como un pasmarote, con cara de aterrada.

Otro síntoma es que a la mínima se salta como un felino enjaulado, escupes todo tipo de improperios y dices lo que quieres decir pero justamente con las palabras, el tono y la forma que no se tienen que decir nunca. En este caso, es el «otro» el que se queda con cara de pasmado y con expresión aterrada y de interrogación, sale por patas.

Da igual la reacción, el caso es que te hacen sentir fatal cualquiera de las dos. Viene de golpe una culpabilidad ácida, unas ganas de «esconderse», de que nadie nos vea, de no seguir pringandola, vaya. Se quiere gritar ¡que se pare el mundo, que me quiero bajar¡. No hay nada, en ese momento que consuele, que quite importancia «al despiste», o a la salida fuera de tono, más bien,  todo lo contrario, a medida que va pasando el tiempo, la culpabilidad aumenta porque recurren incansablemente miles de recuerdos donde se ha tenido «algún fallo similar». Lógico, a medida que vamos cumpliendo años, se van acumulando una serie de experiencias repetitivas que nos pueden hundir en la miseria cuando florecen de nuevo.

Entonces…. ahí viene el «otro empujón». Esta vez me lo doy yo a mí misma. En lugar de seguir dándole vueltas al tema, dejo todo lo que estoy haciendo, pospongo lo que tenga que hacer y me voy  sola (en ese estado es fundamental no estar con nadie, para evitar «herir suceptibilidades», no estamos presentables) a dar un paseo por algún lugar que me guste, a paso ligero, muy ligero. Elijo activar mi cuerpo en lugar de mi mente que la dejo descansar y no paro hasta que estoy agotada físicamente. Me «sacudo» todas mis culpas, «sudo» todas mis quejas, me desahogo y saco todos mis enfados. Una vez vaciada, me siento o tumbo (si no está mojado el suelo), miro al cielo, respiro profundamente y dejo mi vista distraerse con las nubes, con las ramas de los árboles o, simplemente con el cielo.  Descanso y poco a poco todo se va poniendo en su sitio, me «recoloco» en la vida, en el mundo que me ha tocado vivir, sigo respirando profundamente hasta que me vuelven las ganas de vivir, acuden ideas para salir de mi monotonía y la fuerza para llevarlas a cabo. Tímidamente comienzo a sonreír y de manera inconsciente me levanto, voy al coche, arranco y me dirijo con la música a tope, a seguir haciendo lo que dejé a medias.

Pero eso sí, menos cansada, más alegre, conociendo un poco mejor mis fallos y con la esperanza de poder superarlos poco a poco; que tengo grandes despistes, a veces producto de mi grado de autoexigencia, del estres al que me dejo arrastrar por no parar mi mente, respirar profundamente y conectar con el soplo de vida que dice «todo está bien, no tengas miedo». En el camino he dejado un poco de la soberbia que me hizo sentir tan mal por no «dar la talla»; en el camino se ha quedado la culpabilidad por no «ser perfecta»; la rabia por no «poder con todo»; la tristeza por no demostrar mejor mi amor; Por cierto, que no se me olvide que tengo que ir al súper, no hay nada en la nevera, jajaja.