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El Miedo y nuestra «Línea de Flotación»

Es curioso como mencionamos el miedo, el temor e, incluso, el pánico en nuestras conversaciones, pero sin ahondar en ello. Es una emoción compartida sin demasiada contundencia, dentro de una frase,  pero constante. El tono de la conversación adquiere una mezcla entre nostalgia y frustración.

El miedo forma parte de nuestra vida y está aceptado por el consenso social. Suele aparecer cuando se comenta sobre algo que gustaría hacer, lograr, tener.

Sin embargo, el tono varía cuando se  habla en pasado y se comparte una aventura, una experiencia donde se pasó mucho miedo. Aquí el miedo ha sido superado y por tanto el tono es alegre, divertido, victorioso.  La diferencia a la hora de observar estas dos experiencias es que en el primer caso no se tiene energía para pasar a la acción, se vive desde la pasividad, se da por hecho el fracaso sin haberlo intentado. En el segundo, pletóricos de energía por haber enfrentado la situación y haber salido «ilesos» y reforzados uno se siente capaz de enfrentarse a lo siguiente. Es bueno recordar y sentir esas diferentes sensaciones, vividas ambas por todos,  para luego poder decidir qué opción tomar.

¿Quién no ha sentido miedo alguna vez? Nadie, todos hemos sentido miedo e, incluso, repito, pánico. Hay quien ha sufrido, hasta incluso, crisis de pánico y se han tratado con medicación o, simplemente, han esperado a que se pase, sin saber muy bien cuál ha sido la causa y cómo ha aparecido.

Hay muchos tipos y niveles de miedo, pero hoy me refiero al que se siente como algo abstracto, no siempre definido, a esa sensación conocida y experimentada casi a diario. Es una sensación que se «cuela» en nuestro estado de ánimo.

Éste, en concreto, ejerce un gran poder sobre todos, tanto porque al considerarlo inevitable, se adopta y pasa a formar parte de nuestra actitud ante la vida, la fuerza de la costumbre juega a su favor y pasa casi inadvertido.

Pero cuando se decide salir de ese estado de resignación, (no de aceptación, ¡ojo! nada que ver), también llamado «zona de confort», se escoge la segunda opción, y se decide prestar atención a uno mismo, a sus proyectos, a sus sueños, a «sus locuras» y llevarlas a cabo; una vez tomada la decisión, a partir de ese momento, el miedo sigue apareciendo de manera contundente, paralizante. Retrasa los pasos a seguir, pospone los planes y roba o aniquila todo el entusiasmo del comienzo. Los efectos se muestran claramente cuando nos vamos sintiendo apáticos, cansados, con pocas ganas y atormentados por las dudas. Entonces podemos creer que es estrés, pero es MIEDO.

Afortunadamente, esto es remediable. Si se  persiste en el intento, se sale del hoyo donde se había caído. Como bien dice el dicho, Lo que no mata, te hace fuerte y así es. Una vez reconocido, aceptado e integrado el miedo, se trabaja y se vuelve a la carga.

El que sale de su zona de confort va aceptando que va a tener que enfrentarse al miedo, es más, le gusta, porque es una oportunidad para descubrir más de sí mismo; conocerse y crecer, forma parte del Proyecto. Cuando éste aparece,  va aprendiendo a detectar su veneno, busca el antídoto rápidamente y puede ver lo que le muestra el miedo. El miedo pasa a ser un aliado porque no se ha caído en su trampa, y para ello hay que estar fuerte, con la energía suficiente para este reto. Es decir, si tenemos energía es cuando se utiliza como aprendizaje, es una señal buenísima de qué nos toca aprender en ese momento, qué falta por descubrir de nosotros.

Nunca va mal un recordatorio de medidas básicas de urgencia, para recuperar energía o no perderla, para poder sentir al miedo libremente, no negarlo, ni tan siquiera intentar acallarlo  y hacerlo nuestro aliado:

Parar el diálogo mental. Éste te arrastra a un estado cada vez de mayor vulnerabilidad, indecisión, inseguridad y aquello que se tenía muy claro, comienza a desvanecerse y vuelve a aparecer la duda, enfrascándote en una espiral que cuesta un montón salir. Ésta es una de las trampas del miedo, llevarnos a mantener un diálogo mental que nunca acaba y así él sigue gobernando nuestra vida, nos paraliza. Es una manera de perder energía muy potente.

