Sanación · Silencio, Conexión, Transformación · Técnica metamórfica

Gracias, amigos

Cuando siento una gran emoción,  se me abre el corazón, el pecho y la cabeza se amplía, es un momento de quietud extrema, y al mismo tiempo, como una descarga eléctrica.  Me quedo quieta, callada y me hago caracol por unos instantes o por el tiempo que me permita la situación. Disfruto de la emoción, la acepto, la siento. Exactamente igual que cuando siento cualquier otra y no, precisamente tan agradable.

Ya he comentado que cualquier tipo de emoción soy partidaria de aceptarla, por muy «fea» que me parezca, sentirla y dejarla ir, porque luego aparece la información necesaria para sanar, crecer, evolucionar, modificar, etc, etc. Sobre todo para aprender algo nuevo de mi misma, que es lo que más me gusta de este mundo. Vivir la aventura del descubrimiento, es una auténtica gozada.

Desde que he llagado a Barcelona, ciudad de donde me fuí, me parece que hace justo ahora 9 años, he ido sintiendo poco a poco una emoción muy, pero que muy agradable. Muchos acontecimientos diferentes, personas distintas y casi todo seguido, con el tiempo justo para dormir, sin la soledad para procesar toda la información. Además, no es nueva esta sensación tan agradable, ya me había pasado otras veces que había venido, pero la última vez, allá por el mes de Junio, en una terraza puesta en un chafrán, con el ruido de los coches, el calor sofocante, sudada y con dos muy buenos y queridos amigos, por primera vez me hice la pregunta de qué me pasa, por qué me siento tan bien, incluso en un lugar no típicamente agradable. No era el típico sitio que llevas a alguien a tomar algo porque viene de fuera, con bonitas vistas, o algo buenísimo, muy al contrario, es justo el de abajo de casa, que vas a tomar algo porque está cerca y nada más. La respuesta inmediata es que claro porque estoy a gusto con esa gente querida.

No, no era sólo eso, iba mucho más allá la emoción, había algo más que no acababa de saber. Lo comenté, lo he ido preguntando y las respuestas eran simples, conocidas, no me daban la solución, siempre había algo que faltaba.

Esta vez vuelve la pregunta caminando por el Raval, al medio día, luego, anocheciendo; qué me pasaba, qué era lo que mi corazón no paraba de sentir, por qué mi piel se ponía «chinita», por qué estaba flotando. Mi mente racional no entendía, no aceptaba que sin ningún punto de referencia estético, con un anonimato total, yo me sintiera en la Gloria. Y me doy cuenta que era la misma sensación que tuve en una parada de estación de metro del DF, Barranca del Muerto. Me había hecho la misma pregunta hacía años, no entendía qué era lo que quería decirme esa emoción.

Quizá sea de los lugares más feos e incómodos que recuerde. Estaba allí, esperando una «pesera», rodeada de puestos de fritangas, con un calor sofocante, con música desafinada y variada, sonando a la vez, rodeada de gente totalmente distinta a mí, haciendo cola para subir al camioncito, recibiendo empujones. De repente vi una rata que cruzaba por allí. Hago este apunte porque creo que para mí o para cualquiera puede ser una nota muy desagradable. Estaba de pie, a la espera, y sentí una lágrima por mi mejilla. Callada, tímida, salío para decirme, «No te quieres ir de este país, te sientes muy a gusto, eres feliz«.

No podía entender qué era lo que me pasaba, cómo me venía aquella sensación de plenitud justo en un lugar francamente espantoso. Sobra decir que me he cuestionado todo tipo de «aficiones» como si me identifico con lo feo, con la miseria, con la cutredad. Para nada, lo que pasa que no tenía mi respuesta, no entendía qué me quería decir la vida de una manera tan extraña, utilizando unas imágenes o símbolos tan incomprensibles para mí.

Hasta ayer noche no había entendido la razón fundamental, profunda del por qué me ocurre esto en dos ciudades totalmente diferentes, que ya no vivo en ellas, y que lógicamente no soy de allí. Yo nací y me crié en otra ciudad totalmente diferente a estas que nos ocupan.

Paseando por el Raval, del brazo de una gran amiga, charlando y celebrando el haber vuelto a encontrarnos, se lo comento, le comento que me atormenta, que incluso me hace sentir mal conmigo misma esta necesidad de estar en esta ciudad. Se ha convertido en una necesidad vital, cómo es posible? Será una obsesión? Será la nostalgia del pasado? Entre las dos, conversando y compartiendo, pude sacar todo lo que llevaba tiempo sin decírmelo a mí misma. Me pude desahogar tranquilamente, y cuando ya habíamos llegado al punto donde nos separábamos para seguir nuestro día, me dice esta amiga, Yo me veo en tí, y me salió del alma, y yo también me veo en tí¡, en todas vosotras! Nos abrazamos emocionadas y nos despedimos hasta el próximo encuentro, en un estado por mi parte de absoluto «globo». No habíamos bebido nada que no fuera agua, estaba yo volada, genial.

