Miedos, Desafíos, Retos · Objetivo, Metas, Propósitos · Sanación

La culpabilidad

Es tiempo de vacaciones, de descanso. Es el momento de recuperar fuerzas, energía, tomar el sol y revitalizarnos. Es el momento de disfrutar a tope de paseos, baños, lecturas, de dormir o madrugar, de hacer todo aquello que durante el invierno resulta complicado.  Sin embargo, escucho a menudo adultos que sus vacaciones se convierten en un problema, en una carga más. En un «tener que».  Cuando puedo, les pregunto qué hay en ellos que les frena a disfrutar, no sólo de las vacaciones sino de todo el año. Pregunto y animo a que se pregunten por qué me prohibo ser feliz, por qué me prohibo vivir en plenitud.

Me transmiten aquella sensación, la misma de cuando te habían suspendido en el cole y merecías un castigo. Estaba prohibido disfrutar del verano a tope, las vacaciones «no te las habías ganado al 100%».  

La culpabilidad es uno de los venenos más tóxicos que existe, comentaba un detective en una serie de TV la pasada noche. Me llamó la atención la frase y pensé ¡que bien lo ha resumido! De manera inmediata, comencé a pensar y revisar los efectos de ese veneno en mí. Pasé de ver la peli a volver a ver mi propia película. ¡Que barbaridad! Lo que hice, lo que dejé de hacer…El sufrimiento, los conflictos, la frustración…increíble. Me vino un sentimiento profundo de agradecimiento y eso, que la he «visto» varias veces. Así y todo, tuve la suerte de ver cosas nuevas, aceptarlas y poder sanarlas, esto ¡no acaba nunca! De manera suave, sutil me vino una sonrisa cómplice, una ternura cálida que me llevaron a un sueño profundo.    

Me desperté temprano, el canto de los pájaros y el sol entrando por la ventana fueron los causantes de que me levantara con un brío atípico. Desayunando, observando orgullosa el pequeño jardín, las flores, que tanto cuido; saboreando mi café y disfrutando de esos instantes mágicos, me vino la frase de nuevo. La culpabilidad es uno de los venenos más tóxicos que existe.  Fue un indicativo, una sugerencia para ahondar en el tema, así que ni corta ni perezosa me dirigí a mi rincón a hacer la meditación diaria.

Pude observar y disfrutar al ver a pacientes que se han liberado de esa pesada carga, y como su vida, su salud, su prosperidad, han mejorado notablemente; como contagian alegría y entusiasmo. Les he animado, a alguno de ellos, a que vuelvan a mirar la foto que me enseñaron de su niño/a, que vean cómo han sido capaces de sanarle, y se maravillan de lo que les a aportado. Han cambiado, se han trasformado y lo celebramos riéndonos, recordando anécdotas, cuando aún cargaban con una culpa propia, ajena y general, vaya, que se sentían culpables hasta de que no hiciera buen tiempo. Os podéis reír o llamarme exagerada, pero es así, la culpa y su aliado, el resentimiento son algo que si no se aborda, reconoce y se aprende a manejar, crece y crece y llega un momento que nuestro niño y joven adolescente herido domina toda nuestras acciones y reacciones alcanzando cotas insospechadas de enajenación y sufrimiento.

Sentirse culpable, sentir culpa o tener remordimientos de conciencia  es algo por lo que  todos  hemos pasado, nos resulta conocido; vaya, que sabéis de lo que hablo. Es más, puede hasta resultar, en principio, aburrido, puesto que es un tema manido. Sin embargo, me animo a escribir sobre ello, hacer unas anotaciones sobre el tema para que al que esté interesado le puedan servir, al menos, para empezar. Insisto, porque cada día que pasa veo los efectos nocivos que produce no tomar conciencia, veo la falta de visión ocasionada por la niebla densa de las emociones.

Tomar conciencia de nuestra culpa conlleva una revisión de los hechos,  el arrepentimiento y pedir perdón o perdonarnos y otras veces una sonora carcajada al ver que no hay motivo alguno para habernos sentido culpables. La culpa es un buen indicador de que algo interno sería conveniente revisar, nos avisa, entre otras cosas, de un conflicto entre lo que hacemos, pensamos, sentimos y deseamos, con respecto «a otro» o a nosotros mismos. Nos señala los miedos, las inseguridades y esa agresividad que nos corroe.

