Conectar, Conexión, Intento, Ser

El Mestizaje

Leía esta mañana un texto corto, escrito por una buena amiga, sobre su mestizaje cultural, que compartía con otra autora al verse reflejada. Visualizo una cadena, pequeña, hasta el momento, pero seguro, que una vez leído este mismo texto, alguien más se unirá y añadirá otro eslabón.

Celebro el mestizaje, disfruto el mestizaje y animo a reconocerse mestizo, de una santa vez, por favor, ya.

Estoy utilizando el concepto, no en sentido literal antropológico, para nada¡ No me refiero sola y únicamente a la mezcla de razas, lo utilizo para compartir la unión, la mezcla, la fusión de culturas, educaciones, pasados, costumbres, experiencias; para reconocer y agradecer la suma en lugar de la resta o división.

Somos la suma de un Todo, nos guste o no. Por ello no estamos obligados a cargar con todo, tenemos la oportunidad de trasformar, mejorar, ampliar, incluso abandonar, pero primero lo hemos de aceptar y agradecer.

Se puede elegir y se debe, con qué quedarse, por supuesto¡ Nos despedimos de lo que no interesa, de lo que no beneficia, de lo que nos queda ya pequeño, pero sin negar lo que dejamos, lo que descartamos, para más adelante identificarlo como algo que fuimos, que tuvimos también y saber que se puede dejar, acabar, descartar.

Celebro cada día mi mestizaje, agradezco mi pluralidad, mi capacidad de adaptación (nunca resignación) y saberme que formo parte de un Todo¡ Que soy y somos Luz y Amor y elijo ver en el otro su Luz y Amor, y sé que puedo elegir con quien y qué quedarme en este camino de regreso a Casa.

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El calcetín

Me he levantado de la cama de un salto, he visto un amanecer maravilloso, sublime. Me he quedado absorta contemplando la Belleza. De golpe, al mover la cabeza del gusto que estaba sintiendo he visto 2 Arco Iris juntos, ha sido la gota que me ha superado, me ha sacado de mi estado contemplativo y me ha llevado a vete tú a saber dónde. Han sido unos minutos sublimes, he perdido mi control, mis límites, supongo que me he fundido con el amanecer, con el arco iris, las nubes, el prado verde, los árboles, qué se yo¡

Gracias, gracias, muchas gracias, el sentimiento profundo de agradecimiento me ha traído de nuevo a la cocina, guauuu que bien me sentía. Mirando de nuevo por la ventana caigo en la cuenta de que amanece cada día, cada día sale la luz, viene la luz de nuevo a iluminarnos. Puf, que gozada, tomar conciencia de que pase lo que pase, amanece, acaba la oscuridad de la noche y vuelve la luz.

Pongo el agua a hervir para mi te y mientras tanto busco mi ropa para ir a bañarme. Cosa extraña, no encuentro un calcetín, lo busco por la habitación y no lo veo. Lo dejo para más tarde pero inquieta, dónde puede estar, si lo dejé ayer noche junto al resto de la ropa preparada, me ducho, hago el te, me visto y vuelvo a buscar el calcetín. Que no, que no aparece. No lo entiendo, vivo en una casa preciosa, pero pequeña, la habitación, muy bonita, pero reducida, dónde puede estar el pinche calcetín, repito cada vez un poco más obsesionada. Quiero trabajar, así que estoy con un pie sin el calcetín que no aparece y me pongo a hacerme el desayuno, mi huevo, tostada, fruta, lo preparo todo, lo saboreo pero con el pie cada vez más frío y más incómoda. Vuelvo a la habitación, vuelvo a mirar por todos lados y sigue sin aparecer. No lo dejo por imposible, vacío  la lavadora y me doy cuenta que ella cobra su tributo por lavarme la ropa y suele quedarse con un calcetín, pero no está ahí. Son esas cosas de los duendes que se encargan de hacer lo que yo no hago, dar un pequeño detalle de agradecimiento. A mí no se me había ocurrido agradecer jamás a la lavadora que me deje la ropa limpia sin yo hacer ningún esfuerzo, así que se ha encargado, por fin, de «darme un toque» hoy, justo hoy y eso que nos conocemos desde hace mucho. Justo hoy, mi habitación, hace exactamente lo mismo, menos mal que caigo en la cuenta. Justo hoy que he tenido unos momentos sublimes al ver el amanecer, que con la mayor naturalidad y espontaneidad ha salido de mi corazón un sentimiento de profundo agradecimiento. Lo pienso, reflexiono, mientras sigo buscando el calcetín como un auténtico sabueso por toda la casa. Qué fácil me resulta agradecer lo sublime, sin embargo, lo cotidiano, lo que vivo como algo natural, como un derecho adquirido, eso no, eso ni tan siquiera soy consciente y claro está, ya están mis amigos los duendes para recordarme que no vale, que la vida no está hecha sólo de momentos extraordinarios. Todo esto, encima de que siempre me he considerado muy agradecida, con frío en el pie, con vergüenza por geta, por considerar que la lavadora, el lavavajillas, la cocina, todo está a mi servicio. Vaya que la energía eléctrica está a mi disposición.

