Miedos, Desafíos, Retos

Primer día de colegio. ¿Qué hacer con el miedo al cambio?

El primer día de colegio es un día muy importante para todos. La trascendencia que tiene lo vamos averiguando a medida que empezamos a acudir a terapeutas, psicólogos, es decir, en el momento que necesitamos una ayuda para vivir mejor nuestro día a día.

Qué sentimos, cómo nos sentimos aquel día, parece que marque toda nuestra trayectoria de vida. En realidad, es el día que comienza nuestra entrada en el «ruedo», dejamos la calidez del hogar, los mimos y cuidados familiares y nos adentramos al mundo social. Nueva señorita, (ya no es mamá), nuevos niños que comparten nuestro mismo espacio, la clase o aula donde estamos, sin la referencia de mamá que nos vigila y controla que teníamos en el parque. Soy yo sola frente al mundo.

Ahora me pregunto, cuántos primeros día de cole voy teniendo a lo largo de mi vida? Cuántas veces he sentido lo mismo que aquel lejano día que me subí por primera vez al autobús del colegio? Pero nunca se me había ocurrido relacionarlo hasta el otro día que comencé un nuevo artículo. En realidad no tiene nada que ver, llevo escribiendo casi toda mi vida, pero me dejé sentir. Me paré a observar mis locas emociones como recorrían todo mi cuerpo.  Hubiera gritado, «mamá, no me dejes sola frente al ordenador» y por muy ridículo que suene lo hice. Estaba sola, claro está, de lo contrario no me hubiera atrevido, pero como no me oía nadie, grité con todas mis fuerzas, «mami, por favor, no me dejes sola».

Claro que me he trabajado aquel día y qué? Trabajarse un tema no quiere decir superarlo, quiere decir pasarlo del inconsciente al consciente, es decir, tomar conciencia de algo que nos impide fluir, de algo que nos molesta internamente, nos dificulta nuestro caminar, es el «palito en la rueda». Pero al gritar como una niña, casi llorando «mami, no me dejes sola», me vi a mí misma, tan valiente, tan sincera, aceptando que estaba «cagada» a pesar de mi experiencia, de mi edad y sobre todo, de que lo que tenía que hacer, tampoco era para tanto, ya, pero me sentí sola, muerta de miedo, insegura, y sobre todo, muy, muy pequeñita frente al ordenador y frente a todas las posibles miradas.

Seguí jugando y me dejé llevar, ahora no sólo era como me sentía, sino cómo veía mi espacio. Me convertí de golpe, en una niña pequeña que mira todo desde abajo. La mesa muy alta, la silla también. No me gustaba el café que tenía, me supo amargo. Miré por mi ventana y me quedé mirando al infinito, como tantas otras veces, que me distraía con el vuelo de una mosca porque me aburría en clase muchísimo. No me interesaba nada lo que decía la monja o la señorita, me daba igual, solo quería que acabara pronto la clase para salir al recreo a jugar y a hablar con mis amigas.

Qué horror, que mal lo pasaba en clase, no me gustaba nada. Eran clases grises, llovía. húmedas. Tenía mucho miedo a que me riñeran o castigaran. Pero había que atender, había que aprender, me tenía que gustar e interesar lo que me explicaran, daba igual si lo hacía bien o mal. No me podía quejar, no podía decir que me aburría, que la monja olía mal, todo eso que pensaba lo tenía que meter en un rincón de mi cabecita o corazón y taparlo con fuerza, no vaya a ser que se me escapara. Tenía que seguir sentada en la silla frente al pupitre, mirando a la pizarra sin moverme. Con las ganas que tenía yo de correr, de saltar, de jugar.

Aprendí en el cole matemáticas, latín, historia, gramática, y todo lo demás, lo acabé, para poder ir a la Universidad. Así que se puede decir que aprendí, pero me pregunto, que fue lo que mejor aprendí? Quebrados, raíces cuadradas, los reyes godos, las declinaciones de latín, qué se yo, cuantas cosas que no tengo ni idea, que se me han olvidado, y que me importan un pito, además. Por eso me pregunto, qué fue lo que mejor aprendí, o mejor dicho, que fue lo que mejor me enseñaron, puesto que no se me ha olvidado. A parte de dos o tres reglas de ortografía, como aquella de todos los verbos que acaben en -bir, se escriben con b, menos hervir, servir y vivir. Por ejemplo, y lo primero que se echa es la h, en el verbo echar, lo que aprendí de manera ejemplar fue a acallar lo que sentía, salvo lo que era, lo que hoy se entiende por «políticamente correcto». Es decir, el miedo, la angustia, la soledad, el aburrimiento, las ganas de salir corriendo, la necesidad de recibir una sonrisa, una frase de ánimo, un abrazo o caricia. Me enseñaron de maravilla a aguantar en sitios, lugares, trabajos que me horrorizan, donde me aburro, donde no me interesa nada lo que hago, donde me parece una soberana estupidez lo que se dice; a aguantar a personas indeseables, envidiosas, que no saben lo que es el respeto, mal educadas, sin imaginación y sobre todo muy aburridas, verdaderos tostones.

Esto si que lo he hecho de maravilla, por el miedo a que me «echen de clase», a que me «echen del cole», cuando en realidad es lo que estaba deseando. Pero desde el momento que me fui ( no me echaron), desde que decidí escucharme, desde el momento que  decidí hacerme caso, salir corriendo de todo aquello que no me gusta, me siento mucho mejor.

Bueno, pues sí, el otro día grité, «mami no me dejes aquí, que no me gusta» y en lugar de avergonzarme, sentirme una inmadura, me sentí fuerte y pude ver que simplemente tenía miedo a no hacerlo bien, nada más. Que ya no estoy en el cole, que ahora me voy de donde no quiero estar, que no atiendo lo que me aburre o no interesa y que a las «profes malas o monjas que huelen mal» las abandono a la velocidad del rayo. Pero que sigo sintiendo ese miedo a todo lo nuevo, a todo cambio que se avecina, pero puedo gritar libremente, «tengo miedo, necesito ayuda» y como por arte de magia algo nuevo llega a mí, adquiriendo múltiples formas diferentes, la ayuda aparece en forma de canción, de llamada de teléfono, de idea nueva, de un pequeño empujón para seguir adelante. Ya no es mamá mi consuelo, ahora es la Vida, mi experiencia, mi trabajo, mis amigos, mi sentido del humor, mi gato o mi perro….

Lo importante es que no quiero ser políticamente correcta, que quiero hacer caso a lo que siento, a lo que pienso aunque nada tenga que ver con lo que debo hacer para que no me «echen», para que no me expulsen de donde en realidad no quiero estar porque no me siento a gusto.

La vida, el mundo es tan amplio, hay tantas realidades tan diferentes que solo se trata de buscarlas. La verdad está dentro de ti, búscala, no justifiques lo que te hace daño o molesta; no tapes la voz de tu corazón. Escucha, escúchate y siente.

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