Existe la posibilidad de aceptar la culpa como algo que forma parte de la vida, algo inevitable, algo normal, que se siente en un momento dado, según las circunstancias, unas veces más que otras  y de esta manera, seguir cargándola sobre la espalda. Poco a poco nos vamos acostumbrando al sobre peso, puede provocar algún dolor que otro, molestias… pero vaya, no pasa de ahí. Es cuando se cae en la negación, y uno se repite a sí mismo o a los demás, Yo no me he sentido nunca culpable de nada, yo no tengo culpa alguna… También cabe la posibilidad de que haya quien esté libre de culpa, no lo sé, pero puede ser.

Hay quien para evitar el regusto amargo, la incómoda, dolorosa y desagradable sensación que produce la culpa, va dejando en el «olvido» algún recuerdo, pensamiento insistente, deseos, sueños, esperanzas, anhelos. Deja de tomar decisiones o las toma sin medir el alcance, las consecuencias, porque no existe la responsabilidad propia y se sigue viviendo o sobreviviendo como mejor se pueda, creyendo que todos los males son «por culpa» de algo o alguien ajeno a él, es decir, en ningún momento se siente capaz de tomar las riendas de  su propia vida, de saber a ciencia cierta que está preparado para aceptar la responsabilidad de sí mismo, los retos del vivir y que la vida ofrece a cada instante la posibilidad de mejorar la existencia. Va poco a poco acallando esa parte íntima, personal que indica la existencia de algo por «revisar».

Esta actitud ante la vida es muy perniciosa, negativa, y dependiendo del rol que toque, adoptar según el momento, victimario o víctima le lleva al individuo a vivir obsesionado, fuera de su centro, de su equilibrio, metido en una espiral que no tiene fin. El sentirse siempre en deuda, o injustamente tratado, provoca sentirse atrapado, envuelto en obligaciones, en pesadas cargas, en batallas que nunca terminan. Enfados con los culpables de la desdicha o fracaso, centrando gran parte de la atención en la venganza, o bien, en un afán de protagonismo agotador, la necesidad de buscar la aprobación general, el aplauso, la admiración en cada acto que se realice. En ambos casos deja de focalizar la atención, la energía en su auténtica responsabilidad, crecimiento personal, evolución, prosperidad; las dos actitudes, basadas en la negación, coartan la creatividad, los proyectos, los sueños. Resumiendo, suprimen el gozo de vivir de manera saludable, la satisfacción de la superación personal, la dicha del agradecimiento, la magia de los encuentros, el gozar de los milagros que la vida trae a cada paso. 

Por suerte, siempre se está a tiempo. La Vida tan generosa no se cansa de dar otra oportunidad para «coger al toro por los cuernos», para aprovechar los instantes y aumentar la conciencia, para vivir en plenitud, para ir descubriendo el propio Poder de transformación, las infinitas posibilidades que absolutamente todos poseemos. 

Para los que estáis hartos de dar vueltas al coco, de cargar con una emocionalidad que nada bueno os reporta, existe la posibilidad de salir, de deshacer el círculo vicioso de la víctima/victimario. Reaccionar desde la culpa comporta mucho resentimiento y éste es una carga terrible, anula el gozo de vivir. Las personas resentidas complican y se complican mucho la existencia, a nivel coloquial digo que son muy molestas, porque claro, la culpa no va sola, le acompaña la rabia, el miedo, la intolerancia, la venganza, la manipulación, el afán de protagonismo constante… todo un paquete de emocionalidad que impide vivir serenamente, con tranquilidad, disfrutando, agradeciendo y, sobre todo, hace creer que los problemas o dificultades diarias son irresolubles, que no tienen solución y lo más grave que no tienen sentido. La culpa y toda la carga emocional que conlleva reduce a la persona a su aspecto mas primitivo, más irracional, desde donde no sabe ni puede pensar, reflexionar, tener una visión amplia y positiva. Se convierte en una energía densa, obtusa, opaca, deprimente.

Caer en la cuenta, tomar conciencia de los efectos nocivos que nuestra historia personal ha generado en nosotros, tomar conciencia de nuestros resentimientos, de las supuestas injusticias que hemos sufrido, del posible daño o sufrimiento que hemos causado, nos conduce a sentir, a aceptar la culpa que nos acompaña. Tener la valentía de observar, conectar con nuestro niño interno es un viaje interior muy beneficioso que nos libera, nos reconforta y permite trasmutar, transformar toda esas emociones que nos han cegado e impedido ver las oportunidades y todo nuestro gran potencial. Porque no hay que olvidar que ese pequeñín o adolescente sigue dentro de nosotros gritando, esperando ser escuchado, atendido, aceptado, amado. 