Sigo caminando por la calle Vergara y cual es mi sorpresa que me encuentro a otra amiga que hacía años no veía, no puede ser, esto es alucinante, grité añadiendo que estaba con un globo alucinante de placer. Cuando ya nos estábamos despidiendo, aparece otra amiga. Besos, abrazos, risas y celebración del encuentro. Como nos veríamos otra noche a cenar, nos despedimos rápido, teníamos todas prisa, y había que continuar.

Sigo paseando al encuentro de otra amiga y al verme como extasiada le comento todo, de manera inconexa, pero dejando muy claro, que me siento en la Gloria aquí y que por fin he sabido qué me pasa.

Un paciente que leyó el post de «La estrategia del caracol» al verme el otro día me trajo la película, la había bajado de internet para mí. Esa misma noche la volvía a ver, no me acordaba de nada y comprendí porque me había gustado, decían unas frases que me llegaron al alma, ¿qué sería del mundo sin la complicidad?. Lo que importa ahora es que nos unamos, tener fe en las personas. Y qué ganamos con esto? Pues, nuestra dignidad.

En la charla con mi amiga puedo con su ayuda enlazar todas mis sensaciones, encontrar mi respuesta, leer las Señales que la Vida me regala.  Entender el lenguaje de estas dos ciudades que en su día me acogieron, me abrazaron, me respetaron, me enseñaron y me dieron lo que «lo cura todo» : amor, complicidad y caricias.

La necesidad de «verse en el otro», la necesidad de la complicidad, la necesidad de sentir la unidad, la unión es el alimento de mi alma para tener el valor y la fuerza para crecer, para enfrentarme a mis fantasmas, a mis bloqueos. Para continuar mi camino.

La razón de que yo sintiera lo que sentí en lugares no precisamente bellos, acomapañada o en soledad, pero rodeada de ruido, gente y bullicio, fue para recordarme que la Naturaleza, la Soledad es muy necesaria, que la necesito para vivir, fundirme en ella me ayuda a crear pero además necesito la Amistad, la complicidad, el apoyo, el amor. El sentirme en el otro reflejada, me hace sentir mi propia identidad, me permite ver mi propio proceso, mis cambios, mis logros.  El sentir la complicidad con alguien me motiva a continuar, me empuja a seguir viviendo. La amistad verdadera, auténtica, la que me permite desnudarme y mostrarme tal y como soy, tal y como me siento y tal y como estoy en ese momento es la fuerza que da el amor, que me hace ver que todo es posible. La complicidad que se tiene ante un nuevo proyecto me da dignidad, confianza, credibilidad. Es la que me enseña a ser honesta en todo momento, porque no pasa nada, al contrario, recibo mucho y bueno a cambio.

Necesitaba agradecer a todos los que estais a mi lado, cerca o lejos, pero a mi lado, acompañándome en mi camino, haciéndomelo mucho más fácil. Amigos, pacientes, familia, conocidos. Gente desconocida que me da una información que me lleva a donde quiero llegar.

Necesitaba hablar de la Amistad, porque no puedo poner todos mis nombres de la lista, pero he tenido la suerte de encontrar verdaderos amigos allí donde la vida me ha llevado y sin todos vosotros no estaría donde estoy. La Amistad engloba a todos aquellos que siendo o no familia me habeis dado la seguridad, el amor, el respeto de la verdadera Familia Universal. Que me habéis ayudado a estar y sentirme muy bien allá donde me toca estar, me habéis enseñado a comportarme, a mostrarme tal y como soy, a no tener miedo a abrir mi corazón a gente que no conozco.

Para sentir y vivir en la Unidad, el Todos somos Uno, ha sido de vital importancia para mí el aprendizaje sencillo, simple, de verme reflejada en la gente que ha estado a mi lado, que me han hecho sentirme parte de ellos. Me han enseñado a vibrar en el amor, a alcanzar momentos sublimes.

Gracias a muchas personas que han estado a mi lado voy aprendiendo a saber y a sentir que formo parte de Todo y de Todos, pero he de reconocer que gracias a la Amistad me ha resultado muy fácil, porque era sólo dar un paso más.

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Objetivo, Metas, Propósitos

Bienvenido Otoño. ¿Te atreves con el desapego?

Ya estoy de nuevo mirando por la ventana, me quedo absorta viendo el tronco del peral, las hojas y las peras que hay por el suelo y las pocas que quedan en el árbol. Pienso que he de hacer compota, no se pueden desperdiciar, aunque darles un buen mordisco también me gusta, bueno me gusta mucho más, siempre y cuando conserven ese punto de verdor, esa dureza que provoca ese ruidito al morderlas  y lo suficientemente maduras para que se me caiga el jugo por la comisura de los labios.