El diálogo mental se para haciendo Silencio, Meditación, recibiendo una sesión o las que hagan falta de Técnica Metamórfica, ejercicio físico, poniendo toda la atención en el cuerpo y respiración.

Cuidar la alimentación. Nuestro cuerpo es nuestro vehículo, si él falla, nosotros también. Vigilar lo que se come y bebe, es necesario desintoxicarse, nutrirse bien, para sentirnos fuertes y sanos, con energía.

Hacer una llamada de teléfono; concertar una cita con alguien que sabe lo que es y que ha salido otras veces triunfante (esto no implica que no vuelva a caer en las garras del miedo, pero ya sabe qué hacer y a quién acudir). Es muy importante lo que transmite, su vibración.

Buscar lecturas que sabes que te animan a continuar, que te acompañan en estos momentos y no te hacen sentir «el perro verde» de la sociedad.

Si nos encontramos con personas que no han pasado por estos momentos, o han tomado la opción de no arriesgarse a salir de su zona de confort, saber que su energía transmite lo contrario que sus palabras de ánimo e inconscientemente nos dejamos arrastrar a la vibración del miedo, ¡que nos sobra! No necesitamos reforzarla. Pero no hay que ignorar, si nos ocurre, esta situación, no sirve de espejo.

Queda, por supuesto, salir de situaciones donde la agresividad, la hostilidad e ironía o sarcasmo sea el tono dominante. No es más que la vibración de miedo o pánico sin aceptar ni trabajar. En ese ambiente, de repente nos sentimos muy mal, indefensos, bloqueados y bajamos a la vibración de la víctima, «pobre de mí», «no soy capaz»…»qué horror, no sé qué voy a hacer»… Puede incluso que no se refieran a nosotros, da igual, es la vibración la que captamos. Pero vuelve a ser lo mismo que en el párrafo anterior, lo utilizamos para saber que es un reflejo de nosotros mismos. Aún mantenemos esa vibración con otros o con nosotros mismos. Es una parte que aún no hemos visto y que ahora es la oportunidad para sanarla. La aceptamos pero elegimos no quedarnos ahí.

Ya si la bronca va dirigida a nosotros, entonces los efectos son más graves. En cualquiera de los  casos, parar automáticamente la situación. Sacar el valor de donde sea e irse. A veces no vale la pena decir que no se acepta ese tono, se puede convertir en otra discusión que no lleva a ningún lado, salvo al aumento del estado de ánimo pésimo. Este comportamiento hostil o de violencia verbal no tiene ninguna justificación válida, por tanto, si entramos a «defendernos»porque nos sentimos «atacados», nos mantenemos en esa vibración. Disculpas como que «tengo prisa, me esperan», o «me estoy encontrando muy mal», por ejemplo, ayudan a salir de esa situación. Aquí hay que estar muy alerta, es muy fácil seguir aguantando, cuanto más tiempo estemos menos energía para salir vamos a tener. Sin embargo, nada de caer en la crítica, al contrario, reconocer y aceptar que aún queda una parte de nosotros que sigue «dirigiéndose así a nosotros mismos».

Estar abiertos y escuchar una visión crítica, diferentes puntos de vista es absolutamente necesario. Nos ayuda a discernir, muchas veces nos aclara puntos que estaban atascados. La relación dialéctica enriquece, siempre y cuando esté hecha desde la libertad, desde el respeto, desde una vibración no hostil ni agresiva, no desde el miedo encubierto.

Cuando se emprende un Viaje, es bueno estar atento a las señales  para disfrutar al máximo. Vigilar nuestra «línea de flotación», para que no se vea  «tocada», es muy conveniente, de lo contrario, nos vamos hundiendo poco a poco en un mar viscoso donde la duda, el desánimo, el agotamiento, de nuevo, se adueñan de nuestro ánimo. El problema es que se va aumentando la emoción, y, como bien sabéis, la emocionalidad nubla la visión, bloquea la energía, impidiéndonos ver nuestra realidad, las posibles soluciones, las salidas, nuestras capacidades y las ayudas que la Vida nos brinda.