Os animo y acompaño en el proceso de sacarle del cuarto oscuro donde sigue castigado o escondido, llorando con mucha rabia y miedo; que sepa que a partir de ahora no habrá  motivo para  darle una paliza o meterle una bronca descomunal, por haber desobedecido, cuestionado la autoridad, por haber suspendido, hablado demasiado o metido la pata… a ese niño que sigue creyendo que papa y mama discuten, gritan o se van por su culpa… a ese niño que se sintió obligado a cuidar y estar pendiente de los demás, dejando a un lado sus propias necesidades, sus planes de futuro…Y ¿qué me decís de ese niño o niña que ha padecido las risas, las burlas por ser diferente? 

Os animo y acompaño a escucharle, a acariciarle, y a serenarle. Porque va a ser la única manera de que deje de interferir negativamente en vuestra vida, ese niño o niña resentido, acomplejado, asustado y agresivo por haber sido insultado, ridiculizado, ignorado, por haber sido callado tantas veces, castigado y mal tratado en casa o en el colegio. Ese niño o niña, quiere hablar y quiere que se le escuche pero sólo desde el Amor.  De esta manera comenzará a crecer, a aprender, a pensar, a reflexionar, a integrar y aceptar, requisitos, estos, indispensables para madurar y desarrollar todas sus facultades, para convertirse en el ser creativo, amoroso, independiente, feliz  que sabe que es, pudiendo desarrollar toda su potencialidad y disfrutando y gozando del placer de compartirlo.

¡Cuánto niño o niña herido, castigado está esperando que la Luz le ilumine y le saque de la oscuridad! Ánimo, vale la pena intentarlo. 

Os deseo unas muy buenas y merecidas vacaciones.

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Primer día de colegio. ¿Qué hacer con el miedo al cambio?

El primer día de colegio es un día muy importante para todos. La trascendencia que tiene lo vamos averiguando a medida que empezamos a acudir a terapeutas, psicólogos, es decir, en el momento que necesitamos una ayuda para vivir mejor nuestro día a día.

Qué sentimos, cómo nos sentimos aquel día, parece que marque toda nuestra trayectoria de vida. En realidad, es el día que comienza nuestra entrada en el «ruedo», dejamos la calidez del hogar, los mimos y cuidados familiares y nos adentramos al mundo social. Nueva señorita, (ya no es mamá), nuevos niños que comparten nuestro mismo espacio, la clase o aula donde estamos, sin la referencia de mamá que nos vigila y controla que teníamos en el parque. Soy yo sola frente al mundo.

Ahora me pregunto, cuántos primeros día de cole voy teniendo a lo largo de mi vida? Cuántas veces he sentido lo mismo que aquel lejano día que me subí por primera vez al autobús del colegio? Pero nunca se me había ocurrido relacionarlo hasta el otro día que comencé un nuevo artículo. En realidad no tiene nada que ver, llevo escribiendo casi toda mi vida, pero me dejé sentir. Me paré a observar mis locas emociones como recorrían todo mi cuerpo.  Hubiera gritado, «mamá, no me dejes sola frente al ordenador» y por muy ridículo que suene lo hice. Estaba sola, claro está, de lo contrario no me hubiera atrevido, pero como no me oía nadie, grité con todas mis fuerzas, «mami, por favor, no me dejes sola».

Claro que me he trabajado aquel día y qué? Trabajarse un tema no quiere decir superarlo, quiere decir pasarlo del inconsciente al consciente, es decir, tomar conciencia de algo que nos impide fluir, de algo que nos molesta internamente, nos dificulta nuestro caminar, es el «palito en la rueda». Pero al gritar como una niña, casi llorando «mami, no me dejes sola», me vi a mí misma, tan valiente, tan sincera, aceptando que estaba «cagada» a pesar de mi experiencia, de mi edad y sobre todo, de que lo que tenía que hacer, tampoco era para tanto, ya, pero me sentí sola, muerta de miedo, insegura, y sobre todo, muy, muy pequeñita frente al ordenador y frente a todas las posibles miradas.