Pues he bajado la cabeza y me han salido las gracias a mi lavadora, a todos los elementos y rincones de mi hogar, a mi habitación maravillosa con esas vistas, a la cocina que cada mañana me presenta el amanecer. No he querido seguir castigando a mi pie con el fresquito y he ido al cajón a buscar otro par de calcetines. Pero antes, como volvía a estar feliz y sintiendo lo mejor que hay en este mundo que es ese sentimiento de agradecimiento, he puesto la música. «Canciones elegidas». Bua… que gozada, «Bailar Pegados», «Le Meteque», (¿?) «No dudaría», mi adorado Antonio Flores… Bailando he ido al cajón y sorpresa… estaba el calcetín perdido. Cómo ha ido a parar ahí, no tengo idea, lo que si os puedo decir que las carcajadas de alegría brotaban de dentro de mí, iban mucho más allá que por el hecho de encontrar al «hijo pródigo», era por la luz que viene cada día a iluminar mi camino de aprendizaje camuflada de mil maneras diferentes, hoy, en forma de calcetín. Por mi parte, sólo, solamente estar atenta.

GRACIAS.

Conectar, Conexión, Intento, Ser

La estrategia del caracol

 

Hace muchos años, allá por finales de los 80 o principios de los 90, vi una película, creo colombiana cuyo título era La Estrategia del Caracol. Me pareció buenísima en su momento, y siempre he tenido ganas de volver a verla; la he buscado por los videoclubs y no aparece, debe estar descatalogada. Es posible que alguien de los que me lea, la conozca y me diga donde y cómo puedo conseguirla. Pero mientras eso ocurra la nombro para hacerle un pequeño homenaje desde estas páginas.

Fue la que me inspiró, la que puso palabras a una necesidad que siempre he tenido, y no sabía cómo llamarlo:  «hacerme caracol». Amigas mías, si me leen, sonreirán acordándose de la consigna. Ellas sabían que cuando estaba en fase caracol no salía, no llamaba, desaparecía, salvo para casos de verdadera urgencia, de lo contrario yo me guarecía en mi cueva, me metía en mi caparazón protegiéndome de toda influencia externa.

A lo largo de mi vida lo he seguido haciendo y cada vez me resulta más imprescindible. Soy sociable por naturaleza, me vuelve loca estar con mi gente, y además  conocer personas divertidas, con sentido del humor, creativas, valientes. Me lo paso genial y disfruto muchísimo. El placer de quedar con un amigo-a, a charlar tranquilamente, a contarnos cómo nos va la vida, a compartir nuestros últimos descubrimientos y avances; el placer de una reunión, de una tertulia intercambiando opiniones en un lugar cómodo y agradable, me parece que nunca lo abandonaré; y no quiero dejar de mentar, lo que se entiende por una buena juerga. Eso que llegas a casa partiéndote de risa y al día siguiente sigues riéndote de las bobadas que has hecho, dicho y compartido, incluso a veces, ni te acuerdas y te viene una culpabilidad…de narices, que la intentas acallar llamando a los de la juerga y tímidamente pregustas, me pasé ayer con alguien? Estuve borde?. La respuesta llega como una ducha templada y relajante, no pasó nada de lo que me pueda arrepentir. Perfecto, así dispuesta para la próxima. Si a esto añadimos música y baile, vaya, lo máximo. Si, acepto con toda la tranquilidad del mundo mi vena «bohemia» y suelo estar bastante dispuesta a armar una.

