Comunicar, entregar, compartir lo que se, lo que siento, lo que experimento se está convirtiendo en una verdadera necesidad, en un placer.
Dicen que hasta los 4 años no hablé, sólo emitía sonidos para hacerme entender y se ve que lo lograba. A consecuencia de este «enfado» (no me daba la gana de hablar), ha sido muy fácil escuchar la broma de pues quien lo diría, ahora no callas, entre otros. Ser charlatana era lo que más escuché de mis queridas monjitas o señoritas del cole. A mí me llegó como el mayor rasgo de mi carácter, todo lo demás no debía ser importante, yo era charlatana. A esto hay que añadir que también me definían como distraída, con lo cual entré en la adolescencia, sabiéndome habladora y distraída.
Con el paso del tiempo fui ampliando el conocimiento de mí misma gracias a la opinión que despertaba, y pude añadir, que me había convertido en una chica alegre, repetidora, dispersa, insustancial, nunca los pies en la tierra, egoísta, escurridiza, loca, irresponsable, inmadura, inquieta, nerviosa y al mismo tiempo, baga, perezosa. Muchos más, por supuesto, pero ahora, como mujer madura, veo con claridad que fueron estos rasgos de mi carácter o personalidad los que me han pesado enormemente y han ejercido mucho poder, consciente o inconsciente, a la hora de elegir, a la hora de tomar una decisión. Su poder no fue absoluto, no llegó a frenarme, a paralizar mis deseos o anhelos, simplemente a hacerme sentir muy culpable y a gozar de una autoestima por los suelos.
Como mujer aprendí a cocinar muy pronto, a saber hacer una comida con los ingredientes que tuviera en la nevera y despensa en ese momento, y además que estuviera rico. Hay que reconocer que eso tiene ser mujer, entre otras cosas. Así que ni corta ni perezosa, fui aceptando estos ingredientes que me configuraban con otros que fui adoptando y empecé a «cocinarme», a trasformar, a elaborar mis propios ingredientes. Como buena cocinera, busqué diferentes «recetas», escuché muchas opiniones de otras «muy buenas y experimentadas cocineras» que me indicaban ingredientes que no conocía de mi propia despensa.
Si coges harina y te la comes, es horrible, malísima, sin embargo, si la mezclas con leche, mantequilla, sal y un poco de nuez moscada, sale una besamel o bechamel deliciosa. De donde puedes hacer croquetas, buenísimas; canelones, deliciosos, bien gratinados con queso, humm, que delicia. Todo esto como un simple ejemplo, que se me acaba de ocurrir, pero vaya, hay miles de ingredientes que si no pasan por un proceso, no hay quien los coma y en cambio, después de un lenta y buena elaboración pueden llegar a ser exquisitos.
Por favor, ruego abstenerse de caer en la trampa de la mente racional inquisitiva y negativa y responder, ya, pero no es fácil hacer bien una bechamel, con grumos es repugnante; hay croquetas que no hay quien las trague. ! Por supuesto¡ pero si algo hemos aprendido las mujeres es que no somos perfectas pero a base de insistir y de paciencia acabamos por aprender y a hacerlo…bueno, no del todo mal. Vale?
Después de cocinar un plato con cariño, ilusión, delicadeza, paciencia me encanta sacarlo a la mesa y que lo disfruten los comensales, es decir, compartirlo. Por eso, como estoy aprendiendo a «cocinarme» disfruto compartiendo con todos vosotros lo que voy elaborando con mucho cariño, paciencia y dedicación.
No hay ingrediente malo, unos son más complicados que otros, precisan de una mayor conocimiento para trasformarlos y poder utilizarlos a nuestro favor, no en nuestra contra y además tenemos la inmensa suerte de no caducar. Cada día nuevo, regalo de la Vida, estamos a tiempo de abrir nuestra propia despensa y sin miedo, con tranquilidad y ternura comenzar a cocinar algo rico para compartir, intercambiar e irnos alimentando con todos los platos buenísimos que sabemos elaborar. Os animo a hacerlo.