Cuando esto ocurre, es muy importante saber que podemos salir a flote,  y continuar, pero estar alerta es necesario. Asumir, aceptar, integrar los miedos y sus diversas formas de manifestación para seguir navegando. Cuidar nuestra energía para poder enfrentar nuestros fantasmas y así poder seguir llevando nosotros el timón de nuestra vida, es lo que nos hace ir alcanzando una vibración más alta, menos densa, menos pesada, y  tener suficiente energía para poder afrontar nuestra propia vida con alegría, esperanza y realismo. Si, si, realismo, porque nuestra visión se va ampliando, al igual que nuestra conciencia y vemos una realidad cada vez más amplia. Al poder observar la situación y a nosotros con serenidad vemos los pros y los contras, qué podemos cambiar, añadir, descartar, mantener.

Otra medida que aumenta la energía. Una vez volvamos a navegar tranquilos, entusiasmados, en perfecta armonía, con nuestra disciplina y con nuestro orden restablecidos; nos sintamos bien, hacemos un recuento de la situación vivida y damos las gracias a todos los que han participado en la recuperación de nuestra línea de flotación, desde el corazón, sintiendo un auténtico agradecimiento, porque todos los actores y actos han contribuido a que aprendamos algo más. Han sido nuestros cómplices para seguir adelante.

Desde aquí os animo a seguir buscando en vuestro interior, a seguir viviendo desde el respeto, desde la libertad, desde el Amor, desde la aceptación. A no tener miedo ni vergüenza a pedir ayuda. Os animo a cuidar vuestra energía, vuestro cuerpo. Sin olvidar el valor añadido de la experiencia, que nos va dejando «esos pequeños trucos» para poder compartir y continuar.

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El miedo

Cómo a veces nos quedamos bloqueados ante una acción que queremos realizar, es impresionante. En este caso, me refiero a un hecho muy concreto, pero que en el fondo es universal. Una persona, muy cercana, me hacía un comentario sobre el siguiente paso que tenía que dar en su trabajo, era algo tan sencillo que su gente no comprendía por qué no lo hacía, sin embargo, se veía y sentía totalmente incapaz, justo en el momento de realizarlo le venían miles de pensamientos en contra, avisándola del «peligro», del riesgo que corría si lo hacía. No se trataba de deslizarse por una pendiente, o tirarse en un parapente, ni tan siquiera en un paracaídas. Era algo muy sencillo, simple, que lo hacía cada día, se puede decir. Entonces, dónde estaba el problema; qué había cambiado para que no fuera capaz de continuar.

Si lo comento, no es porque se trate de algo excepcional, muy al contrario nos encontramos muchas veces en una situación similar. Nos da pánico enfrentarnos a una situación aparentemente inofensiva. Suerte de los que, al menos, tienen la conciencia de darse cuenta, de detectar el bloqueo, y saber que algo pasa dentro de ellos que les impide avanzar. Suele ser la mayoría de las veces miedo. El miedo paraliza, el miedo bloquea, el miedo impide avanzar, el miedo te atrapa de tal manera que no te deja hacer lo que quieres. Puedes justificarte y abandonar, tirar la toalla, dar rodeos; da igual, tarde o temprano la vida te va a poner en una situación similar hasta que te enfrentes.

Cuando se aborda el miedo, éste suele salir muy mal parado, la persona que lo padece, se siente fatal, se avergüenza por tener o sentir miedo y se le considera una emoción muy negativa. Se tiene que ser valiente, en esta vida hay que tener valor, no tenemos que sentir miedo. Fenómeno, muy bonito, pero entonces qué hacemos los que somos tan humanos que lo sentimos muchas veces, que se puede decir, es un compañero de viaje, como otras muchas emociones. Una solución rápida es negarlo, lo sentimos, eso sí, pero hacemos lo indecible para esconderlo; otra solución es saltarnos el miedo, sin pensarlo dos veces, !ala¡ nos lanzamos, casi casi con los ojos cerrados y automáticamente, nos ponemos los brazos sobre la cabeza como para protegernos de las consecuencias, si no físicamente, al menos metafóricamente. Luego no sabemos salir de donde nos hemos metido y ya no tenemos miedo para la próxima, sino pánico.