Pero volviendo al caracol, también mi estrategia de molusco ha sido apartarme del «mundanal ruido» encerrarme en mi concha, quedarme en casa y ordenar, limpiar, tirar. Otras veces, tumbarme y no hacer absolutamente nada, nada más que descansar. Hacerme caracol podía ser perfectamente salir a la calle, pasear sin rumbo fijo, meterme por calles, mirar tiendas, o no, dependía del día; meterme en el coche e irme de excursión a cualquier lugar que no conociera. Subirme en mi vespa y tomar caminos distintos, meterme por calles que nunca había pasado. No esperaba nada en concreto, ni idea de lo que buscaba, simplemente era una necesidad, como otra cualquiera de estar sola conmigo misma. Eso sí, siempre intentaba encontrar un lugar agradable donde poder sentarme, tomar algo, sacar mi libreta, mi pluma Mont Blanc (soy fetichista nata) y ponerme a escribir.

Un requisito indispensable era no ir a lugares conocidos, tenía que haber el factor sorpresa, el dónde acabaré, qué encontraré, era fundamental. Así he conocido sitios tremendos, que según llegaba, me entraban las ganas de salir por patas. Pero también lugares maravillosos, que me quedaba absorta, sorprendida y con ganas de gritar dando gracias por semejante descubrimiento,  que luego me ha encantado compartir. Mostrarlos, con el temor e inseguridad, de que igual no les iban a parecer tan geniales como a mí, pero siempre han sido muy apreciados. Igual que mis rinconcitos, como les llamaba, he descubierto música, librerías, restaurantes, barcitos, tiendas, personas que no he vuelto a ver pero que me regalaron su tiempo y un rato inolvidable.

Esta necesidad, por llamarle de alguna manera, me ha acompañado siempre. He cambiado de ciudad, de país, de continente. Y no sé cómo me las arreglaba o arreglo para encontrar mi momento caracol. Repito, me puedo quedar encerrada en casa, en la habitación del hotel, o puedo salir al exterior, pero eso sí, sola. Perderme en el silencio,  entre la multitud, fundirme con la gente, y si no hay, simplemente con el paisaje y dejarme llevar.

Es curioso pero me he dado cuenta que a lo largo de mi vida, esta necesidad se ha acrecentado y cuanto más diferente, más desconocido a mí sea el lugar, la gente, las costumbres, más me gusta. Para esto no hace falta salir muy lejos, muy cerca de mí, he visto y conocido cosas totalmente ajenas y distintas; al mismo tiempo, muy lejos de mis orígenes, ha sido, precisamente, donde mayor empatía he sentido y mayor identificación en proporción he tenido.  Es la magia de la vida, donde menos te imaginas, conectas de una manera increíble. Se crea un momento mágico donde ocurren miles de cosas maravillosas, que te aclaran, que te centran, que te impulsan a seguir viviendo, que reafirman que vale la pena estar en este mundo.

Para terminar, quiero añadir que estoy muy agradecida al caracol y a su forma de estar en este mundo. Me ha enseñado a guarecerme ante una ligera agresión, a esconderme bajo una capa protectora; pero también me ha enseñado a ir con mi casa a cuestas, muy ligera de equipaje, dispuesta al viaje y a la aventura siempre que se presente la oportunidad. Me ha enseñado a aislarme del mundanal ruido y a concederme el tiempo de soledad necesario para enriquecerme, para nutrirme, para conocerme, para gestar proyectos, para crear mi vida y así cuando estoy con mi gente poder dar lo mejor de mí, poder compartir mi experiencia, mis descubrimientos y la magia de la vida, que es lo mejor que hay en este mundo.

 Gracias caracol por tu ejemplo.