De vuelta del jardín a mi ordenador, con la pera en la mano, disfrutando del fruto semi maduro. No es el prohibido, no es una manzana, esta vez me como una pera y no por ello dejo de disfrutar. Afortunadamente también encuentro placer en lo permitido, menos mal, eh? Pero hoy no quiero hablar de lo prohibido, no,  quiero comentar no sólo el placer de lo permitido sino incluso de lo muy recomendable.

Hoy mirando el árbol a través del cristal me he acordado que ayer comenzó el Otoño. Me encanta esta estación, por el colorido del paisaje, por todas las esperanzas y sueños que encierra el Otoño. Una vez de vuelta de las vacaciones, es como si nuestros sueños y los nuevos proyectos tomaran más fuerza y vuelven a surgir. Se parece al primero de año, «Año Nuevo, Vida Nueva», que todo invita a tener buenos propósitos. Ahora, en esta estación comenzaba el nuevo  año escolar y  arrastramos la costumbre de la emoción de empezar de nuevo, qué más da un año o un curso.

Conversando con una paciente y amiga, que es justo hoy su cumpleaños le comento que sería bueno  encontrar información sobre el significado simbólico del Otoño, y me lee un texto muy bonito que habla de la caída de las hojas, de los paseos por el bosque y lo que más me llama la atención de todo lo relacionado con esta estación es  el desapego. Si, si, el Otoño, entre otros muchos significados, nos recuerda cada año la importancia del desapego.

Como voy a realizar nuevos proyectos, como voy a llevar a cabo alguno de mis sueños, si antes no me he desprendido de viejas costumbres que boicotean mi creatividad. Como voy a comenzar «un nuevo curso» si tengo todavía creencias que me tienen bien sujeta y agarrada, que me impiden avanzar. Como voy a comenzar una nueva etapa ágil, ligera con ilusión y esperanza,  si voy cargando resentimiento,  envidia, soberbia y mucho, mucho miedo.

Me encanta el Otoño, es una maravillosa oportunidad que nos brinda la Vida para renovarnos, para sacudir todo lo viejo o inservible. De nuevo la Naturaleza nos indica los pasos a seguir para estar y ser cada día mejor. Es tan fácil observarla, es tan fácil fundirnos en ella y esperar a que nos hable.

A mí me ha gustado y costado mucho realizar ejercicios de desapego a lo largo de mi vida. Confieso que a veces me he pasado, he llegado a desprenderme con amor de muebles, ropa, personas, lugares, sueños, ilusiones, en fin de todo aquello que sentía era necesario decir adiós. Luego, al cabo del tiempo he ido a buscar alguna cosa y me he vuelto loca hasta caer en la cuenta que le dije adiós en un momento dado. Y es ahí donde aparece la duda, habrá valido la pena? Funcionará esto del desapego? Siempre me acuerdo de mi Barbour, que tanto servicio me hizo y tanto me gustaba, por poner un ejemplo al azar. Bueno pues cuando me invade la duda, paro de golpe y observo mi vida desde aquel momento que me desprendí de algo que realmente sentía desde mi corazón que debía hacerlo.  Se trata de decir adiós con amor y agradecimiento a algo que ya no es imprescindible o que dificulta mi Camino con la esperanza de dejar espacio a lo nuevo. Con la confianza de que la Vida tiene esperando algo mejor para mí. Con la certeza de que hemos venido a este mundo a ser felices y que nos merecemos lo mejor. Que hay una fuerza creativa que nos ama intensamente. No apegarse a las emociones, a las propiedades, a las relaciones conlleva cambios, conlleva un espacio-tiempo de vacío, que asusta. Nuestra idea de seguridad nos engaña haciendo que temamos más al cambio que al dolor, que al sufrimiento, que al aburrimiento o monotonía de una vida sin alegría, sin retos, sin ilusión. Preferimos quejarnos de nuestra situación que hacer algo por modificarla, por el simple miedo a la pérdida de algo conocido, donde nos sentimos mal pero seguros. Sin embargo, una vez experimentado, una vez que nos hemos atrevido a dar el primer paso, la duda desaparece una vez vistos los resultados.

Me ayuda desprenderme de un objeto que simboliza para mí una emoción, una tendencia, una situación de la que me quiero desprender. Hago una especie de ritual y vuelvo a darle las gracias por el servicio prestado hasta ahora. Acordaros que todo es energía y ésta, según dice la ciencia y la con-ciencia, ni se crea ni se destruye, se trasforma y esto es lo que pido a la Vida, una trasformación, una renovación de mi misma, de mi vida. Una ayuda para seguir evolucionando, para seguir el Camino, mi Camino hacia la plenitud, hacia la serenidad, hacia la Unidad, hacia el Amor.