Seguí jugando y me dejé llevar, ahora no sólo era como me sentía, sino cómo veía mi espacio. Me convertí de golpe, en una niña pequeña que mira todo desde abajo. La mesa muy alta, la silla también. No me gustaba el café que tenía, me supo amargo. Miré por mi ventana y me quedé mirando al infinito, como tantas otras veces, que me distraía con el vuelo de una mosca porque me aburría en clase muchísimo. No me interesaba nada lo que decía la monja o la señorita, me daba igual, solo quería que acabara pronto la clase para salir al recreo a jugar y a hablar con mis amigas.

Qué horror, que mal lo pasaba en clase, no me gustaba nada. Eran clases grises, llovía. húmedas. Tenía mucho miedo a que me riñeran o castigaran. Pero había que atender, había que aprender, me tenía que gustar e interesar lo que me explicaran, daba igual si lo hacía bien o mal. No me podía quejar, no podía decir que me aburría, que la monja olía mal, todo eso que pensaba lo tenía que meter en un rincón de mi cabecita o corazón y taparlo con fuerza, no vaya a ser que se me escapara. Tenía que seguir sentada en la silla frente al pupitre, mirando a la pizarra sin moverme. Con las ganas que tenía yo de correr, de saltar, de jugar.

Aprendí en el cole matemáticas, latín, historia, gramática, y todo lo demás, lo acabé, para poder ir a la Universidad. Así que se puede decir que aprendí, pero me pregunto, que fue lo que mejor aprendí? Quebrados, raíces cuadradas, los reyes godos, las declinaciones de latín, qué se yo, cuantas cosas que no tengo ni idea, que se me han olvidado, y que me importan un pito, además. Por eso me pregunto, qué fue lo que mejor aprendí, o mejor dicho, que fue lo que mejor me enseñaron, puesto que no se me ha olvidado. A parte de dos o tres reglas de ortografía, como aquella de todos los verbos que acaben en -bir, se escriben con b, menos hervir, servir y vivir. Por ejemplo, y lo primero que se echa es la h, en el verbo echar, lo que aprendí de manera ejemplar fue a acallar lo que sentía, salvo lo que era, lo que hoy se entiende por «políticamente correcto». Es decir, el miedo, la angustia, la soledad, el aburrimiento, las ganas de salir corriendo, la necesidad de recibir una sonrisa, una frase de ánimo, un abrazo o caricia. Me enseñaron de maravilla a aguantar en sitios, lugares, trabajos que me horrorizan, donde me aburro, donde no me interesa nada lo que hago, donde me parece una soberana estupidez lo que se dice; a aguantar a personas indeseables, envidiosas, que no saben lo que es el respeto, mal educadas, sin imaginación y sobre todo muy aburridas, verdaderos tostones.

Esto si que lo he hecho de maravilla, por el miedo a que me «echen de clase», a que me «echen del cole», cuando en realidad es lo que estaba deseando. Pero desde el momento que me fui ( no me echaron), desde que decidí escucharme, desde el momento que  decidí hacerme caso, salir corriendo de todo aquello que no me gusta, me siento mucho mejor.

Bueno, pues sí, el otro día grité, «mami no me dejes aquí, que no me gusta» y en lugar de avergonzarme, sentirme una inmadura, me sentí fuerte y pude ver que simplemente tenía miedo a no hacerlo bien, nada más. Que ya no estoy en el cole, que ahora me voy de donde no quiero estar, que no atiendo lo que me aburre o no interesa y que a las «profes malas o monjas que huelen mal» las abandono a la velocidad del rayo. Pero que sigo sintiendo ese miedo a todo lo nuevo, a todo cambio que se avecina, pero puedo gritar libremente, «tengo miedo, necesito ayuda» y como por arte de magia algo nuevo llega a mí, adquiriendo múltiples formas diferentes, la ayuda aparece en forma de canción, de llamada de teléfono, de idea nueva, de un pequeño empujón para seguir adelante. Ya no es mamá mi consuelo, ahora es la Vida, mi experiencia, mi trabajo, mis amigos, mi sentido del humor, mi gato o mi perro….

Lo importante es que no quiero ser políticamente correcta, que quiero hacer caso a lo que siento, a lo que pienso aunque nada tenga que ver con lo que debo hacer para que no me «echen», para que no me expulsen de donde en realidad no quiero estar porque no me siento a gusto.

La vida, el mundo es tan amplio, hay tantas realidades tan diferentes que solo se trata de buscarlas. La verdad está dentro de ti, búscala, no justifiques lo que te hace daño o molesta; no tapes la voz de tu corazón. Escucha, escúchate y siente.