Miedos, Desafíos, Retos · Objetivo, Metas, Propósitos

EL BLOQUEO

 

Processed with MOLDIV¿Te ha pasado alguna vez que has sentido un bloqueo? Seguro que sí, hasta la persona más fluida y segura del mundo, estoy convencida, se ha tenido que sentir en algún momento de su vida frente a un obstáculo o dificultad que no se sentía capaz de librar y decide abandonar. Pero también hay quien a pesar de eso, decide seguir adelante hasta lograr su propósito, que es sentirse bien consigo mismo. 

El bloqueo aparece cuando comenzamos algo nuevo, una relación, un proyecto, un proceso personal, todo aquello que represente una novedad, que nos saque de nuestra zona de confort.

En este caso en concreto, al obstáculo que me refiero, es el que yo misma me pongo. Son mis «propias neuras», aparecen al poco de comenzar y me impiden continuar lo que había empezado con tanta ilusión. La experiencia me ha enseñado qué la mejor solución cuando me pongo así es aceptarlas. Sí, curiosamente, en lugar de intelectualizar mi estado, comienzo por sentir mi cuerpo, por observar que me pasa y toda mi atención se va a la cabeza, parece que vaya a estallar. ¿Qué le pasa a mi cuerpo? ¿No tengo? ¿Soy un Cabezudo? ¿Te acuerdas de los Gigantes y Cabezudos, esos con la cabeza enorme que te daban golpes en las fiestas populares? Pues así me siento, golpeada con mi propia cabeza. No hace falta que te diga lo mal que lo paso, seguro que te pasa algo parecido.

¿Qué hago cuando decido parar de dar vueltas por casa, ir a la nevera, al baño, mirarme en el espejo, ver lo horrible que estoy? Pues ACEPTAR que estoy bloqueada, sólo que estoy, porque se que no soy un bloqueo. Tenemos la ventaja que en nuestro idioma se diferencia el SER del ESTAR. Así que me voy a por el  SER. ¿Cómo? Pues RESPIRAR CONSCIENTE, si, poner toda mi atención en mi respiración y ver y sentir mi barriga como se hincha y deshincha al ritmo de la respiración. Que me voy otra vez a la cabeza, no importa, vuelvo a la respiración de nuevo. Esta es la manera que conozco para SERENARME, o lo que es lo mismo, un intento para conectar con mi SER, salir de esa espiral alocada para observar «desde fuera» qué me está diciendo.

Observo los pensamientos,  intento ponerles cara, ojos y nombre, claro está, para conocerlos. Si no los conozco, difícil de aceptarlos, no? Bien, así que aquí te cuento un pequeño ejemplo de lo que me pasa. El primero suele ser, doña Autoexigencia,  aparece sin haberla llamado, como siempre hace, repitiendo sin parar todo lo mal que hago las cosas, que no sirvo para eso, callando la boca a doña Autocomplaciente, que en voz bajita reclama que no todo lo hago mal, que hay cosas que se pueden recuperar, que puede ser que eso en concreto, pues no sea lo mío. Entonces viene como un rayo doña Autocompasión, gritando que se callen, y animándome a dejar lo que estoy haciendo, me acaricia de forma pegajosa, repitiendo que no me preocupe, que descanse, que busque distracción, que seguro en algún momento me saldrá, pero que por el momento, lo deje. Doña Prisa, también llamada Doña Impaciencia, me anima a abandonar, alegando que no hay resultados, que vuelvo a perder el tiempo con tonterías que no son para mí. A lo que doña Autoexigencia, que se ha ido poniendo tierna, ha dicho que la única solución es prepararme más, que lea, aprenda, que me apunte a un curso, en fin, que todavía no estoy preparada. Vuelve Doña Autocompasión consolándome, diciéndome «pobrecita ya es muy tarde, se te ha pasado el arroz».

Unas y otras se contestan, se interrumpen, armando mucho ruido y, de golpe, me doy cuenta que me están llevando a un callejón sin salida y que el tiempo corre y que no hago lo que quiero hacer, en este caso en concreto, es escribir.