Por mi parte, agradezco mucho y abrazo mi miedo. Me recuerda que tengo un instinto animal, primigenio, salvaje que me avisa de un posible peligro o riesgo. Si, sí, incluso esos miedos tontos, como el mencionado anteriormente. Por ejemplo, acudir a una entrevista, aparentemente inofensiva; digo esto porque fue el último al que me tuve que enfrentar. Casi sin darme cuenta, estaba inquieta, iba posponiendo la llamada para concretar la hora de la cita. De golpe caí en la cuenta, hummm, tienes mieditis, guapa. Y sí, tenía un ligero o no tanto, miedo y de forma muy sutil me iba escaqueando. Me entro la risa, cómo no¡ y me paré a pensar. No estaba preparada, había seguido mi impulso de querer dar un paso adelante, pero no me había concedido el tiempo necesario para prepararme. El miedo me avisaba, me alertó que algo me faltaba, que no podía ir sin nada preparado, o si iba, al menos estar preparada sabiendo que no llevaba lo necesario.

Es decir, a veces nos vemos desarmados ante el peligro y el miedo, y éste,  lo único que hace es avisarnos. Luego depende de lo que queramos hacer. En el primer caso, no había podido elaborar su argumento de defensa, ante las  posibles consecuencias de dar el paso, sabía que debía hacerlo, pero a esa  intuición le faltaba ponerlo en palabras, poder expresarlo. A partir de hablarlo, pudo ir descifrando qué pensaba realmente, cuáles eran sus puntos de apoyo. En mi caso, mi miedo me avisó que me faltaba también llevar por escrito lo que yo ofrecía, que la persona lo viera, lo tocara. Igual yo no lo hubiera necesitado, pero no todo el mundo es como yo. (Gracias miedo, por avisarme de una gran verdad)

En el momento que te enfrentas a tu inquietud, encuentras la solución. De lo contrario eres, no un valiente, sino un temerario. Si yo no sé nadar, en el mar tengo miedo, y me avisa de una carencia mía, me dice que no estoy preparada para lanzarme en alta mar. Por lo tanto, me preparo, voy a clases de natación antes de tirarme y correr el riesgo innecesario de ahogarme. Tengo miedo a la oscuridad, claro, si no ves te puedes dar un golpe, por tanto, cojo una linterna o enciendo la luz, (para empezar). El miedo a los fantasmas, apariciones, etc no llega si lo atajamos. Porque la mayoría de los miedos se pueden parar en el momento de enfrentarlos, eso no quiere decir que hagamos lo que nos da miedo de inmediato, no, eso quiere decir que miremos, observemos, pensemos en la solución para abordarlos y nos preparemos para estar tranquilos y serenos ante el reto que nos presente la vida.

El proceso de aprendizaje de vivir lleva toda la vida. A veces nos vienen miedos absurdos que nos paralizan y sin embargo, somos capaces de realizar verdaderas proezas que para otros son impensables. Aquí radica una de las maravillas de la vida, aquí vemos como no hay normas fijas para todos. Como lo importante es irnos conociendo, descubriendo nuestros pequeños o grandes temores cada vez que la vida nos pone delante la oportunidad de avanzar, de salir de nuestra zona de confort y seguir evolucionando con alegría y entusiasmo.

Esta persona pudo dar el siguiente paso, contenta, segura y satisfecha, dispuesta a continuar con su trabajo y sabiendo que cada reto es una gran oportunidad. Por mi parte, me dio un subidón, me puse encantada de la vida a preparar lo que no había hecho, agradecida de estar a tiempo y sin el temor de enfrentarme a una persona antipática, seca y miles de adjetivos más que mi enajenación producto del miedo me hizo creer.

Cuando no nos enfrentamos a nuestros miedos, sino que ellos se adueñan de nosotros, nos vemos como unas víctimas de la vida y de los demás. Nos creemos que no tenemos capacidad de defensa y hacemos cada vez más grandes a nuestros supuestos enemigos. Todo es producto de la fantasía, nos creamos una auténtica ficción y nos la acabamos creyendo. No hay reto que nos ponga la vida frente a nosotros que no podamos afrontar, se trata de darnos el tiempo necesario para prepararnos. No podemos caer en la prisa, en la comparación. Este es un proceso maravilloso de aprendizaje, de conocimiento, que nos hace sentir vivos, ágiles, activos y repletos de entusiasmo.

Hay retos que duran muchos años, hay retos que se aprenden en minutos, qué más da¡ el caso es tener, eso sí, la valentía de enfrentarnos a nosotros mismos, de tener la valentía de conocernos poco a poco. De no ser cobardes echando la culpa a los demás de nuestros fracasos. Un fracaso sólo es un aviso de que nos falta algo por aprender, una oportunidad más para crecer.