«De noventa enfermedades, cincuenta son producidas por la culpa y las otras cuarenta, por la ignorancia.»
Anónimo
Esta frase no es mía, la he sacado de un libro que me dejaron ayer. Lo abrí según me senté en el metro, me interesó el tema, a ver cómo trata este asunto el autor que de partida no es sencillo, «Gente Tóxica. Como tratar con las personas que te complican la vida» de Bernardo Stamateas. Y lo primero que leo es el comentario anónimo. Para empezar, no estaba mal. Por la mañana lo había visto en el escaparate de una librería y me llamó la atención el título, pero seguí mi camino y no volví a acordarme hasta que me preguntan si lo conozco. Mi respuesta fue que simplemente lo había visto, pero que parecía que me perseguía puesto que en un mismo día aparece dos veces el librito en cuestión, así que estaba claro que lo tenía que leer.
Me suele pasar, con personas, libros, lugares, alimentos, miles de cosas que desconozco pero que de golpe entran en mi vida de una manera tímida pero insistente, así que, como si dijéramos les «hago caso» a ver que significan, qué mensaje me traen o para qué se colocan en mi camino.
Esta vez ha sido un libro. El tema me resulta conocido, llevo años recibiendo información sobre las Relaciones Tóxicas, este verano, sin ir más lejos, leí el último de Espido Freire que trata el tema, el otro día un amigo me preguntaba sobre una posible relación y si era tóxica. En fin, que en los últimos años es un concepto que se maneja de forma, podríamos decir, habitual.
Hay mucha bibliografía, nos podemos informar fácilmente pero es aquí donde surge mi inquietud, por llamarle de alguna forma. Mi propia experiencia me dice que es buenísimo leer, informarse. Es un proceso muy enriquecedor desde que aparece la necesidad de saber sobre algún tema que nos interesa, la búsqueda y el hallazgo. Una vez a solas, con el libro en las manos surge la conexión, el asombro, la alegría del descubrimiento de algo que nos ayuda a sentirnos mejor. Hay libros, lecturas que nos reconfortan, pero, y aquí viene mi «pero» no se trata sólo de eso, porque si no podemos experimentar el cambio, la trasformación interna, liberar esa emoción o emociones, comportamientos, tendencias, actitudes que nos llevan a mantener una relación tóxica, se queda todo en un dato más para almacenar en mi cerebro, para poder hablar de ello cuando surja la oportunidad y mi vida sigue exactamente igual. Es más, puedo dejar una toxicidad para meterme en otra.
Una cosa es la teoría y otra la práctica. Si apunto únicamente a ver, observar «al otro», al tóxico, me doy cuenta del daño que me está haciendo y coloco toda la responsabilidad en él. Adopto la figura pasiva. Un vecino, una pareja, unos padres, un jefe, etc. etc. etc. Así yo sigo igual que siempre, primero me quejo y luego respiro al liberarme. Podemos quitar personas, situaciones, relaciones tóxicas de nuestra vida, pero me parece a mí que lo enriquecedor no es sólo eso, podemos atrevernos a mucho más, a cambiar nosotros y así atraer a nuestra vida personas, situaciones, relaciones sanas, limpias, enriquecedoras.
Por mi parte, propongo enfocar el tema de una manera activa, de intercambio de información. Una persona o situación tóxica está en mi vida para algo beneficioso, viene a enseñarme o mostrar algo que yo puedo cambiar y sanar de mí. Que tengo en común con ella? Si la descubrimos manipuladora, nos podemos preguntar, cómo o cuándo manipulo yo? Intento controlar todo lo relacionado con mi vida? Qué grado de intolerancia tengo? Por ejemplo. Otro más, «Que pesada, todo el día quejándose», la pregunta que le sigue es «de qué me quejo yo? o si queréis ir más lejos, «cuántas veces me he quejado?». Es decir, mi propuesta es que cada vez que detectemos una persona tóxica, aunque cueste un montón, intentemos vernos en ella, aceptarlo, perdonarlo y liberarlo, las veces que haga falta hasta que esa toxicidad ya no esté en mí, es entonces cuando dejamos de encontrarnos en esa situación o con ese tipo de persona, porque ya lo hemos trascendido.
Descubrir una relación o persona tóxica está muy bien, pero mucho más enriquecedor es descubrir, aceptar y sanar mi propia toxicidad. La relación tóxica que mantengo conmigo misma, cada vez que me culpabilizo, que me envidio, empequeñezco, dejo atrás mis sueños, me siento víctima o victimario, cada vez que intento boicotearme, que me dejo llevar por el desánimo, cada vez que me enjuicio cruelmente, etc. etc. etc. Y, por supuesto, cada vez que lo he hecho al otro.
Los tóxicos son nuestros cómplices hasta que aprendemos y desaparecen. Todos y todo tiene la infinita capacidad de enseñarnos a conocernos y trascender si estamos dispuestos a ello. De esta manera va desapareciendo la queja de nuestro vocabulario, dejamos de ser víctimas, no para ser victimarios, sino que trascendemos esa forma de relación, tanto con los otros como con nosotros mismos. Pasamos a ser responsables de nuestra vida, de nuestras decisiones y con la ilusión y entusiasmo de que la vida nos brinda la oportunidad cada día de sentirnos mejor con nosotros y con el resto.