Es aquí cuando aparece Abu Lou, observa a todas, las hace callar a medida que las va mirando  y me pregunta con su voz cálida, cogiéndome de la mano, mirándome a los ojos  ¿por qué escribo?, a lo que le respondo, porque me gusta mucho. Y así, tranquilamente, empezamos un diálogo:

AL: Para qué escribes?

-L: para divertirme, me gusta compartir, además sé que hay gente que le gusta leerme.

AL: Te da satisfacción?

– L: ¡Claro! Muchísima.

– AL: Te importa la opinión de los demás?

L: ….

DL: ¿Quieres ser la mejor?

L:….

AL: ¿De qué tiene miedo mi niña? ¿De no hacerlo bien? ¿De qué se rían de ella? ¿De qué no la quieran? ¿De qué la critiquen? ¿De que la abandonen? Venga, mi amor, anímate, es normal que acudan estas locas, han estado contigo siempre deseando que las veas, que las escuches, que les hagas un poco de caso, entonces dejarán de molestarte. Ya está,  ya las has reconocido, despídete de ellas con cariño, ya no te hacen falta, ya has aprendido muy bien su lección. Poco a poco, sigue haciendo lo que te habías propuesto, sin expectativas, concediéndote tu tiempo, pero sólo porque te gusta mucho, porque eliges hacerlo, disfrutando de TODO el proceso. Hazlo solo para ti; y no olvides,  lo haces porque te gusta, porque te divierte, porque te sientes bien y buscas ser feliz. 

-L: Gracias Abu Lou, ¡qué bien que estás tú!, que me entiendes y que me quieres mucho.

Da lo mismo en el proyecto que estemos, lo importante es saber cuál es el verdadero propósito,  lo que nos impulsa a vivir. A lo largo de nuestra vida, en un momento dado, aparece este muro que nos paraliza, que nos impide fluir, que nos tienta con abandonar, que no nos deja descubrir quiénes SOMOS de verdad, disfrutar de lo que hacemos, o vivimos, o tenemos entre manos en ese instante. Es cuando aparecen, de nuevo, nuestros miedos más infantiles. Y ¿sabes por qué aparecen? porque nos arriesgarnos a hacer lo que nos gusta, porque elegimos ser felices y vivir nuestra propia vida, ajenas a la opinión pública, (qué fuerte, eh?). Y para todo esto necesitamos un Fuerza bestial, nadie dijo que era fácil, que se llama Amor, entonces hemos de empezar a aceptarnos tal y como estamos, a amarnos con nuestros miedos  y neuras, y a partir de aquí comienza algo que se escapa al conocimiento racional, que sólo se puede experimentar y sentir.  

Nos «ponen» los retos, la aventura de vivir cada día como un día especial y aprovechar las oportunidades que la vida nos trae. Sabemos que es un regalo y lo abrimos para crecer, aprender, conocernos mejor y disfrutar.

Te animo y si quieres te acompaño a descubrir todos los bloqueos, a ponerles cara, ojos y nombre, a aceptarlos y amarlos como algo que nos ha acompañado durante nuestro camino,  y entonces, los despedimos con un beso, con un abrazo y los dejamos ir, porque ahora nos impiden seguir adelante. Te aseguro que se puede manejarlos, no desde la angustia ni ansiedad, sino desde el gozo de vivir.

Ojala te animes a escribir un comentario,  y si te ha gustado, compartirlo. Muchas gracias.

Anuncio publicitario
Miedos, Desafíos, Retos · Objetivo, Metas, Propósitos

Otro empujón

Hoy sigo con el tema del empujón, si, porque dejé en el tintero otro tipo de empujón, muy necesario también y muy práctico. Me parece interesante tenerlo en cuenta, o caer en la cuenta si lo hemos experimentado pero no lo hemos considerado.

