Me encanta la buganbilla, bugambilia o como la queráis llamar. Me traslada a lugares templados por el mar, donde no hay heladas y, por supuesto, a lugares cálidos, con mucho sol y luz.
Me gusta hacer la meditación de la mañana en la Naturaleza, al aire libre, paseando. Pero hoy el cielo estaba encapotado a tope, nubes grises oscuras amenazaban lluvia y no invitaban a salir. No habiendo obligación o responsabilidad para salir, en otra ocasión me hubiera quedado quieta en casa y vivir el clima como algo horrible. Sin embargo, hoy ha sido diferente, he visto esta realidad desde otro punto y la he aprovechado para enfrentarme a mis «fantasmas», el frío, la lluvia, la humedad, el viento que te moja y no hay paraguas que te cubra. Aceptarla sin calificativos, incómoda/cómoda; buena/mala, simplemente: llueve, y esto ha sido lo que me ha motivado, el no juzgar me ha llevado a no limitarme a la costumbre, a las creencias y nostalgias.
Es más, me he acordado que cuando era niña, me daba igual. Lo que quería era salir, jugar y corría a ponerme las «katiuskas», las botas de agua para saltar en los charcos. Si tenía frío, corría para entrar en calor o saltaba, pero aprovechaba todos los momentos libres para jugar.
He comenzado el paseo, el campo estaba exuberante, curiosamente, los animales pastaban tranquilamente, caballos, ovejas e incluso las gallinas han salido como si nada, les da igual el tiempo que haga. Seguía andando cuando me ha llamado la atención un grupo de ganado pastando en un prado. No sé cómo he visto que me estaban mirando, ha sido genial, iba caminando, levanto la mirada y veo a las vacas y dos o tres toros que me miraban. Bueno, me he parado a mirarles yo también. El instante de coincidir mirada, ese mirarnos a los ojos, vaca y yo, ha sido mágico, y ¿qué ha sido cuando he visto a una mama vaca besando a su ternerita y la bebe dejándose y buscando a la vez las caricias, pasando de todo?. ¡Qué preciosidad! Qué imagen más maravillosa y divertida al mismo tiempo, porque no olvidéis que el resto seguían mirando hacia mi.
Camino, como ya he comentado otras veces, repitiendo el Uno, uno, todos somos Uno, aprovecho a hacer meditación con los ojos abiertos, y también con los ojos cerrados, con mi atención en la respiración. La sorpresa de esta visión me ha hecho reír, disfrutar, sentir un gozo increíble porque, qué fácil me ha resultado ser Una con mama vaca, con bebe ternera y también con el resto de observadores en el prado. Ser Uno con el árbol, con el bosque, con las nubes, con los pájaros…sí, ese instante fugaz donde a veces me fundo es glorioso, pero es que hoy, el regalo que me ha dado el paseo con la vaca y la ternerita me ha hecho reír de dicha ¡que preciosidad!
Las gotas de lluvia deslizándose por la cara, mezcladas con lágrimas me han enseñado, tranquilizado y animado a seguir.
De vuelta, trabajando, cansada del ordenador, vuelvo a levantar la vista y al mirar por la ventana veo que el sol ha salido, veo como su luz penetra por el cristal, por la puerta, como ilumina absolutamente todo y me dejo envolver por la sensación que tanto me gusta, por la calidez, por sus caricias.
Os animo a que en el lugar que os encontréis, haciendo lo que hagáis, os concedáis unos instantes de silencio, observar el entorno sin juzgar, deteneos, simplemente a sentir, pero por favor, no juzguéis, sólo observar, y cambiar, modificar cualquier rutina que tengáis integrada, una queja por algo o alguien, algo que os moleste, incomode, y ver cómo os sentís. Regalaos la posibilidad de transformar vuestra realidad desde la aceptación, desde la confianza e inocencia, sabiendo que todo es perfecto e ir entrando poco a poco en el mundo de la aventura, de descubrir qué regalo, qué aprendizaje se esconde más allá de nuestras rutinas, costumbres, creencias.
Aquí, ahora, no hay bugambilias, el sol se deja ver cuando quiere, no siempre. Agradezco de corazón que ya antes de la hora de comer he tenido momentos que van más allá de la simple explicación racional, que trascienden las palabras y rompen barreras de percepción.