Hay días en que estamos «tocada@s», o para ser más precisa, temporadas.  Se nota al sentir un cansancio «especial», ese que te permite hacer todo lo que tienes que hacer pero te impide hacer algo diferente, divertido, estimulante. Toda la energía se dirige a realizar las tareas diarias y una vez terminadas la vista se dirige a la cama y allí vas, como un autómata, a tumbarte y dejarte acunar por Morfeo.

La cabeza, la mente sólo se ocupa de lo imprescindible , no da para más. Así que cuando te despiertas continuas haciendo, paso a paso, lo que sabes, «se tiene que hacer».

A mi, cuando estoy así, se me escapan pequeños detalles, se me va «el santo al cielo», como se suele decir y cuando me reclaman lo olvidado, o me señalan el despiste, me quedo bloqueada, no se qué decir, salvo, ese «lo siento, ¡ostras¡ no me he dado cuenta¡, se me ha olvidado¡» que sale del corazón, pero mi mente se queda  en blanco y toda yo, como un pasmarote, con cara de aterrada.

Otro síntoma es que a la mínima se salta como un felino enjaulado, escupes todo tipo de improperios y dices lo que quieres decir pero justamente con las palabras, el tono y la forma que no se tienen que decir nunca. En este caso, es el «otro» el que se queda con cara de pasmado y con expresión aterrada y de interrogación, sale por patas.

Da igual la reacción, el caso es que te hacen sentir fatal cualquiera de las dos. Viene de golpe una culpabilidad ácida, unas ganas de «esconderse», de que nadie nos vea, de no seguir pringandola, vaya. Se quiere gritar ¡que se pare el mundo, que me quiero bajar¡. No hay nada, en ese momento que consuele, que quite importancia «al despiste», o a la salida fuera de tono, más bien,  todo lo contrario, a medida que va pasando el tiempo, la culpabilidad aumenta porque recurren incansablemente miles de recuerdos donde se ha tenido «algún fallo similar». Lógico, a medida que vamos cumpliendo años, se van acumulando una serie de experiencias repetitivas que nos pueden hundir en la miseria cuando florecen de nuevo.

Entonces…. ahí viene el «otro empujón». Esta vez me lo doy yo a mí misma. En lugar de seguir dándole vueltas al tema, dejo todo lo que estoy haciendo, pospongo lo que tenga que hacer y me voy  sola (en ese estado es fundamental no estar con nadie, para evitar «herir suceptibilidades», no estamos presentables) a dar un paseo por algún lugar que me guste, a paso ligero, muy ligero. Elijo activar mi cuerpo en lugar de mi mente que la dejo descansar y no paro hasta que estoy agotada físicamente. Me «sacudo» todas mis culpas, «sudo» todas mis quejas, me desahogo y saco todos mis enfados. Una vez vaciada, me siento o tumbo (si no está mojado el suelo), miro al cielo, respiro profundamente y dejo mi vista distraerse con las nubes, con las ramas de los árboles o, simplemente con el cielo.  Descanso y poco a poco todo se va poniendo en su sitio, me «recoloco» en la vida, en el mundo que me ha tocado vivir, sigo respirando profundamente hasta que me vuelven las ganas de vivir, acuden ideas para salir de mi monotonía y la fuerza para llevarlas a cabo. Tímidamente comienzo a sonreír y de manera inconsciente me levanto, voy al coche, arranco y me dirijo con la música a tope, a seguir haciendo lo que dejé a medias.

Pero eso sí, menos cansada, más alegre, conociendo un poco mejor mis fallos y con la esperanza de poder superarlos poco a poco; que tengo grandes despistes, a veces producto de mi grado de autoexigencia, del estres al que me dejo arrastrar por no parar mi mente, respirar profundamente y conectar con el soplo de vida que dice «todo está bien, no tengas miedo». En el camino he dejado un poco de la soberbia que me hizo sentir tan mal por no «dar la talla»; en el camino se ha quedado la culpabilidad por no «ser perfecta»; la rabia por no «poder con todo»; la tristeza por no demostrar mejor mi amor; Por cierto, que no se me olvide que tengo que ir al súper, no hay nada en la nevera, jajaja.